El ángel de los niños pobres

R. Pérez Barredo / Burgos
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La inminente beatificación de Valentín Palencia rescata la figura de este clérigo burgalés que dedicó su vida a ayudar a críos huérfanos, desvalidos y marginados

 
 
Llegó al mundo en 1871 en un hogar muy humilde, marcado por la escasez y  la muerte de una hermana a los dos años de edad por culpa del sarampión. Conocer tan cerca la miseria fue su epifanía: en cuanto tuvo uso de razón, siendo ya un mozalbete sereno y maduro y antes de consagrar su vida a Dios, se dedicó a ayudar a todos los niños marginados que encontraba en su entorno, a los que acompañaba y trataba de educar a la vez que alejaba de la delincuencia y otros abismos. En aquellos años la mortalidad infantil alcanzaba cotas escalofriantes. Sobrevivir en condiciones de pobreza era casi un milagro. A la vez que alcanzaba una estatura inusual para la época -más aún para alguien que, como él, no se había alimentado bien durante la infancia- crecía su humanidad y una imperante necesidad de ayudar a los desvalidos, especialmente a los huérfanos. Así que al poco de ordenarse sacerdote, y tras ejercer como párroco en varios pueblos de la provincia, regresó a Burgos con una misión. 
Se llamó ‘Patronato de San José para enseñanza y educación de niños pobres’, que tuvo su primera ubicación en un entresuelo de la calle Santander, número 12. Era el año 1898, de infausto recuerdo para España, que se quedó sin ninguna de las colonias del que fue el más gran imperio jamás conocido. Dando prioridad a los huérfanos, aunque jamás rechazó a ninguna criatura necesitada, Valentín, de 27 años, se dedicó en cuerpo y alma a tan alta tarea. «Prácticamente él solo, con un maestro y una señora para lavar, llegaba a formar a 110 muchachos, unos 30 internos y los demás externos.A estos los ayudaba, también, con un comedor de invierno», recuerda Saturnino López, biógrafo del sacerdote burgalés y autor del libro Valentín Palencia.El cura de los niños pobres y huérfanos.
Su implicación fue absoluta. «Dormía cerca de los niños, aseaba a los más pequeños, les enseñaba a rezar, a estudiar, a dibujar, a ejercitarse en oficios manuales en un limitado taller y hasta jugaba con ellos.Resaltan estos la amenidad de sus clases de catecismo, historia y química, con métodos pedagógicos muy participativos. Tenía un coro y fund, posteriormente, una banda de música, interviniendo en conciertos y procesiones, así como eran frecuentes las actuaciones de teatro como medios de formación integral», apunta López en la obra citada.
La magnífica labor desarrollada desde sus inicios por Palencia cobró un rápido impulso, al serle cedido al Patronato un edificio anejo a la iglesia de SanEsteban.Con todo, aquellos primeros años fueron duros para el sacerdote burgalés, ya que su proyecto atravesó tiempos complicados. «Día hubo en que se encontró sin pan para dar de comer a aquellos huerfanitos,  a los que quería como hijos. El colegio era un caserón muy grande sin ninguna comodidad. No tenía luz eléctrica; se alumbraba con velas, quinqués y candilejas (…) Cuando no tenía ni dinero, ni comida para el día siguiente, cogía un canastillo y se lo ponía a los pies de una imagen de San José, que estaba en la escalera, y decía ‘él nos traerá lo necesario’ y, efectivamente, a la mañana siguiente la vecindad se había dado cuenta y aparecía algún donativo», narra López Santidrián. 
Ya en los albores del siglo XX puso en marcha un pequeño internado y el Patronato se agregó a las Escuelas del Padre Manjón. El proyecto de Valentín Palencia se impulsó y se asentó en los lustros venideros, llegando a abrir, en 1923, un comedor de invierno en el que recibían alimento diario cerca de un centenar de niños necesitados. Este ángel de los desfavorecidos fue admirado por la ciudad. Y aún más allá: en 1925, el Gobierno le concedió la Cruz de Beneficencia con distintivo blanco. Por ello no debe extrañar que, cuando al año siguiente, un pavoroso incendio destruyó el edificio que acogía el Patronato de San José, se abrieran suscripciones populares y se recibieran donativos tan importantes que en menos de un año se había reconstruido el inmueble en su totalidad.
Como era habitual en él, a muchos de los muchachos sin familia solía llevárselos unos días en verano a la localidad cántabra de Suances. También lo hizo en julio de 1936. Fue allí donde les sorprendió la guerra, quedando en zona republicana.En aquel ambiente bélico, desatados los odios, fue el 15 de enero de 1937 prendido y trasladado junto a otros cuatro muchachos, colaboradores suyos y a la sazón burgaleses (Donato Rodríguez, Germán García, Zacarías Cuesta y Emilio Huidobro) al monte Tramalón de Ruiloba, donde fueron pasados por las armas.
 
Mártir. El pasado día 1, el papa Francisco promulgó el decreto por el que le declaraba mártir junto a sus compañeros asesinados. Burgos se convierte así en una de las diócesis españolas con más mártires de la persecución religiosa de comienzos de siglo pasado, sumando un total de 172. La última beatificación de mártires burgaleses tuvo lugar en Tarragona en octubre de 2013. En ella fueron beatificados un total de 67 religiosos de la provincia. Con toda probabilidad, la beatificación de Valentín Palencia se celebrará en Burgos en los próximos meses, según la diócesis. El arzobispado de Burgos y la Santa Sede ya trabajar en la ceremonia.