La crisis se llama Francisco

Gadea G. Ubierna / Burgos
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Paro, desahucio, problemas de salud y beneficencia. El protagonista de este relato lo ha vivido todo en primera persona y es uno de los ejemplos de la labor de Cáritas, que cierra ahora la campaña de captación de socios

Si hace veinte años le cuentan al jienense Francisco Bueno que al final de su vida laboral iba a vivir gracias a la delegación burgalesa de Cáritas no se lo hubiera creído. «Nunca en la vida pensé en verme así», asegura, sentando en una de las salas de la parroquia del Espíritu Santo, frente a la biblioteca Gonzalo de Berceo. Y antes de seguir con su relato, advierte de que «no hay páginas en la libreta» para recoger todo lo que ha vivido en los últimos cuatro años: desempleo, desahucio, cronificación de la pobreza, precariedad salarial y laboral, desesperación, problemas de salud y beneficencia. Francisco Bueno es una de las muchas personas a quienes habría que mirar a la cara antes de salir a pregonar la retahíla de cifras y estadísticas acerca de la supuesta recuperación económica de España con las que la ciudadanía será bombardeada los próximos dos meses.

Francisco Bueno es también uno de los ejemplos con los que Cáritas quiere personalizar su labor ahora que están a punto de cerrar su primera campaña de captación de socios, ‘Provoca el efecto mariposa’. «Vivimos gracias a Cáritas», afirma este hombre de 57 años, casado, con un hijo de 14 años a su cargo y otras dos independizadas, que no añade ni un adjetivo a su relato. Tiene contundencia por sí mismo.

Nacido y residente en Jaén, tuvo que marcharse en 2011 porque lo desahuciaron y no solo tuvo que abandonar la casa, sino que una de sus hijas todavía está pagando 100.000 euros de deuda al figurar como avalista en el préstamo hipotecario que firmaron, pensando que ese apartado era un detalle sin trascendencia. «Me quedé con lo puesto», asegura. Cocinero durante 37 años, decidió empezar de cero y se marchó a Alicante. «Pero la situación era la misma, lo estábamos pasando mal y como una de mis hijas vivía en Burgos, nos dijo que subiéramos, porque al menos los tendríamos a ellos. En ese momento, mi mujer ya rebajaba con agua la leche que desayunaba el niño», cuenta. Así que hicieron la maleta otra vez y cruzaron las dos Castillas para volver a empezar.

En octubre de 2012 llegaron a Burgos y entraron en contacto con el equipo de Acogida de Cáritas: trabajadores sociales y voluntarios que, a través de la parroquia Espíritu Santo, han escuchado y allanado el camino a esta familia en la capital. Dos de esas voluntarias son Maite Arnaiz y Nati González, dos burgalesas que han tratado de ayudar en todo lo posible a esta familia con un único lema: hacerles sentir dignidad. «Eso es lo más importante, porque tan importantes son las carencias económicas como las demás», señalan.

El primer paso fue instalarse en casa de su hija durante dos meses y buscar trabajo en su sector. Lo encontró y, en cuanto consiguieron unos ingresos mínimos, la pareja y el hijo menor se trasladaron a un piso alquilado. Al cabo de medio año, se le acabó el contrato, pero siguió acudiendo al mismo establecimiento de forma esporádica, cuando hacía falta más personal. Sin embargo, en 2014 le detectaron dos hernias discales, pasó dos meses encamado «y hasta hoy». No ha vuelto a trabajar y tampoco su mujer, de quien explica que tiene problemas de corazón.

Los ingresos mensuales de esta familia suman 426 euros, el subsidio que el Gobierno habilitó para mayores de 52 años y que Bueno empezó a cobrar en un ‘buen momento’: si no había cambios en la situación laboral, se podía mantener hasta la jubilación. Ahora los requisitos son distintos y ya no tiene ese carácter indefinido. Sin embargo, aunque sepa que dispone de esta aportación fija, la familia Bueno no es distinta a las demás: paga un alquiler de 380 euros y tiene que comer. «Es fácil comprobar que las cuentas no salen. Cáritas nos ayuda con todo: el alquiler, la luz, el gas y la comida. Si no, sería imposible», recalca, antes de añadir que, a pesar de todo, no se plantean moverse de Burgos. «¿Volver a Jaén? No, para qué. Allí están mucho peor; a las ocho de la tarde ya no se ve ni a los gatos, no sea que se los coman», concluye con resignación.