Serás lo que soy

R. Pérez Barredo / Burgos
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Miles de personas vuelven a abarrotar el cementerio de San José para honrar a sus difuntos

A la sombra de un ciprés, ajena al trajín del hormiguero que era ayer el camposanto, la anciana frotaba con obstinación, como si fuese la última depositaria de un rito ancestral y le resultara imprescindible dejarse la vida en tal empeño en memoria de todos los que la antecedieron en ese afán. La palangana a rebosar de jabón, exhausto el estropajo, no se daba tregua la mujer por más que no pudiera quedar más inmaculada la lápida. Tanto, que el dulce sol de noviembre decidió refulgir en el mármol con destellos de oro, bendiciendo su ajado rostro con un rayo celestial. A su lado correteaban alegres unos chiquillos, persiguiendo con celo a un despistado gorrión, tan ajenos a la imponente solemnidad del escenario que no comprendieron la regañina paterna. Para qué tanto silencio, se interrogaban sus caritas contritas.

Un sollozo ahogado y discreto tembló en la mañana: hay ausencias insuperables, heridas tan frescas cuyo dolor no puede procesarse sin desgarro ni lágrimas. Era un hombre el lloraba al pie de una tumba, sin consuelo. En esta ciudad del silencio ayer más ruidosa que nunca había flores de todos los colores. Flores frescas, flores secas, flores marchitas, flores de plástico. Hay cementerios solos,/ tumbas llenas de huesos sin sonido,/ el corazón pasando un túnel/ oscuro, oscuro, oscuro,/ como un naufragio hacia adentro nos morimos,/ como ahogarnos en el corazón,/ como irnos cayendo desde la piel del alma, escribió PabloNeruda. Qué solos están los muertos, aunque vivan en la memoria y en el corazón de los vivos. Porque había también tumbas sin flores, olvidadas, herrumbrosas. Sin nombres ni inscripciones.

Dos mundos en uno

Dos mundos por un día más cercanos que nunca: tan quietos los muertos y nosotros honrándolos pero apegados a este lado: pendientes de la cita del vermú, de la paella a las tres, de los goles de ayer, de esta resaca de tambor en las sienes. Suenan los avisos del whatsapp entre las tumbas, se hacen hasta selfies junto a las cruces y hay quienes se han llevado las sillas del picnic para velar toda la jornada junto a los que yacen ahí abajo. Hay encuentros fortuitos que se celebran con abrazos. También se oyen risas. Y discusiones: «A papá le gustaban más los claveles. No sé para qué has traído rosas, que se marchitan enseguida. Mira en esa tumba, ¿lo ves?». La vida se abre paso en cualquier sitio aunque la pena le encoja a uno cuando repasa con las manos los nombres grabados en el mármol como una caricia postrera al ser amado.

Edénico jardín de flores y de cruces por un día, el cementerio registró un año más un aluvión de visitas en el día grande de los muertos, porque también ellos tienen su hueco en la sociedad. Y porque hay algo en ese rito que tiene también que ver, y mucho, con los vivos. Ese jardín que se tornará casi un desierto hasta dentro de un año será morada de tantos de nosotros... Porque sabemos que están contados lo latidos del corazón.

Porque sabemos que un día seremos lo que ellos son.