Los menores, las otras víctimas de la violencia

I.A. / Valladolid
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Se han convertido en unos de los principales perjudicados y reciben apoyo psicológico para superar los problemas que padecen, «romper con el ciclo de la violencia», y «normalizar sus vidas»

Durante mucho tiempo han sido los grandes olvidados en esta lacra social. - Foto: Alberto Rodrigo

Una bofetada, varios rostros. Un grito, muchos oídos. Lágrimas corriendo por muchas mejillas. La violencia de género tiene otras víctimas. No sólo las directas, que la sufren en primera persona, también indirectas. La padecen en silencio, sin levantar una voz que pide ayuda.  A veces no entienden los llantos de su madre, ni el cabreo de su padre. Pero el ambiente les esconde la sonrisa. No se divierten, se esconden, tienen miedo. Por eso, desde 2003, la Junta de Castilla y León aporta, en su modelo integral para luchar contra la violencia de género, apoyo psicológico, entre otro tripo de ayudas, a los ‘hijos de la violencia doméstica’.  

«Durante mucho tiempo fueron los grandes olvidados de este tipo de violencia. Se pensaba que la víctima sólo era la madre y no se daban cuenta de que vivir en ese ambiente les estaba exponiendo a esa violencia», recuerda la psicóloga Marta Gutiérrez involucrada en este proyecto. Por su despacho han pasado muchos de estos niños que, desde 2003, tiene reconocido ese derecho. «Después de un tiempo se ha conseguido que se les reconozca como víctimas de pleno derecho, eso permite en nuestra Comunidad que empiecen a recibir apoyos», continúa.

Desde que el Ejecutivo autonómico comenzó a prestar ayuda psicológica a las víctimas de la violencia de género, los profesionales que les atendían se dieron cuenta que los casos se agudizaban cuando la agredida tenía hijos. «Nada más poner en marcha este programa, nos dimos cuenta que los problemas eran mucho más graves con las mujeres que tienen hijos y, prácticamente, nos pasábamos todas las sesiones resolviendo problemas que tenían con los hijos como consecuencia de la violencia», señala Gutiérrez.

Conductas disruptivas, problemas de autoestima... afloran en cada una de las sesiones en las que los protagonistas son los menores y que tienen como objetivo «romper el ciclo de la violencia, que ellos no lo vean como algo frecuente en sus vidas. Hay que darles otro punto de vista».

Por eso, relata Marta Gutiérrez, «intentamos mejorar de manera inmediata su calidad de vida, que note que están más tranquilos, que ya no tienen miedo, que pueden dormir sin ruidos, sin voces...». Además, hacen hincapié en la prevención de las «conductas violentas que estos niños, como todos, tienen, pero ellos la tienen por aprendizaje directo porque lo han observado en sus padres desde que tienen uso de razón. La violencia a corto plazo es efectiva y eso es lo que los niños han aprendido».

 

Metodología

¿Y cómo lo hacen? Siguiendo varias premisas. «Dependiendo del grupo de edad, buscas una metodolofía diferente. Con los adolescentes es más complicado y lo que buscas es empatizar hacerles ver que estás de su parte», avanza la psicóloga que considera clave el trabajo conjunto entre madre e hijos. «Tratamos de que ella se refuerce como madre, porque su autoridad no ha sido respetada», señala para avanzar en que es importante no ocultar la realidad. «Intentamos que se preparen las posibles respuestas a preguntas que le van a hacer los hijos sobre este nuevo cambio de vida. Muchas veces nos encontramos con que, por proteger a los hijos no se les da información sobre donde está el padre, por qué se cambia de ciudad, de colegio. Ocultar la realidad no es bueno», zanja.

Se trata de un modelo con un elevado grado de éxito, concluye Marta Gutiérrez que explica que se trabaja con los afectados durante diez sesiones, aunque pueden ampliarse si se dan determinadas circunstancias. «Se hacen seguimiento con las personas a las que se han atendido y el grado de éxito de este tipo de programas es elevado». Y ése es el mejor aval: recuperar la normalidad en la vida de las víctimas de esta lacra social.