Don Diego y el Concilio de Aranda

Máximo López Vilaboa / Aranda
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El estreno de la nueva versión de El Concilio de Aranda es una magnífica excusa para acercarnos a la explicación que de este hecho histórico ofreció en un periódico local el que fuera ministro con Alfonso XIII, Diego Arias de Miranda

Detalle del retrato de don Diego Arias de Miranda, realizado por Marceliano Santamaría. - Foto: Archivo Máximo López

Este fin de semana se ha estrenado la obra de Carlos Contreras y Félix Estaire ‘Aranda, 1473’ y que tiene como base argumental el Concilio de Aranda. Este nuevo guión del Concilio de Aranda es una magnífica ocasión para acercarse, a través del teatro, a uno de los acontecimientos históricos más relevantes de la capital de la Ribera. Hoy nos vamos a acercar a este gran capítulo histórico a través de las palabras de una persona que también forma parte de la Historia de Aranda, a través del relato del que fuera ministro con Alfonso XIII, Diego Arias de Miranda (1843-1929).

Este ilustre arandino, al que se le conocía y se le sigue conociendo entre sus paisanos como Don Diego, era un gran conocedor de la Historia de España y al final de su vida colaboró con distintos artículos en el periódico local El Eco de Aranda. El interés por la Historia no era algo esporádico sino que hundía sus raíces en los mismos orígenes de su formación universitaria. Tras sus estudios de bachillerato en el Real Seminario de Vergara cursó Derecho en la Universidad Central. Obtuvo el doctorado en Derecho Civil y en Derecho canónico, especializándose en Derecho Administrativo. La tesis doctoral que presentó llevaba por título ‘Constitución política de España: carácter y elementos de esta constitución en la monarquía de Castilla y de León; modificaciones y carácter bajo la dinastía austriaca’. Por tanto, aunque sus estudios fueron jurídicos, les supo dar un enfoque histórico.

Hay un curioso artículo publicado en el periódico arandino el 1 de diciembre de 1928, medio año antes de su muerte, en el que cuenta a sus paisanos las principales características del Concilio de Aranda. Lo hace en un lenguaje llano y compresible para cualquiera, con estas palabras: «Celebróse en nuestra Iglesia Parroquial de San Juan Bautista en Diciembre de 1473, y aun cuando el Concilio se convocaba para corregir las costumbres del Clero, no era un secreto para nadie que su verdadero objeto era el de granjear voluntades entre los concurrentes a favor de la Infanta Doña Isabel en la gran lucha en que estaba empeñada con su propio hermano y teniendo que sufrir la enemiga de muchos magnates y hasta la oposición del Papa».

A continuación el exministro arandino relata a sus paisanos el estado social y político de la época, un «estado de desolación y de ruina que se había apoderado de Castilla, en donde toda autoridad estaba relajada aun en las mismas gradas del Trono, donde se había adulterado la moneda, donde los magnates luchaban entre sí y hacían a los pueblos víctimas de sus depredaciones y violencias, donde los caminos públicos estaban infestados de bandidos y como dice un historiador, en medio de aquel desenfreno universal el derecho del más fuerte era el único que reinaba, cuyo cuadro ennegrece un escritor tan renombrado como Lucio Marineo Sículo, diciendo que muchas ciudades y pueblos estaban cruelmente fatigados de muchos y cruelísimos ladrones, de homicidas, robadores, de sacrílegos, de adúlteros, de infinitos insultos y todo género de delincuentes. Aquí, en Aranda mismo (y es una pequeña prueba de aquel estado de cosas) ocurrió que toda esta comarca se veía asolada por uno de aquellos rebeldes magnates, el Señor de Estúñiga, cuyas violencias colmaron en tales términos la paciencia y la indignación de los naturales de la Villa, que formaron un cuerpo armado con el cual persiguieron y derrotaron a aquél, y como, por otra parte, eran ya insufribles para ellos los vejámenes a que les sometía la justicia y todos los oficiales puestos por la desenvuelta doña Juana, los echaron de la Villa, con tanta más razón cuanto que esta Señora no tenía otros títulos a su posesión que el capricho del Rey, que había querido mostrar, así en 1462, por gratificación de su preñez, tan deseada y tan discutida, y que precisamente se hizo pública en nuestro pueblo. Separáronse, pues, los arandinos del partido de aquella Reina, cuyo retrato hace en una frase el cronista Alonso de Palencia, diciendo que más oviese menester freno que espuela, y se adhirieron al de la bondadosa Isabel, suceso que produjo gran contrariedad en el campo de aquélla, y contento en el de ésta, a la cual por unánime aclamación del vecindario, llamaron a sus muros, correspondiendo Isabel a tal efecto con las muchas visitas que a este pueblo hizo. En una de ellas, en el invierno de 1473, vino acompañada del batallador y poderoso Cardenal Arzobispo de Toledo don Alfonso Carrillo, que era a la sazón uno de sus más decididos partidarios».

Don Diego no quiere escandalizar a sus paisanos sobre detalles morbosos de moral y costumbres de los clérigos de la época, aspectos que abordan los cánones del Concilio de Aranda. Lo hace con estas palabras al hablar de los cánones que se aprobaron en Aranda: «Ocasión sería ésta para ocuparnos de algunos de ellos, pero lo creemos ajeno a este modesto trabajo, y porque muchos de esos cánones se refieren a vicios y a costumbres felizmente desaparecidas al presente, y algunas de las cuales podrán ser hoy en su publicación objeto de escándalo. Baste a nuestro propósito y al interés histórico relacionado con nuestro Aranda, dejar consignado, según el testimonio de todos los cronistas de aquella tumultuosa época, el carácter político que tuvo el Concilio de Aranda y lo que, racionalmente pensando cabe suponer, que unido a las grandes reformas planteadas por los Reyes Católicos, pudo contribuir al afianzamiento de la paz pública y al sosiego y bienestar de toda la región castellana».