Ética en tiempos de corrupción

EVA JIMÉNEZ
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La filósofa valenciana Adela Cortina asegura en '¿Para qué sirve realmente la ética?', Premio Nacional de Ensayo, por qué deberíamos buscar un mundo más justo y una vida más feliz

Me pregunto si debería comenzar esta reseña explicando para qué sirve realmente un libro de deontología. Antes, confiábamos más en que un cambio en nuestras ideas conllevaba una modificación en nuestro comportamiento. Ahora sabemos que podemos pensar o decir una cosa y sentir y hacer otra totalmente diferente. Y, sin embargo, ¿por qué no intentarlo?, ¿por qué no exponernos a unos pensamientos cuyo único afán consiste en ayudarnos a lograr una vida más feliz y un mundo más justo? Pues precisamente en eso consiste la ética, explica la filósofa Adela Cortina (Valencia, 1947) en la obra ¿Para qué sirve realmente la ética? (Paidós), que ganó el Premio Nacional de Ensayo 2014, «en el arte de conjugar justicia y felicidad».

Qué fácil decirlo y qué difícil ponerlo en práctica, ¿verdad? Si realmente fuera tan sencillo, no haría falta pararse a pensar en el tema ni escribir libros. Pero no. Reflexionar sobre la moral se ha convertido en una necesidad en un país plagado de políticos, banqueros y empresarios corruptos, como la propia autora se encarga de denunciar.

Y sí, es necesario indignarse, añade, porque este sentimiento social motivado por unos comportamientos reprochables de personas que tenían que haber sido ejemplarizantes nos da la fuerza para trabajar por una democracia más auténtica y una sociedad donde la maximización del beneficio a cualquier precio no tenga siempre la última palabra.

¿Y cómo lo hacemos?, se preguntarán. Los seguidores de Cortina ya imaginarán la respuesta de la intelectual que aboga por una ética del discurso, la conversación y la palabra. Y cito: «El diálogo no solo es necesario porque es intercambio de argumentos que pueden ser aceptables para otros, sino también porque tiene fuerza epistémica y nos permite adquirir conocimientos que no podríamos conseguir por nosotros mismos en solitario. Nadie puede descubrir por su cuenta qué es lo justo, necesita averiguarlo con los otros».

Cierto, pero nuevamente complicado. ¿Por qué debería hablar con los demás si me da igual lo que me digan, si voy a hacer lo que me dé la real gana, si solo me interesa salvar mi propio pellejo? Es aquí donde me cuestiono hasta qué punto resultan convincentes los argumentos clásicos, o la gran frase de Kant que afirma que «las personas tenemos dignidad y, por tanto, no podemos ser usadas únicamente como medios».

Tal vez por ello, Cortina ha decidido comenzar la obra con dos argumentos muy pragmáticos, consciente de la atmósfera social en la que nos movemos. Si somos éticos, nos ahorraremos dinero. No tendremos que gastar tantos recursos en pleitos ni en armas. Y si cumplimos con esta conducta intachable, nos evitaremos el sufrimiento. El egoísmo estúpido solo sirve para granjease enemigos. Y la soledad no buscada duele.

La grandeza y la tragedia de la conducta es que nadie puede obligar a otro a comportarse bien. Por tanto, «para ganar músculo ético es necesario quererlo y entrenarse». Y esto vale para todos: políticos, banqueros y empresarios, pero también para los profesionales o personas en paro.

Nadie debería desentenderse de su enorme o minúscula responsabilidad, pues todos somos cómplices y corresponsables en la tarea de impedir que el mundo se convierta en una fría y despiadada selva donde únicamente exista el Sálvese quien pueda.