En Yera, corazón de Vega de Pas, todo es verde salvo un agujero negro excavado en la montaña; una oquedad lúgubre y ominosa, como si desentonara entre los riscos imposibles y los empinados pastos en los que se solazan las vacas. Es la boca cántabra del túnel de La Engaña. En este paraje de embriagadora belleza se impone el olvido, cuyo legado es visible en las ruinas que languidecen entre la espesura. Ruinas de lo que fue una gran ambición, pero al cabo ruinas de un sueño inútil. De un proyecto truncado, abandonado desde hace décadas. Pero aunque el tiempo se ha empeñado en asolarlo y la realidad en impedir que vaya a cumplir nunca con el fin para el que fue creado, hay quienes se resisten a malgastar el esfuerzo de cientos de hombres y una inversión millonaria. Más en la edición impresa