Tras el amor y nuevas experiencias

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Diego Fernández-Lomana abandonó Burgos para buscarse la vida en Luxemburgo, donde vive su novia: «Los que me llamaron loco por dejar mi trabajo, ahora me felicitan»

El chapista burgalés Diego Fernández-Lomana pule un Aston Martin en Luxemburgo. - Foto: M.L.F.

Míriam López Fernández / Luxemburgo

Se llama Diego Fernández-Lomana y la suya no es una historia de emigración como la de la mayoría. En su currículum no había ni máster ni título universitario que le obligara a buscar un trabajo a la altura. De hecho, gracias a su formación profesional como chapista y mecánico nunca tuvo que invertir demasiado tiempo en encontrar un empleo adecuado en Burgos, ni sintió nunca esa frustración que sufren cada día muchos jóvenes en España.

Sin embargo, llegó el día en el que este joven burgalés de 27 años se dio cuenta de que vivir entre la rutina y la comodidad era demasiado sencillo. Para disfrutar de esas aventuras y emociones con las que se había atrevido a soñar hacía falta tomar una decisión. Y aprovechando que su novia se marchaba unos meses a trabajar a Luxemburgo, decidió que también había llegado la hora de hacer su maleta.

Muchos fueron los que no comprendían cómo podía dejar un trabajo estable durante la crisis. Los mismos que ahora le felicitan, entonces le llamaron «loco», pues creían que se estaba equivocando dejando atrás una vida que no le había planteado ninguna dificultad. Pero el amor y las ganas de recorrer el mundo, como él asegura, le ayudaron a seguir adelante.

Una vez instalado en la capital del Gran Ducado y tras el ajetreo de los primeros días para buscar un apartamento a un precio asequible aterrizó casi sin darse cuenta en una nueva rutina. Tuvo que hacer un nuevo currículum y dárselo a un amigo para que se lo tradujese. «Cuando llegué sólo sabía decir ‘bonjour’ en francés», afirma. En estas condiciones, la búsqueda de empleo no parecía fácil. «Pasaba las mañanas recorriendo los talleres de la ciudad, pero la comunicación era muy difícil. Yo sólo podía hablar en inglés y ellos me hablaban en luxemburgués, alemán, francés o portugués», recuerda Diego Fernández-Lomana.

A pesar de todo no le resultó tan complicado como preveía; en menos de un mes le habían llamado para un puesto cambiando ruedas durante la temporada de invierno. «Cuando eres inmigrante e incapaz de hablar idiomas tienes que aceptar este tipo de tareas, aunque sea por un tiempo». Fue uno de los trabajos más duros que ha hecho nunca, asegura, pero gracias al trato con los compañeros y los clientes empezó a entender francés.

Alta gama

Estar desocupado no era motivo de agobio para Diego, pues estaba dispuesto a utilizar sus ahorros para poder disfrutar de la experiencia de vivir por primera vez fuera de Burgos, a la vez que mejoraba sus idiomas. Pero, para un amante del motor, el espectáculo de coches de lujo que circulan cada día por las calles de Luxemburgo fue un aliciente para encontrar alguna nueva ocupación en la industria del automóvil. Así, tras una semana cubriendo una baja como chapista, pronto le llamaron de su actual trabajo, en el que ya lleva más de dos años y en el que se dedica a limpiar, pulir y desabollar coches, en la mayoría de los casos, de alta gama.

«Trabajamos con coches que en España son muy difíciles de ver y prácticamente imposibles de conducir. Marcas como Rolls-Royce, Lamborgini o Bentley son algunas con las que tratamos todos los días. Al principio, estaba emocionado sólo con verlos; luego uno se acostumbra», confiesa.

Aunque empezó haciendo los trabajos más básicos y cobrando el salario mínimo, a medida que fue dominando la lengua y recibiendo más responsabilidades su jefe le fue ascendiendo hasta hacerle encargado del equipo: «En este país, si demuestras interés por tu trabajo, no es difícil conseguir mejoras dentro de tu empresa», explica. En Burgos, dice, «hubiera sido imposible trabajar con este tipo de coches y conseguir un ascenso en puesto y salario en menos de 2 años. Eso sí, aquí el ritmo de trabajo es mucho más duro».

Todo lo relacionado con el mundo del automóvil parece un negocio seguro en Luxemburgo, pues, según relata, aquí el nivel de vida es muy alto y a la gente le gusta cuidar bien sus coches. Cada día reciben una media de 15 a 20 clientes que están dispuestos a pagar entre 80 y 1.000 euros por lavar o pulir su vehículo.

Integración

Más allá de lo profesional, que nunca fue el motivo principal que le animó a salir de España, la experiencia, en general, está siendo positiva: «Ahora hablo francés y he mejorado mucho en inglés. Cuando sales de tu ciudad empiezas a ser consciente de la importancia que tienen los idiomas si quieres viajar y conocer personas de otras nacionalidades. En Burgos, con tu trabajo y tus amigos de siempre, no consideras que vivir en otro país pueda ser una aventura tan interesante», subraya este joven mecánico.

En Luxemburgo, la integración no resulta difícil, pues casi la mitad del país es inmigrante y la atmósfera, sobre todo en la capital, es muy internacional. La mayor parte son jóvenes viviendo en la misma situación, por lo que encontrar planes no suele ser un problema: «Tengo algún amigo francés y alemán, aunque la mayoría son españoles». Cuando llegó tenía claro que intentaría relacionarse lo mínimo posible con gente de nuestro país, para mejorar los idiomas, pero al final ha sido misión imposible: «Se echa de menos el carácter, la alegría y el humor de los españoles», asegura.

Volver a España

Cuando recuerda España, lo primero que le viene a la cabeza es la familia y la comida. «Echo de menos a mi familia, en especial a mi abuela y sus guisos. Aquí no encuentro la misma calidad en los alimentos y además no queda ni tiempo ni ganas para meterse en la cocina», confiesa.

No tiene miedo a volver, pues está convencido de que podría encontrar un trabajo en el mundo de la automoción, aunque las condiciones nunca serían las mismas que en Luxemburgo. «En unos años me gustaría vivir en España, a pesar de que otros países ofrezcan más oportunidades. Pero aún no ha llegado el momento de poner el punto final a esta aventura».