Castrillo rompe su soledad

M.J.F. / Castil de Carrias
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Cien descendientes de este pueblo deshabitado regresan hoy para celebrar una fiesta junto a las casas en ruinas que sirvieron de plató cinematográfico para el bombardeo de Guernica • No vive nadie pero no faltan visitas

Hoy es sábado, el último sábado del mes de agosto. Los descendientes del inhóspito pueblo de Castil de Carrias, situado a medio camino entre Briviesca y Belorado, tienen una cita. Cien de ellos, celebrarán una fiesta junto a las casas en ruinas que hace tres años sirvieron como plató cinematográfico para grabar el bombardeo de Guernica. Habrá misa, música, comida y juegos.

El último habitante murió en 1994 después de vivir completamente solo durante 19 años. Unos cazadores le encontraron muerto en las escaleras de casa. Fortu, presidente de la Asociación de Amigos de Castil de Carrias, aclara antes de empezar a responder a las preguntas para el reportaje que «Castrillo no es un pueblo abandonado, sino un pueblo deshabitado».  Dice Castrillo porque así llaman al núcleo los nacidos en él, aunque ese nombre no aparece en ningún documento oficial.

Desde primeros de julio, Fortu y otros burebanos se han encargado de los preparativos de la fiesta de hoy. «Ya son quince años seguidos y no decae», declara Amparo quien explica que «llevamos todo desde Briviesca: las sillas, las mesas, los platos y hasta el papel higiénico y las bolsas de basura». Y es que en Castil, prácticamente no hay nada.

Apenas sin nada

«A mí me da mucha tristeza pensar que si traigo a mi padre al pueblo, tengo que traer hasta la silla para que se siente», explica el último nacido en el pueblo. Se trata de Gonzalo, de 47 años. «Me llevaron con cuatro años a Briviesca; de Castrillo tengo recuerdos muy vagos de mis abuelos y de la cosecha», indica. Las casas de Castil están desvalijadas. Se han llevado puertas, ventanas, muebles, azulejos y hasta lo que no está escrito. La iglesia es casi un esqueleto pero hoy es día de fiesta.

El pueblo se llenará de coches y de niños. A la comida se han apuntado descendientes que actualmente residen en Briviesca, en Burgos, en el País Vasco o en Madrid. Han pagado algo más de 40 euros por cabeza y tiene un ‘todo incluido’, señala Amparo. «Vivimos de los recuerdos que fueron buenos» sentencia Nieves, vizcaína de adopción. «Aquí ha habido fiestas con verbena hasta los años 50 ó 60», apunta Florencio, un constructor jubilado y afincando en Briviesca que se jacta del recio carácter que le ha imprimido su pueblo.

«Este viento que siempre sopla aquí, nos ha hecho duros», asegura. También alaba a su patria chica, Irene. Presume de haber protagonizado la última boda del pueblo a mediados de los sesenta y de escribir poemas en un blog. En Castrillo jamás ha habido agua corriente en las casas. Los vecinos se apañaban con la lluvia que almacenaban en depósitos de uralita. En el pueblo no vive nadie pero no faltan visitas. Hay desconocidos que llegan para rematar el saqueo de los últimos años, periodistas que quieren ilustrar la decadencia de los pueblos castellanos o cineastas buscando el plató perfecto para contar historias de destrucción. Los cazadores también son constantes y los curiosos que pasan como una bala con sus motos quad. Pero no se acaba aquí la lista. Hasta parejas de novios llegan a Castrillo para besuquearse apostados en corrales en ruina para su álbum de boda. Parece que el verdadero encanto del pueblo es su... inquietante soledad.