El alma del artista

R. Pérez Barredo / Burgos
-

El fotógrafo Ángel Herraiz trabaja en una impresionante serie sobre los talleres y estudios de los artistas burgaleses • «El lumen de los creadores se traslada al espacio que ocupan de una manera voluntaria o involuntaria», asegura

Adentrarse en el territorio más íntimo de un artista, en su taller o en su estudio, puede constituir algo muy parecido a una epifanía. En esos espacios de ensoñación llega a sentirse una magia especial, un aura casi sagrada de orígenes remotos, tan antiguos como la belleza, ideal que persigue todo creador.Cualquier detalle -un boceto, un lápiz, una viruta de madera, un bote de pinceles, la disposición de las herramientas y las obras- puede ofrecer la medida del artista y a la vez su retrato más personal: en esos lugares evocadores que huelen a pintura, trementina, aguarrás, cola o madera anida el alma del creador; en ellos está su espíritu indómito y libre. Así le sucedió en cierta ocasión a Ángel Herraiz, avezado cazador de lo imposible. El fotógrafo burgalés entró por azar en el estudio de un escultor días después de que éste hubiera muerto. Sintió una suerte de conmoción: la presencia del desaparecido artista oprimía el ambiente, como si su alma no se hubiera extinguido con él y permaneciera allí, entre las paredes del estudio, asaeteadas de leonardescos dibujos a carboncillo que, como un testamento, había depositado en ellas como una impronta eterna.

Mareado, con el corazón desbocado, Herraiz fue víctima del Síndrome de Stendhal. «Fue a la vez hermoso y asfixiante, pero realmente sentí la presencia del artista», admite Herraiz. Se repuso a duras penas, pero lo suficiente como para sacar la cámara de fotos que siempre le acompaña -y es una extensión de sí mismo- y disparar. Varios días después, sobrepuesto por la honda impresión que le causó aquella visita, reveló las imágenes, que le confirmaron cuanto había sentido: las fotografías poseían el halo inconfundible de una energía vital, irradiante de un magnetismo único.

Aquella fue la idea seminal de una serie en la que lleva años trabajando. Una colección de imágenes cautivadores, de arrebatadora belleza, que trascienden a la impecable y deslumbrante factura técnica. Cierto que los estudios y talleres se presentan sin los artistas. Pero ellos están tan presentes o más que si aparecieran en las imágenes. «El lumen de los creadores se traslada al espacio que ocupan de una manera voluntaria o involuntaria. Hay algo que subyace, que llega», explica el prestigioso fotógrafo, que acumula ya en torno a medio centenar de espacios de trabajo de artistas burgaleses.

Esta singular serie se convirtió en un proyecto ambicioso después de que, también por casualidad y días antes de que se fuera para siempre, fotografiara el taller de Andreas Hadji Yianacou, el luthier chipriota que durante veinte años desarrolló el arte ancestral de la confección de instrumentos de cuerda en el número 47 de la calle Fernán González. Para esa imagen, que ilustra este reportaje, no se han inventado todavía las palabras exactas: es un lugar hechizado, de cuento de hadas, que huele a madera recién lijada, hecho de luz y melodías.

«Intento capturar la esencia, y para ello tengo que luchar también con los artistas, porque a veces no se dejan o porque intentan manipularte: te muestran los espacios que ellos quieren, pero mi proyecto es otro.Yo quiero captar su alma, y ésta se puede encontrar en la mesa de trabajo, donde sólo hay unos lápices, un dibujo y unas gafas, por ejemplo», explica el fotógrafo, que se encuentran tan entusiasmado como satisfecho con esta maravillosa colección, repleta de verdaderas joyas, algunas de las cuales evocan rasgos de grandes genios del arte: por estas instantáneas de Herraiz asoman Vermeer, Rembrandt o Velázquez. Entre los más llamativos ejemplos de estas referencias únicas, la fotografía que tomó del estudio de Román García. Una oda a la luz, que en la instantánea de Herraiz se posa en los objetos desde el mismo ángulo y de la misma manera que el desaparecido pintor burgalés la proyectada en sus cuadros. Realmente impresionante.

No se pone límites Herraiz. Así, por su objetivo no pasan únicamente artistas plásticos, también escritores, músicos, forjadores... «Para mí es un reto incorporar a otros artistas. Captar otros ambientes, aunque sean más complicados». Paciente, sin prisa, esperando a que los dioses de la luz se le aparezcan (aunque él es capaz de convocarlos como sea), por el objetivo y la mirada sabia e intuitiva de Ángel Herraiz han pasado ya los talleres de Andreas, Román, Humberto Abad, Ignacio del Río, Fernando Arahuetes, Segundo Escolar, Paco Ortega, Rubén Arroyo, Teodoro Ruiz, Revilla XII, Carlos Armiño, Enrique Barrio, Raquel Condado, Solaguren, Cristino, Néstor Pavón, María José Castaño, Ana Núñez, Alejandro Yagüe y Tino Barriuso, entre otros. Quien deberá ahora ser paciente es el público: ojalá que Herraiz no tarde en mostrar a la ciudad tanta belleza.