Día de limpieza en Salas

Gadea G. Ubierna / Salas
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Después de la avenida del Arlanza que anegó numerosas viviendas y comercios de la localidad el viernes por la tarde, los vecinos aprovecharon la relativa tregua de ayer para supervisar los muchos desperfectos

Tres fechas tienen grabadas los vecinos de Salas a causa de las crecidas del Arlanza: 1982, 1997 y febrero de 2016. «Ha sido horrible. No dejaba de llover y fue tan rápido que no nos dio tiempo a reaccionar», comentaba ayer a primera hora Gloria Camarero, la propietaria de la tienda de manualidades de Cardenal Benlloch. Una céntrica calle en la que ayer, a derecha y a izquierda, la imagen era la misma: comerciantes y hosteleros retirando de las puertas las barreras de aislante cerámico, espuma de poliuretano o yeso y tablones. Muretes de contención que hicieron posible que, para ellos, la avenida del viernes se quedara en poco más de una anécdota para comentar en las muchas tertulias de la jornada. «Si no lo hubiéramos puesto, nos hubiera entrado porque otros años, incluso con deshielo de nieve, el agua no había pasado del bordillo de la carretera y ayer [por el viernes] subió más de veinte centímetros», apostillaba Camarero.

Nadie en el pueblo termina de explicarse por qué se produjo una crecida tan rápida en tan poco tiempo. Hay que tener en cuenta que, según datos oficiales, el Arlanza alcanzó a las 17.00 horas un nivel máximo de 3,3 metros de altura y un caudal de 262,78 metros cúbicos por segundo, cuando el mínimo del mes a su paso por el municipio ha sido de 0,34 metros de altura y 2,14 metros cúbicos por segundo  «El problema fue que el pico más alto, el máximo, aguantó mucho tiempo. Otras veces subía, pero enseguida bajaba», explicaba Martín Alonso, el propietario de Calzados Pineda, espátula en mano.

Sin embargo, las molestias para los comerciantes de Cardenal Benlloch no eran nada en comparación con el panorama que se vivía a escasos metros, en la plaza ajardinada del Condestable. La cara de Isabel Cuadrado, dueña de la joyería y mercería Romero, lo decía todo. Su tienda es referencia para el resto porque siempre, en todos los casos, es la primera en inundarse. Porque está más próxima al Arlanza, porque esa hilera de casas está algo más baja que el resto y porque hay aguas subterráneas. «Entonces, coge nivel y mana», explicaba Cuadrado matizando que esa particularidad implica que le entra agua por la parte delantera y por la trasera. Es decir, por la puerta principal y, en lo relativo a la trastienda, no es capaz de especificarlo. «Es que no sé, entra por todas partes. Un azulejo de la cocina tenía una ranura y por ahí salía un chorrito como si fuera una fuente», apunta, entre resignada y harta. «No somos capaces de quitar la humedad de las paredes, huelen hasta en verano».

Al igual que sus vecinos, Cuadrado destaca que la diferencia entre esta crecida y las anteriores fue la rapidez. «Otras veces nos da tiempo a levantar las cosas, pero el viernes no pudimos hacer nada», cuenta, mientras coge una caja con un frasco de colonia y crema corporal cerrada y, al volcarla, cae un chorrillo de agua. «Hemos perdido género, muebles y unos cuantos días hasta que organicemos todo», remata.

El nivel del agua alcanzó 30 centímetros en este local, inundado desde las 16.30 horas del viernes hasta las 23.00 horas, cuando el Arlanza empezó a bajar y los bomberos pudieron acercarse para ayudar a Cuadrado y a su familia a achicar. Pero, como sabe por experiencia, todavía tiene para unos cuantos días.

Lo mismo que sus vecinos de inmueble, Casto García y Dorina López, que viven en Burgos y desde la distancia, lo único que podían hacer era imaginar hasta dónde habría llegado el agua. Su cuñado, Germán Fierro, que sí vive en Salas explicaba apesadumbrado que no le había dado tiempo a llegar a la casa de la plaza Condestable para intentar evitar la inundación. «Fue tan rápido... Estaba echando la partida y cuando salí ya no pude hacer nada», reiteraba, destacando que el agua tenía tanta fuerza que «tuvieron que darme la mano en la esquina [del jardín] porque me caía». A las diez de la mañana, eso sí, estaba junto a García y López para ponerse manos a la obra y devolver a la casa su aspecto normal cuanto antes. «No hay más que dejarlo secar y limpiar», concluía Dorina, apoyada en el marco de la puerta y cruzando los dedos para que la previsión de nieve de esta semana no vuelva a convertir la vivienda en un barrizal.