El Arte que emigró (o se lo llevaron)

G.G.U. / H.J. | Burgos
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El caso de San Pedro de Gumiel, posible origen del claustro románico de Palamós, ha devuelto a la memoria otros traslados, ventas y desapariciones de patrimonio burgalés

4El enorme ‘Tapiz de Burgos’ que perteneció a la Catedral hasta 1926 decora una sala de ‘The Cloisters’ en Nueva York.  - Foto: Metropolitan Museum of Art

Algunas salieron por cauces legales, con papeles de por medio, facturas y el beneplácito de sus dueños. Otras discurrieron por caminos más oscuros que el tiempo se ha encargado de borrar. Y todas son piezas de alto valor artístico que en su día conformaron la inmensa riqueza patrimonial de la provincia de Burgos y que ahora están dispersas por el mundo.

El caso del claustro románico de San Pedro de Gumiel de Izán, desaparecido como por arte de magia tras la desamortización del siglo XIX y que algunos expertos relacionan directamente con el ‘descubierto’ hace unos días en una mansión de Palamós cuyo origen aún está en fase de estudio, ha resucitado las historias del verdadero museo en el exilio que conforman cientos de ejemplos.

Muchos de ellos pueden encontrarse en el Museo Marés de Barcelona, colección que atesoró a lo largo del siglo XX el catalán Frederic Marés, escultor y, sobre todo, obseso del arte. Recorrió cientos de localidades españolas, grandes y pequeñas en busca de obras interesantes y así recaló, por ejemplo, en Tubilla del Agua.

En unos pocos días de junio de 1969 y a plena luz del día, la iglesia románica de este pueblo burgalés fue desmantelada y trasladada a Barcelona en un camión. Incluso se retiraron frescos pintados en las paredes, de los cuales solo quedó a la vista la piedra picada en las ruinas de la iglesia.

Ya entrado el siglo XXI, en 2004, el entonces alcalde, Alfonso Tubilla, decidió reclamar lo que el coleccionista catalán se había llevado a plena luz del día y se encontró con los papeles en los que se especificaba que el vicario general de Burgos había vendido la torre de la iglesia por 300.000 pesetas. Ante eso, no hubo nada que hacer, pero consultado hoy, Padilla considera que «aquel papel autorizaba que se llevaran la torre, pero no toda la iglesia, que fue lo que ocurrió». En Tubilla no quedó nada:ni la ventana de la torre con una escultura asimétrica de San Miguel ni las piezas que la acompañaban, y lo curioso de este caso es que las piezas adquiridas distan mucho de ser perfectas desde un punto de vista técnico; de hecho, son peculiares por sus forma poco pulidas.

En total, el museo barcelonés conserva alrededor de una veintena de piezas esculpidas por artistas locales para distintas iglesias de la capital burgalesa, como es el caso de varios grupos de la Virgen con el Niño procedentes de Villadiego, Briviesca o Puentedura. Este último caso es especialmente significativo porque es una de las esculturas más importantes del museo al tratarse de una talla medieval, hierática, pero con unos pliegues en la ropa perfectamente definidos. Y eso, a pesar de que le faltan los brazos.

Aunque el Marés es uno de los sitios con mayor representación de arte burgalés exiliado, son cientos las piezas desaparecidas en la provincia y que a raíz de la indignación de Padilla, numerosos pueblos quisieron recuperar. Para ello, plantearon la posibilidad de crear una asociación, pero todo quedó en un proyecto. «Era el momento perfecto, pero se quedó todo en un propósito porque se comprobó que la Junta no tenía intención de hacer nada», critica Padilla. También es cierto que si hay documentación que atestigüen la legalidad de la procedencia de las piezas, hay poco margen de acción.

Pero no solo fueron esculturas las que se trasladaron con mayor o menor ‘alevosía’ e ignorancia de la población. En el Museo D’Art de Girona se custodia un Beato (manuscrito medieval) original del Monasterio de San Pedro de Cardeña, datado en el siglo XII y calificado de «exquisito» por los expertos y, ya fuera de las fronteras españolas, en la British Library de Londres está el Beato de Silos, sin que se pueda hacer nada para traerlo a Burgos.

A 6.000 kilómetros de distancia, al otro lado del Atlántico, resulta todavía más sorprendente toparse con piezas maestras del arte burgalés. Sobre todo si éstas están mezcladas con obras medievales alemanas, francesas, italianas, británicas, austriacas, checas e incluso húngaras. La amalgama conforma The Cloisters (Los Claustros), un museo presidido por la torre de un monasterio, dependiente del Metropolitan de Nueva York y que se eleva en una colina sobre el Río Hudson en contraste con los rascacielos de Manhattan y las viviendas humildes de Harlem.

Allí en noviembre de 2009,  después de varias décadas oculto a los ojos del público y sometido a un intenso proceso de restauración, volvió a ver la luz el llamado por el propio museo ‘Tapiz de Burgos’. Se trata de una enorme obra de 8 metros de largo por 4 de alto que representa ‘El nacimiento de Cristo como la redención del hombre’ y que salió de la Catedral de Burgos en 1926. Formaba parte de una serie de siete que Juan Rodríguez de Fonseca, arzobispo de Burgos entre 1514 y1524, encargó a un taller flamenco y permaneció durante cuatro siglos en tierras castellanas hasta que fue vendido a través de un francés llamado Bekri, según las investigaciones del escritor Gonzalo Santonja.

Junto al tapiz, otras maravillas burgalesas contribuyeron al sueño megalómano de John D. Rockefeller, hijo del famoso magnate del petróleo cuyo apellido es mundialmente conocido como sinónimo de riqueza. En 1925 compró la colección que había amasado el escultor Grey Barnard, se la cedió al Metropolitan y la dotó con generosísimos fondos capaces de adquirir piezas de alto valor por toda Europa.

Una de ellas fue la escultura de Santiago El Mayor (finales del siglo XV) de la Cartuja de Miraflores. Originaria de la tumba de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal que preside la principal estancia de la iglesia burgalesa, fue retirada de su emplazamiento por José María de Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas, quien a comienzos del siglo pasado dirigió una reforma semiclandestina de la que se aprovechó. Acabó subastando la magnífica talla de alabastro de Gil de Siloé en Nueva York en 1927.

The Cloisters, verdadero puzle arquitectónico del románico y el gótico, una extraña amalgama que rechina a los expertos, guarda también otra figura de Santiago El Menor, también en alabastro, que se describe en la propia página web del Metropolitan como procedente del sepulcro de Juan de Padilla del monasterio de Fresdelval y donada en 1916 por el banquero y magnate de la electricidad y del acero J. Pierpont Morgan en 1916.

El listado de piezas burgalesas de The Cloisters abruma: un grupo escultórico de la iglesia de Nuestra Señora de La Llana de Cerezo de Riotirón (cuyo pórtico, por cierto, adorna el paseo de la Isla); el pórtico de la primitiva iglesia románica de San Vicente Mártir de Frías; el impresionante fresco de un león de San Pedro de Arlanza (cuyo gemelo se guarda en el Museo de Arte de Cataluña); el Comentario del Apocalipsis de San Juan, uno de los manuscritos del Beato de Liébana procedente del Monasterio de San Pedro de Cardeña; o una escultura de un arcángel San Miguel con probable origen en Burgos.