Un rebaño mirandés en el desierto

Raúl Canales / Miranda
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La solidaridad ciudadana y la labor de Andrés Araiko ha permitido comprar ya nueve camellas para los refugiados saharauis

 
La leche de camella es un producto tan escaso como necesario en el Sahara. Sus propiedades ayudan a salvar vidas en una región en la que la principal fuente de alimento es la ayuda internacional. Pititi y Matilla se han unido en los últimos días al rebaño que la solidaridad mirandesa ha logrado reunir a lo largo de  una década de colaboración encabezada por Andrés Araiko. Dos nuevos ejemplares para una manada que pastoreada de forma comunal, suministra a hospitales y escuelas. 
El vínculo con  Miranda está tan presente en los campamentos de refugiados saharaui que uno de los principales refugios para los pastores nómadas  se llama Pouso, en honor al exentrenador rojillo. Y es que en la región de El Aaiún, todos conocen a Araiko, polifacético cooperante que tan pronto regatea en los mercados el precio de las camellas como ejerce de fisioterapeuta en el hospital para las víctimas de guerra. También importó el burro como medio de transporte para los lisiados, «y cada vez es más común porque el macho que compré es un seductor», apunta entre risas. 
Aunque llevaba dos años sin poder acudir a su cita con el pueblo saharaui, su ‘fama’ en el lugar sigue intacta. Incluso el hijo del presidente de la República le invitó a cenar en agradecimiento. No fue una cena de gala ni con el lujo que suele presidir las ceremonias en occidente. Pero cuando alguien ofrece lo poco que tiene, una jaima familiar vale más que cualquier palacio y un modesto plato es un manjar. 
 
muerte silenciosa. Después de una década de cooperación, Araiko se siente un saharaui más. Por eso habla en primera persona de las luchas de un pueblo que no se resigna. Los ojos de este mirandés han visto de todo en el desierto. Han contemplado la belleza de las dunas pero también  muerte y persecución. Uno de sus mejores amigos yace postrado hace años en una cama por intentar salvar a otro compañero de una mina que acabó estallando sobre su espalda. «Les obligan a vivir en una situación límite, condenados a una muerte silenciosa con la complicidad de las principales potencias», denuncia. 
Desde que pisó por primera vez el Sahara admite que ha  habido mejoras. «En algunos pueblos ya hay luz, se han construido algunas carreteras y también un hospital». Sin embargo, las condiciones de vida han sufrido un retroceso. La crisis mundial ha reducido al mínimo la ayuda internacional, y sin ella, no hay recursos para subsistir. «He visto casos de raquitismo que antes no existían y cada vez más desnutrición porque la escasez de alimentos es total», explica. 
La imposibilidad de que el Frente Polisario pudiera garantizar la seguridad de los cooperantes ante la constante presión de Marruecos, también ha influido. Es una forma más de asfixiar a un pueblo «con un corazón enorme y que solo quiere recuperar su territorio y vivir en paz», sentencia.