La innovación germina en el campo

G. Arce / Burgos
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Tres jóvenes ingenieros burgaleses, hijos de agricultores, descubren en las algas del pilón un nuevo fertilizante y alimento para ganado y, además, son pioneros en España en el mapeo de suelos

No forman parte de los nuevos agricultores surgidos en la crisis económica, pero sí apuestan por una nueva agricultura más sostenible y respetuosa con el medio ambiente y con menores costes para el productor. Jorge Miñón, Alejandro Manrique y Gonzalo Ruiz no son profanos en la materia, han mamado el campo burgalés desde la infancia -en Ros, Quintanamanvirgo y Villadiego, respectivamente- y han regresado al mismo con 29, 27 y 35 años a través de la puerta de las Universidades de Burgos y Valladolid, como ingenieros agrónomos (Jorge y Alejandro) y de telecomunicaciones (Gonzalo). Su propuesta, materializada a través de la empresa Agrae (una spin-off nacida en las aulas), es rompedora y nada fácil de implantar para un sector primario en el que están muy arraigados los usos tradicionales, pero que necesita la innovación como el agua de mayo.

El laboratorio de Agrae se ubica en la casa madre, el invernadero instalado en uno de los laterales de la Escuela Politécnica Superior de la Milanera, junto a los talleres de ensayos de la industria de la automoción o de los nuevos materiales. En el interior, cultivadas sobre dos canaletas cubiertas permanentemente por una lámina de agua en movimiento prosperan dos tipos de algas -una verdosa y otra amarronada- con dos destinos diferentes: como proteína para la alimentación de rumiantes (vacas, ovejas, cabras...) y como biofertilizante para cultivos de valor añadido como los hortícolas. Para sorpresa de los profanos en la materia, se trata de algas autóctonas y muy conocidas, «que nacen en los charcos de los caminos y en el pilón del pueblo -detalla Diego Miñón-, por lo que en su transformación no se añade nada ajeno al suelo o al pienso».

A pesar de ser tan abundantes e ignoradas, nadie había reparado en su principal virtud, las proteínas, y menos se había aventurado a realizar una tesis doctoral sobre su existencia. «La Unión Europea es deficitaria en proteínas, por lo que necesita importarla de terceros países (principalmente del cultivo de la soja) para alimentar a su ganadería», resume Jorge Miñón, que ha pisado muchos charcos en su Ros natal. Algunas de las algas que se llevaba en la suela de las botas aportan más proteínas que la soja importada, pero nadie, hasta ahora, se había preocupado de extraerla.

En esta tarea están estos tres agricultores de la I+D: el que aporta la ideas ‘psicodélicas’ (Jorge), el manitas (Alejandro) y el tecnológico (Gonzalo). Su proyecto es cultivar estas algas del páramo de manera industrial, en módulos inclinados y sometidos a un riego permanente. La Navicula, Klebsormidium, Oocystis y la Spirogyra prosperan en apenas 15 días y forman una masa gelatinosa que se debe raspar y dejar secar. La biomasa resultante, el polvillo de color verde o amarronado presentado en saquitos, se puede mezclar con la paja que come el ganado o espolvorear en el suelo a cultivar, entre otros usos. Incluso, Agrae ya trabaja en un novedoso proceso para inocular este alga viva en la propia semilla, para que estimule todo su proceso de crecimiento de una forma natural.

El coste de este extracto seco estaría entre los 40 y 70 céntimos el kilo, estima Miñón, quien añade que «el objetivo es alcanzar un coste atractivo para nuestro cliente final: el agricultor».   

La comercialización de algas aún está en la escala piloto -y en fase de tesis doctoral-, aunque es obligado su saldo al mercado. «Estamos intentado conseguir un proyecto de financiación europea o nacional para desarrollar estos módulos de cultivo y dar ese salto». En este sentido, la Unión Europea está primando los proyectos de I+D más orientados al mercado, como es este caso, e incluso ya hay empresas internacionales que conocen las investigaciones que se desarrollan en la Milanera.

Los usos de estas algas forman parte de una patente de las universidades de Burgos y Valladolid, de la que son inventores estos investigadores burgaleses y que ha licenciado Agrae. En paralelo se está intentando poner en marcha un grupo operativo en el que participe el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Burgos y Cantabria con el fin de lograr los esperados apoyos europeos.

Pese a tratarse de una empresa muy joven, de apenas dos años de trayectoria, ya cuenta en sus vitrinas con el primer Premio del Campus Emprendedor 2013, convocado por la Junta de Castilla y León y el Campus de Enseñanza Superior de Castilla y León.

Secretos del suelo

 

Aunque han dado prioridad a sus tesis doctorales, Agrae ya obtiene ingresos a través del desarrollo de la agricultura de precisión, una técnica pionera y única en España que permite ‘auditar’ los suelos para lograr el máximo rendimiento y calidad de producción de los mismos y los menores costes posibles para el agricultor. Gonzalo Ruiz, el experto en telecomunicaciones del grupo, centra su tesis doctoral sobre este ámbito.

Los principales clientes de la agricultura de precisión son viticultores de la Ribera del Duero, aunque también están trabajando en las plantaciones de tabaco de Extremadura. Al mapeo de los suelos añaden el estudio de su caracterización, es decir, analizan el color de los mismos para ver su capacidad de captar el calor solar,su conductividad térmica; o el clima al que están sometidos instalando estaciones de monitorización.

La agricultura de precisión se realiza mediante la aplicación de corrientes eléctricas de Fourier al terreno a una profundidad de 36 y 90 centímetros. Es un proceso que se realiza con un quad al que va acoplado una especie de arado con discos que realizan las descargas. «Así podemos comprobar cómo es de diferente u homogéneo el suelo de una finca, qué zonas deben fertilizarse más o menos, en qué zonas hay que vendimiar antes o después que otras, dónde plantar...».

Estas técnicas son ya habituales en zonas vinícolas de Chile, Argentina, Estados Unidos o Australia, competidores del vino español. «El enólogo entiende estas mejoras, pero aún hay que convencer al propietario de la necesidad de implantar estas técnicas y que el capataz aplique la información generada en el campo».