Un socialismo de doble cara

JAVIER M. FAYA (SPC)
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La visita de Pedro Sánchez al 'president' Puigdemont pone de manifiesto que la tregua en el seno del PSCes muy frágil

 

 
«El PSCtiene un problema con el PSOE». Con estas palabras se despachó a gusto el pasado lunes la alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona), la socialista Núria Parlon, que no es una voz marginal dentro de la formación catalana, sino, nada más y nada menos que su número dos. Posiblemente, de esta forma, quiso calentar el encuentro que horas antes la Generalitat había anunciado entre el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el president, Carles Puigdemont. Un error informático dio la Moncloa al madrileño, pero fue solo cosa de siete minutos, aunque quién sabe si de aquí al 2 de mayo habrá fumata blanca gracias a la abstención -«técnica», según el popular Rafael Hernando- de los convergentes. 
A pesar de que en la dirección regional del partido se puso una pila de paños calientes, negando que hubiera choque alguno entre lo que se dice en Ferraz y lo que se dicta desde la calle Nicaragua (sede del PSC), no son nuevos esos desencuentros, ya que esta formación autonómica aúna muy distintas sensibilidades, sobre todo en lo que a la autodeterminación se refiere. 
Bien es cierto que esa doble cara le ha salido muy rentable políticamente a la escuadra progresista, ya que, salvo en los últimos años, solía registrar unos magníficos resultados en las elecciones generales -la mayoría de las veces ha sido la fuerza más votada- y relativamente buenos en las municipales y autonómicas. De hecho, han sido varias las ocasiones en las que ganó por número de sufragios, que no escaños. A título anécdótico se podría tirar de hemeroteca y ver cómo el PPde José María Aznar aupó al poder a Jordi Pujol y su CiU en 1999. Eran otros tiempos... 
 
ALTA POLÍTICA. Puede que la díscola Parlon acertara cuando culpó a la «alta política» de haber frustrado la «oportunidad» de una consulta legal en Cataluña. No en vano han sido muchos los enfrentamientos entre la dirección nacional y la autonómica, que, a veces, se resolvían con una pequeña fuga de dirigentes y con rupturas de la disciplina de voto. La más sonada se vivió en el Congreso de los Diputados un 26 de febrero de 2013. Fue la única, de momento. 
Hablamos de una noche histórica, de cuchillos largos en Ferraz, que podía haber fulminado a Carme Chacón por lo que hizo. Todo empezó cuando PP, PSOE, UPyD y Foro rechazaron la propuesta de resolución de CiU sobre una consulta soberanista en Cataluña dentro del marco legal, una iniciativa que votaron a favor el resto de fuerzas políticas, incluidos 13 de los 14 diputados del PSC. Con este gesto, los socialistas catalanes se rebelaban contra el aparato, que a duras penas controlaba el secretario general del bloque progresista, Alfredo Pérez Rubalcaba. Quien no apoyó esa resolución trampa fue la exministra de Defensa Carme Chacón, número uno del PSC por Barcelona, que se ausentó en la votación, después de que por la mañana anunciara que no iba a respaldarla. Ese pequeño paso atrás pudo haberle pasado factura política -solo 600 euros de multa-, pero su posición en el seno del PSOEestaba debilitada tras haber perdido el Congreso de 2012. 
Así, puso tierra de por medio meses después en un retiro dorado en Miami, donde ejerció de profesora asociada en una universidad estadounidense. Lejos habían quedado sus encendidas críticas durante cuatro años al Partido Popular por recurrir al Constitucional por el Estatut de 2006, que nació con la inestimable ayuda del presidente del Gobierno, por aquel entonces, José Luis Rodríguez Zapatero. En la Generalitat cohabitaban en perfecta simbiosis el PSC, ICV y ERC, que pasó de ser una fuerza marginal a crecer a pasos agigantados a la sombra del poder. 
Este polémico documento se empezó a gestar en febrero de 2004 en el Parlament. Se acercaban las generales y nada hacía presagiar que los atentados de Atocha iban a poner patas arriba la política española. El leonés, consciente de que podía perder el caladero de votos en la región, así como el poder en la misma, dio aire a los secesionistas, que llevaban tres meses sosteniendo a Pasqual Maragall como president gracias al Pacto del Tinell, germen del gravísimo problema que pone en jaque la unidad de España. 
Dentro del Partido de los Socialistas de Cataluña maniobraba en la sombra José Montilla, que cierto día advirtió a Zapatero que, una vez que cruzara el umbral de la entrada de la sede de la calle Nicaragua, era otro partido distinto del PSOE. El cordobés alimentó a la bestia, que, al final, provocó que hasta el mismísimo Maragall rompiera el carné del partido, por las intrigas del andaluz y, sobre todo, porque le sabía a poco ese Estatut que en 2010 fue seccionado en artículos como el Cataluña es una nación, que no se cansaba de repetir una y otra vez otra alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, Manuela de Madre, una de las personas de máxima confianza del antiguo primer edil de Barcelona. También se puso de moda desde entonces el derecho a decidir. 
A día de hoy, con un Pedro Sánchez capaz de suplicar al primer ministro griego, Alexis Tsipras, para que convenza a Pablo Iglesias, que exige el referéndum, de que le apoye, la tregua en el seno del PSC es muy frágil, y solo los decentes resultados el 9-N (se mascó la tragedia) salvaron la situación. Otro descalabro en las urnas puede suponer una escisión en toda regla, y no pequeñas grietas como antes.