Como manda la tradición, no fue necesario utilizar paraguas porque el tiempo respetó el acto central y de mayor atractivo de la Semana Santa arandina: la fiesta de la Bajada del Ángel con la que se celebra la aparición del ángel que anunció a la Virgen las Resurrección de Cristo. Un ritual que, pese a algunos despistes con el cambio horario, reunió en la plaza de Santa María a miles de personas de todas las edades, muchos de ellos turistas atraídos por la peculiaridad de esta pintoresca representación.
Se trata de una fiesta declarada de Interés Turístico Regional que organiza la Cofradía de la Virgen de la Misericordia o de las Candelas. El acto tiene ciertas reminiscencias del teatro medieval y sus orígenes apuntan según diversas fuentes hacia los autos sacramentales barrocos, si bien el investigador etnográfico ribereño Fernando Lázaro desmitifica estas teorías para situar el rito en torno al siglo XIX. Una ceremonia que se celebra también el Domingo de Resurrección con igual devoción y expectación, aunque con algunas variantes ceremoniales, en otras cinco localidades españolas: Peñafiel (Valladolid), Tudela (Navarra), Alfarrasí (Valencia), Muros (A Coruña) y Ariza (Zaragoza), y que tiene también algún paralelismo con la representación del Misteri de Elche, que tiene lugar en el mes de agosto.
La celebración arrancó a las 11.00 horas con la salida del templo de la imagen de Cristo Resucitado que, tras procesionar solemnemente por la villa, se encontró media hora más tarde frente a la fachada gótico-isabelina con la talla de Nuestra Señora de la Misericordia cubierta con un mantón de luto.
A partir de ahí el protagonismo recayó en el niño-ángel, papel que este año encarnó Arturo Pascual Díaz, un inquieto chaval de cinco años que seguía la estela de su hermano Álvaro Ángel, que ya tuvo su momento de gloria hace tres años.
Del cajón simulando el cielo anclado a la fachada del templo, emergió movido por un sistema de cuerdas y poleas -que se encargan de manejar con maestría los empleados de la Brigada Municipal de Servicios- un globo blanquiazul que, al llegar a la altura de la Virgen se abrió entre vítores y aplausos, emergiendo entre una lluvia de confeti el niño-ángel. Álvaro tan solo pudo soltar una de las dos palomas que es costumbre ya que la otra se escapó, ante la decepción del público, en el momento de introducirse en el globo.
Vestido de blanco, con alitas y descalzo, en señal de pureza, descendió braceando y pataleando vigorosamente, portando la corona en una mano, para retirar el paño negro a la Virgen. A continuación fue nuevamente elevado y bajado simulando un grácil aleteo, hasta que tomó tierra donde su madre le colocó los calcetines y las sandalias. Satisfecho con la misión cumplida, una vez situado bajo las andas de la Virgen y portando el velo de luto, participó en la procesión que recorrió el centro de la villa.