Valentín Palencia y sus 4 discípulos ascienden a los altares ante cientos de personas

L. Sierra (ICAL)
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El cardenal Amato preside la ceremonia de beatificación de los burgaleses en un acto histórico celebrado en la Catedral de Burgos

La Catedral de Burgos se ha vestido hoy sábado de gala con motivo de la primera beatificación de la historia realizada en el templo católico. La diócesis de Burgos ha vivido con entusiasmo la beatificación de cinco mártires burgaleses: Valentín Palencia (1871-1937), Donato Rodríguez (1911-1937), Emilio Huidobro (1917-1937), Germán García (1912-1937) y Zacarías Cuesta (1916-1937). Cinco religiosos que han sido elevados a los altares en una ceremonia en la que no ha faltado el boato propio del Vaticano.

El cardenal Angelo Amato, en ausencia del papa Francisco y mandado desde Roma, ha sido el encargado de presidir una ceremonia de beatificación que ha arrancado a las 11 horas y que se ha prolongado durante más de dos. Entre los presentes muchos rostros conocidos entre políticos, ciudadanos, familiares y vecinos de los beatificados que no quisieron perderse la primera beatificación que se ha llevado a cabo en la milenaria historia de la diócesis. 

La Catedral de Burgos se ha engalanado para servir de escenario a una beatificación que ya ha pasado a la historia. La misma se ha desarrollado en el Altar Mayor del templo gótico ante la atenta mirada de cientos de personas. El acto litúrgico ha sido presidido por el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos de la Santa Sede, el cardenal Angelo Amato, quien acudió a Burgos en representación del papa Francisco. 

Han acompañado al mando vaticano en la ceremonia el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Ricardo Blázquez; el cardenal Antonio María Rouco Varela; el arzobispo de Burgos, Fidel Herráez Vegas; el arzobispo emérito, Francisco Gil Hellín;  el obispo auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino; el obispo de Ciudad Rodrigo, el burgalés Raúl Berzosa, y el también burgalés y arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, Francisco Pérez González. Del mismo modo, han tomado los párrocos de las localidades natales de los nuevos beatos.

 

Un rito milenario

Don Fidel Herráez, ordinario de la diócesis burgalesa y responsable de la solicitud de beatificación a Roma, ha sido el encargado de solicitar al papa Francisco “se digne inscribir en el número de los beatos a estos venerables siervos de Dios: Valentín Palencia Marquina, presbítero de esta diócesis, y a Donato, Germán, Zacarías y Emilio, jóvenes que sufrieron el martirio juntamente con él”.  Momentos después, el cardenal Amato ha dado lectura -en latín- a la carta apostólica firmada por el papa Francisco en la que el Santo Padre “concede” que los cinco burgaleses “sean llamados, de ahora en adelante, beatos, y que pueda celebrarse su fiesta, cada año, el día quince del mes de enero, en los lugares y modos establecidos por el derecho, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.

Minutos después, y ante la atenta mirada de los fieles,  la asamblea ha cantado jubilosa el canto ‘Christus Vincit’. Acto seguido se ha descubierto el cuadro de Cándido Pérez Palma dedicado a los nuevos beatos de 140 por 140 centímetros y que desde hoy será venerado en la iglesia de San Nicolás, cercana al templo catedralicio. Poco después, un grupo de diáconos ha acercado hasta el altar algunos objetos y pertenencias de los protagonistas, ya beatificados, que han sido incensados por el representante el Santo Padre. Entre ellos, el acta de bautismo de Palencia y el rosario con el que rezaba el sacerdote, además de la vara de la cofradía que el mismo fundó.

El rito de la beatificación ha concluido con unas palabras de agradecimiento de monseñor Herráez Vegas y la entrega de la carta apostólica del cardenal al arzobispo. En diversos momentos de la ceremonia, el arzobispo de Burgos ha puesto de manifiesto que los nuevos beatos comparten “un brillo en la fe, la esperanza y el amor”, y ha recordado que en total han pasado 20 años desde que se abriera la causa de los mártires burgaleses. 

La música no ha faltado en toda la ceremonia. Los encargados de hacer sonar los salmos y las oraciones fueron la Coral Santa María y la escolanía de los Pueri Cantores de la catedral, la Schola Cantorum del Círculo Católico y la Coral de Suances. Asimismo, ha participado una joven orquesta con jóvenes músicos de la diócesis que tocaron los mismos instrumentos que en su momento tocaban los cuatro jóvenes fallecidos junto a su maestro, Valentín Palencia.

 

Persecución religiosa

Ya en la homilía del acto eucarístico, el representante del Papa puso de relieve “la belleza” de la seo burgalesa, como un “extraordinario mérito artístico” que se debe incluir “en el reconocimiento de la santidad de la noble iglesia española”. Así, ha recordado a muchos religiosos como a Rafael Arnaiz, monje trapense canonizado en Roma en 2009 y a otros mártires ya elevados a los altares. 

No se ha olvidado de la figura de los jóvenes que murieron junto a Palencia, con edades comprendidas entre los 19 y 25 años. “Han pasado casi 80 años desde la trágica muerte de los mártires y su memoria no se ha apagado y ha permanecido siempre viva en el corazón de los sacerdotes y los fieles”, ha aseverado Amato, quien ha recordado que “en aquel periodo de terror, el martirio de víctimas inocentes fue un signo de esperanza para una humanidad que hoy es acogedora”.

Del mismo modo, ha afirmado que el papa Francisco “repite que la persecución es el pan cotidiano de la iglesia”.  “Los beatos se han acercado a la mesa del martirio con actitud de fe y de esperanza. Sabían que el señor les había acogido y premiado por su vida buena”, ha apostillado Amato antes de recordar el momento en el que los cinco beatos perdieron la vida “en un lugar solitario”.  

 

Beatificación histórica

La beatificación de hoy en la seo burgalesa pasará a la historia por ser la primera celebrada en la diócesis de Burgos en su larga historia. En siglos de historia, nunca se había llevado a cabo un acto de estas características en el seno del templo catedralicio ni en suelo burgalés. 

A partir de hoy, nuevos beatos ya pueden ser venerados públicamente en la diócesis y cuentan con su propia fiesta litúrgica, que se celebrará el 15 de enero. Fuentes de la diócesis aseguraron que “habrá que esperar un milagro para que puedan ser declarados como santos y su culto se extienda así a toda la Iglesia universal.  

 

Valentín Palencia

Valentín Palencia Marquina nació en Burgos, el 26 de julio de 1871. Hijo de un zapatero y de una ama de casa, fue acólito en la parroquia de Santiago (Catedral), y a los 13 años comenzó los estudios eclesiásticos en el Seminario de San Jerónimo. Después de diez años de estudio, fue ordenado sacerdote en el año 1895 comenzando su labor pastoral en la localidad burgalesa de Susinos del Páramo.

Su amor por los más necesitados le lleva a dejar la vida parroquial para dedicarse en la capital a la actividad caritativa y social recogiendo niños huérfanos, marginados y desvalidos. Fue el arzobispo y luego cardenal Fray Gregorio María Aguirre quien le nombra director, capellán y profesor del Patronato de San José para la enseñanza y educación de niños pobres, ubicado en la actual iglesia de San Esteban. En dicho centro llegó a cobijar a 110 muchachos, 40 internos y unos 60 o 70 externos, a los que ayudaba, también, en un comedor de invierno.

Por su labor humanitaria, el Gobierno le concedió en 1925 la Cruz de Beneficencia con distintivo blanco. Y ese mismo año repitió el acto que permitía a un grupo de niños pobres conocer el mar. Cada verano, Palencia se llevaba a un grupo de sus músicos y a los niños pequeños que no tenían dónde ir n a la playa de Suances. 

En esta localidad le pilló el comienzo de la Guerra Civil. La iglesia en la que celebraba misa fue convertida en garaje y quedó prohibido todas las celebraciones. Palencia tuvo que celebrar la eucaristía en un rincón de su habitación donde daba la comunión a las monjas trinitarias. 

Según las crónicas consultadas fue un alumno “indisciplinado”, quien acusó a Palencia al Frente Popular de Torrelavega.  Seis muchachos mayores fueron llamados a declarar y cuatro desearon acompañarlo, entregando su vida por Cristo en el monte Tramalón de Ruiloba (Cantabria) el 15 de enero de 1937.  Hoy Palencia y sus cuatro alumnos ya se encuentran elevados a los altares.