Nunca pensé que llamaría a su puerta

A.R. / Burgos
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En los tres últimos años algunas familias «normalizadas» y autónomos han tenido que ir a Cáritas. También inmigrantes y ancianos que han acogido de nuevo a sus hijos

Un día Jose (nombre ficticio) llamó a la puerta de Cáritas. Nunca  hubiera imaginado que lo haría. Durante muchos años la vida a él y su familia les había sonreído y, gracias a la pequeña empresa que tenía vinculada al sector de la construcción, había llegado a dar trabajo a cuatro e incluso cinco personas. Sin embargo, la terrible e interminable crisis había dado al traste paulatinamente con todo y, lo que es peor, las deudas propias y los impagos de clientes le tenían ahogado. Necesitaba ayuda. Y urgente.

Como la de Jose, un buen número de familias con una situación socioeconómica normalizada han tenido que optar por esta vía. «Aunque la crisis comenzó en 2008, lo cierto es que ha sido en los tres últimos años cuando más hemos notado que ha cambiado el tipo de personas que van a las acogidas de los distintos despachos que tenemos», señalan  Almudena, Sandra, Mila y Lourdes, técnicos de acogida y acompañamiento social en los arciprestazgos de Cáritas. «Para ellos, ha sido especialmente duro venir;les da reparo. Se preguntan qué dirá su vecino, su amigo... Cruzar el umbral les supone un mal trago».

Aunque el sector de la construcción ha sido uno de los más castigados, lo cierto es que el paro no ha dejado ninguna profesión  al margen. «De la noche a la mañana estas familias se encuentran con su casa hipotecada, deudas a la Seguridad Social y con apenas prestaciones de la Administración Pública».

Ycuando llegan a Cáritas, lo primero que piden es orientación. En este sentido, desde esta organización se les ofrece apoyo jurídico y un papel intermediador con las entidades bancarias. «El problema es que en muchos casos llegan cuando están en una situación límite».

El desempleo es la gran preocupación para todos ellos y es que  «se les han caído todos los esquemas;nunca pensaron que perderían el trabajo». También estas profesionales recuerdan el caso de una madre que llegó «muy triste» porque no iba a poder pagar la Universidad de su hija. «¡Cómo iba a pensar yo que me iba a pasar esto hace cuatro años!», les decía. Sentir que sus hijos tienen por delante un futuro incierto es algo que les quita el sueño.

A todas estas situaciones, Cáritas responde sobre todo con un mensaje de esperanza. «Tienen un agujero muy gordo en sus cuentas que nosotros no podemos cubrir», se lamentan. Junto a ello, les orientan sobre los servicios públicos a los que pueden recurrir para solicitar ayudas y asimismo les comunican que allí tienen una puerta abierta. «Que se sientan escuchados y que vean que nos ponemos en su lugar es fundamental para ellos». Por eso, es fundamental la calidez, la humanidad y respetar los tiempos, que puedan volver y contar más sobre su situación.

También un buen número de inmigrantes han visto caer su castillo de naipes en poco tiempo. «Muchos han trabajado en el servicio doméstico y la hostelería y han dedicado el grueso de su sueldo a comprar un piso y, de repente, se han visto sin nada. Están sumidos en la frustración».

Los afectados son, en su mayoría, personas de entre 20 y 50 años.  Pero también hay ancianos que van a Cáritas porque alguno de sus hijos ha tenido que volver a casa  y la pensión no les llega para subsistir. Por sexos, destacan las mujeres. «Normalmente son las que cogen las riendas de la familia. El hombre se siente fracasado y no es capaz de dar el paso».

Y perfiles tradicionales

¿Y qué hay delos perfiles tradicionales, las personas sin recursos y en riesgo de exclusión social?«Incluso cuando había trabajo para todos, llegaron a estar empleados. Pero cuando comenzó la crisis, fueron los primeros en caer. Sus casos se han cronificado».

De momento, la mayoría de estas personas sigue sin ver la luz al final del túnel. Puntualmente les han podido contratar por unas horas, pero poco más. Por eso, muchos no levantan cabeza y, al problema económico, suman incluso depresiones, crisis de ansiedad... «Ylo que es peor, ni siquiera pueden comprarse medicamentos». Toda una cadena de desgracias.