35 años del accidente que varió el rumbo de la N-I

N.L.V. / Aranda
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La muerte de cuatro peatones en pleno centro de Aranda tras la avería y vuelco de un camión cisterna dio el impulso definitivo a la ejecución del desvío de la carretera Madrid-Burgos, que entró en funcionamiento un año después

El camión quedó volcado sobre la calzada a la altura de la actual plaza Arco Isilla y el combustible, vertido en la calle. - Foto: Florentino Lara

Sin ningún acto oficial ni recuerdo institucional. Pero en la memoria colectiva, fueron muchos los arandinos que rememoraron el pasado 21 de agosto aquel día, 35 años antes, en que la capital ribereña vivió una de sus jornadas más luctuosas y el tráfico que atravesaba entonces la villa se convirtió en desgraciado protagonista de la actualidad nacional. Fue a primera hora de la tarde de aquella jornada cuando el accidente que sufrió un camión cisterna le costó la vida a cuatro peatones y causó heridas a otras tantas.

Pero también, y a consecuencia de las dramáticas consecuencias del siniestro, fue el momento en que, por fin, las autoridades se tomaron en serio la necesidad de sacar del casco urbano el importante volumen de tráfico, mucho pesado, que cada día circulaba por la ciudad ya que sus calles coincidían con la vía que conectaba Madrid y Burgos. Fue, esta vez sí, el inicio de la materialización del  Desvío de la N-I. «Creo que este accidente aceleró la construcción del demandado desvío», reconoce Antonio Miguel Niño, quien cubrió informativamente el suceso y envió sus fotos a varios medios nacionales, entre ellos El Caso. Un planteamiento con el que coincide el también periodista Jesús del Río, quien desde Radio Juventud cubrió la noticia, quien no duda en calificarlo como «un batacazo».

Los pormenores del siniestro quedaron rigurosamente reflejados en todas las ediciones impresas del día siguiente, entre ellas, DB. Fue un camión-cisterna de Transportes J. Ortega de Burgos, que portaba 25.000 litros de fuel oil para una industria del polígono arandino, el que se averió a la altura de la ermita de la Virgen de las Viñas. Su propia inercia, le permitió recorrer los varios centenares de metros de la calle San Francisco dando bandazos y embistiendo contra lo que encontró a su paso hasta que, al llegar a la altura del Edificio Romeral y la sucursal del Banco Castilla, arrolló a varios peatones -provocando la muerte de Candelas Guijarro Bajo y sus hijos gemelos, de cinco años, Javier y Jorge Veros Guijarro, y Paulino Yagüe Sanz- antes de quedar volcado sobre la calzada.

Portada del Diario de Burgos.Portada del Diario de Burgos. - Foto: Jesús J. Matías Son muchos los arandinos que recuerdan lo que se vivió en aquel momento. El penetrante olor a combustible que inundó la atmósfera después de que, a consecuencia del impacto, se abriera un boquete en la cisterna y la carga se derramara. Otros como, pese a lo intempestivo de la hora, entre las tres y las cuatro de la tarde, lo que, a su juicio, evitó que la cifra de víctimas fuera mayor, pronto se concentraron en el lugar decenas de personas. Dispuestas a colaborar en el salvamento muchas, otras simplemente a curiosear.

Y casi todos refieren como las piedras de la fachada del Edificio Romeral, reconvertido ahora en hotel, permiten apreciar aún hoy las huellas del roce del camión contra ellas, y cómo el comentario generalizado fue que el suceso podría haber alcanzado tintes mucho más dramáticos si el fatal desenlace hubiese ocurrido apenas unos metros más adelante, donde se encontraba la gasolinera de La Virgencilla. «Yo tengo grabado, especialmente, cómo cuando la grúa levantó la cisterna, siguió cayendo su contenido a borbotones», relata Niño, reconociendo como en aquel momento las medidas de seguridad brillaron por su ausencia ya que, por no haber, no había ni bomberos en la villa.

Reivindicación escuchada

En un país en el que con más frecuencia de lo deseable se toman decisiones a golpe de suceso, Aranda se vio beneficiada de esta realidad. El siniestro se convirtió en el aldabonazo que abrió la puerta a la ejecución del desvío de la N-I, una infraestructura que llevaba reivindicándose años y que, por problemas económicos, avanzaba a un ritmo mucho más lento de lo deseable. De hecho, prácticamente dos décadas, desde los años 60, llevaba el proyecto de despacho en despacho sin que acabara de materializarse, en una situación que parece repetirse hoy en día con otras vías de comunicación también de vital importancia para la comarca. Sin embargo, tras el accidente, los trabajos recibieron el impulso definitivo, permitiendo que en poco más de un año, antes de la Navidad de 1980, entrara en funcionamiento la carretera que circunvala la villa y sacando de sus calles los cientos de vehículos que las atravesaban cada día y que sufrían, como circunstancia añadida, la existencia de un solo puente sobre el río Duero. «La gente que pasaba tenía que tener verdadero interés en pasar por Aranda porque era tremendo. Pero, los que lo sufríamos de verdad éramos los arandinos, que estábamos ya desesperados», evoca Jesús del Río.

Se puso fin gracias al Desvío, a horas de atascos circulatorios que afectaban más allá de las calles por las que discurría la N-I, sino que se extendían por todo el casco urbano. «Había veces en que los guardias se ponían a dar pasos a los vehículos de la Nacional a la altura de Carrequemada y no dejaba salir a nadie, lo que provocaba el colapso total», asegura Antonio Miguel Niño.

El desmesurado volumen de tráfico provocaba que no pudieran alcanzarse grandes velocidades y, con ello, que salvo el aquí relatado, no hubiera que lamentar graves accidentes en la localidad. Pese a todo, asegura Niño, hubo siniestros importantes, vehículos que cayeron por el Puente Mayor y numerosos atropellos. Además, puntualiza Del Río, en aquella época se contabilizaba una treintena de fallecidos en los distintos sucesos acaecidos en torno a esta carretera.

La situación de hartazgo por la situación en aquellos momentos  era más que evidente. Desde 1977, fueron numerosas las ocasiones en las que los arandinos salieron multitudinariamente a la calle para exigir la ejecución del desvío, llegando varias veces a realizar sentadas que impedían el normal paso del tráfico. Incluso, en 1978, los participantes sufrieron la severa represión de las fuerzas policiales. Pero, finalmente, y aunque propiciada por un luctuoso hecho, se logró que se atendiera su reivindicación. Con ello, además, se acallaron las voces, sobre todo del sector hostelero, que alertaban de que un pueblo sin carretera era un pueblo muerto y aseguraban que la ejecución de la circunvalación daría al traste con las aspiraciones de la villa, y se demostró que Aranda sigue siendo ciudad de parada y fonda.