Poco o nada parece que puede amilanar al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, quien se ha enfrentado durante años a una firme oposición en su país e, incluso, a un intento de golpe de Estado hace apenas dos años. Y tampoco se va a amedrentar ante el nuevo paso dado por Estados Unidos, cuyo líder, Donald Trump, aprovechó el pasado viernes la crisis que atraviesa la lira otomana -con una fuerte devaluación- para asestar un duro golpe a la economía de la nación euroasiática y anunciar un incremento de los aranceles al aluminio y el acero.

El aumento de las tasas supondrá un severo varapalo a las finanzas, pero Erdogan, lejos de claudicar y pedir un diálogo con su homólogo, se lanzó al ataque, acusando a Trump de «dar la espalda» a su país, un aliado de la OTAN. Y, además, agregó que, en el caso de que Washington siga en esta línea, Ankara no dudará en «buscar nuevos amigos y socios». «Nuestra colaboración podría correr peligro», avisó.

Para el mandatario, la razón de la decisión de la Casa Blanca es clara: se trata de una represalia por la negativa a liberar al religioso norteamericano Andrew Brunson, acusado de simpatizar con el golpismo. «Si EEUU nos está dando la espalda, eligiendo en su lugar a un pastor, lo sentimos. Nosotros vamos a continuar nuestro camino», declaró.