Dos atajos para la discordia

Samuel Gil Quintana/ Burgos
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Pensados en el pasado para un uso exclusivamente comercial, los callejones que custodian la Big Bolera son a menudo escenario de ruidos en las noches de fiesta y evidencian un más que preocupante estado de insalubridad

A pocos metros de una de las arterias urbanísticas más importantes de la ciudad, se esconde el olvido. Demasiado ha llovido ya en los callejones que flanquean los costados de la Big Bolera, frente a la iglesia de San Martín de Porres, desde que fueran compactados junto a las viviendas que los escoltan en las avenidas del Vena y Reyes Católicos. Y es que, en un principio, su construcción estaba destinada únicamente a un uso comercial para los establecimientos situados en los bajos de las comunidades, pero a día de hoy supone una vía de libre acceso para transeúntes y merodeadores.

Paseando entre sus muros uno puede llevarse más de una sorpresa. Empezando por la ingente y variada cantidad de desechos que decoran con insalubridad su aspecto. Algunos vecinos apuntan a la resaca que dejan las celebraciones en los pubs que se encuentran ubicados en los alrededores. Sin embargo, cuesta creer que un pantalón vaquero -como el que ilustra la fotografía de la portada- sea arrojado como basura al suelo por una persona inmersa en una noche de fiesta. Pero no se trata del único elemento extraño que atesoran estos callejones. Bastoncillos para los oídos, cedés, comida descompuesta, pañales o incluso un par de zapatillas de fútbol acompañan a los intrépidos que reúnen el valor suficiente para cruzarlos. «Yo ahí no me meto. Si acaso, doy un rodeo», advierte María, de Carnicerías Sedano.

A lo largo y ancho de ambos pasadizos se visualizan una serie de puertas, sin letreros ni indicadores: como si ocultaran algo. Y en cierto modo es así, pues dichas puertas corresponden a los almacenes de los comercios enclavados en las calles delanteras. Estas entradas han sido en los últimos tiempos un suculento acceso para ladrones y bandidos. La última, la Mercería Bera, objeto de robo por delante y por detrás del local.

No obstante, en estos parajes no solo hay hurtos y suciedad. Son varios los residentes y propietarios que manifiestan su repulsa hacia los «continuos ruidos», venidos del disfrute de aquellos que rompen con el silencio de las madrugadas. «Y lo peor no es que monten escándalo, sino las condiciones en las que se pasean», concede Carmen, vecina cuya vivienda limita con uno de los trayectos.

En su título más teórico, las dos callejas poseen un carácter de uso privado para servidumbre, por lo que la correspondiente limpieza y mantenimiento del lugar compete a los propios comerciantes. «A mí me han llegado a dar arcadas mientras limpiaba mi parcela», reconoce Susana, de Frutal. Otros, como Ricardo Garilleti, gerente del Hotel Rice, también admiten que procuran mantener su espacio «dentro de unos límites adecuados», pero «a los dos días lo vuelven a ensuciar». Unos por otros, y la casa continúa sin barrer.