Cuando todo comienza a nublarse un poquito de nuevo es cuando la miro a ella y no puedo evitar el preguntarme en qué momento de nuestras vidas perdemos eso que llamamos ilusión. Cada día cuesta más levantarse, ponerse en pie y seguir por este camino que parece lleno de trampas y sinsabores y es entonces cuando la miro y me doy cuenta que, a pesar de todo, ella es feliz.

Aunque fuera parece que brilla el sol, aquí dentro vuelven a asomar algunas nubes negras causadas por el cansancio que vuelve a aparecer y por ese sentimiento inevitable de agotamiento a estas alturas del proceso; es entonces cuando voy a buscarla para contagiarme de esa felicidad y esa ilusión permanente por cada cosa nueva que hace o que descubre; yo también quiero.

Me mira y me sonríe. Su sonrisa es mágica; no sé qué tiene pero todo lo cambia. Quizá es por el brillo de sus enormes ojos, o por ver cómo se le achinan cada vez que se ríe con todas sus ganas, o por esa boca chistosa que ahora tiene porque ha perdido ya varios dientes, o por el sonido que emite con cada carcajada, o simplemente porque se ríe, porque su risa no conoce miedos ni temores; es una risa pura, de corazón y que brota desde lo más profundo de su alma.

Yo también quiero…