"Cuando la farola se apagaba, era la hora de ir a dormir"

Belén Antón / Villoruebo
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Javier Arnaiz recuerda las largas vacaciones estivales de niño en Villoruebo, cuando las calles aún eran de tierra y las rodillas estaban llenas de heridas. Disputa el Trofeo Ciudad de Burgos con el Villatoro y disfruta caminando por el monte

Cuando el colegio acababa y daban comienzo las vacaciones estivales, Javier Arnaiz Delgado y toda su familia se desplazaba hasta Villoruebo, el pueblo de su padre y de sus abuelos paternos, para disfrutar en este rincón de la Sierra de la Demanda de los días de más calor y más largos del año. «Recuerdo que veníamos siete personas en un Seat 127, mis padres, mis abuelos, mi hermano y mi hermana. Nos quedábamos todo el verano en el pueblo y mientras, mi padre seguía trabajando en Burgos y venía cuando podía», explica el actual presidente de la Junta Vecinal de Villoruebo, a 37 kilómetros de la capital burgalesa. Javi, como le conocen en el pueblo, no ha perdido esa costumbre, y aunque vive y trabaja en Burgos, acude con asiduidad al pueblo, y más ahora, que su labor de alcalde le obliga a estar pendiente de todo. «Vengo casi todos los fines de semana, aunque solo sea el sábado para dar una vuelta, y no solo ahora que soy el alcalde, también lo hacía antes. En verano siempre he procurado dejarme días de vacaciones para disfrutarlos aquí, aunque no siempre por el trabajo ha sido posible», comenta. 
Este verano, igual que sucedía en su casa cuando era niño, su mujer se ha quedado en Villoruebo con su hija y él ha estado en Burgos, yendo y viniendo. «Tengo la suerte de que a mi mujer también le gusta el pueblo, y ahora que está sin trabajo pensamos que lo preferible es que estuviera aquí, que es donde mejor se está en verano», explica Javier, que durante un tiempo fue eventual en Campofrío, después trabajó en Plavisa y luego volvió a Campofrío. Ahora, tras el incendio que sufrió la empresa cárnica en noviembre del año pasado, trabaja en Carnes Selectas. 
Los veranos de Javier en el pueblo son tranquilos, disfrutando de la familia y de los amigos y atendiendo sus labores como alcalde. «Por la mañana solemos ir a la piscina, que es como llamamos comúnmente a un retén de agua que está acondicionado y que aprovechamos para bañarnos. Cuenta con depuradora, está situado junto al frontón y la pista deportiva y es donde mejor se está durante los días calurosos para refrescarnos”, afirma el alcalde mientras se afana en limpiar la superficie del estanque. 
Hay algo sagrado después del baño que Javier Arnaiz Delgado no se salta ningún día, la partida de cartas en la sede de la Asociación Amigos de Villoruebo, que cuenta con 84 socios. «Siempre jugamos antes de comer, a las 13.30 horas. Y somos de costumbres, siempre jugamos los mismos cuatro y a lo mismo, una partida de mus y otra de subastado», comenta el alcalde, que acompaña el rato de naipes con una cerveza y un aperitivo mientras comenta con sus compañeros aspectos del municipio. «En Villoruebo, a diferencia de otros pueblos donde tradicionalmente se echa la partida de cartas después de comer, con el café, siempre se juega por la mañana. Las que generalmente juegan a cartas a media tarde son las mujeres, que juegan a la brisca, y alguna vez, a las ocho de la tarde, hay alguna partida de hombres». 
El local de la Asociación Amigos de Villoruebo es por tanto otro de los puntos que forman parte del recorrido de Javi en su pueblo. Ubicado en las antiguas escuelas, fue después teleclub, y en el año 2004 se reabrió tras una reforma y es hoy en día un local acogedor donde poder compartir una cerveza o un vino entre amigos, tomar un café o donde los más pequeños del pueblo pueden ir a comprar una chuchería. «Tenemos un calendario establecido entre una treintena de personas para abrir el bar de la asociación durante los fines de semana y en verano. Además, durante todo el año, una de las personas que vive de seguido en el pueblo también lo abre un rato», explica el alcalde. 
El entorno de la sede de la asociación, que también cuenta con una terraza, es donde Javi y su mujer pasan un rato de charla tomando algo con otros vecinos cuando vuelven de la segunda sesión de piscina del día, la de por la tarde. «Siempre te encuentras con algún amigo y aprovechamos ese rato de antes de cenar para tomar algo tranquilos». 
La plaza de Villoruebo, muy cerca de la asociación y de la ermita donde se dice misa, es otro de los puntos de encuentro entre los vecinos. Los bancos situados a la sombra acogen las tertulias desde por la mañana mientras uno se cobija del sol. En este lugar se encuentra el pilón, donde es un gusto ver cómo corre el agua, y donde se entretienen los más pequeños, que disfrutan junto a él mojándose y viendo los peces naranjas que habitan en su agua, soportando varios inviernos duros, desde que un vecino tuvo la idea de dejarlos allí. Hay otras cosas con las que Javier Arnaiz disfruta en Villoruebo, como los paseos por el monte. «Me gusta coger el todo terreno y subir con él al Alto Casarejo, que es el paraje donde están los aerogeneradores. Desde allí hay unas vistas impresionantes, se divisa el Mencilla, las Mamblas e incluso se ven los fuego artificiales de Burgos. También tengo una afición que mi hermano no entiende y que es cortar la leña. Es trabajoso, pero a mi me gusta y disfruto con ello», relata el alcalde, que también recolecta setas. «No soy muy entendido, pero me gusta, generalmente níscalos y setas de carrerilla, aunque últimamente se está masificando», señala. 
 
Recuerdos.
Durante todo el año, hay unas citas en Villoruebo que su alcalde no se pierde. Una de ellas es la paella popular que se celebra en verano desde hace quince años. «La hacemos el fin de semana de después de las fiestas. Nos juntamos unas cien personas para degustar en la plaza la paella, que se hace allí mismo. También durante el año hay una serie de rutas que hacemos andando. Una es hasta Covarrubias, que en línea recta hay 17 kilómetros, y otro día vamos a Urrez», relata el alcalde, y en diciembre también suben un Belén hasta el Alto Casarejo. «Allí cantamos villancicos y comemos algo, y cuando bajamos a Villoruebo también nos juntamos a comer». 
Javier rememora con una sonrisa sus veranos en el pueblo de niño. «Estábamos todo el día fuera de casa, recuerdo que las calles todavía estaban de tierra y teníamos las rodillas llenas de heridas, incluso a un primo mío le ponían rodilleras», cuenta. En aquella época, la farola de la plaza era la que marcaba la hora de ir a cama. «Jugábamos al bote-bote y cuando se apagaba la luz era la señal de que había que volver a casa», recuerda. 
La bici era durante aquella época su inseparable compañera. «Íbamos con ella hasta la iglesia, subíamos a los depósitos, llegábamos a la fuente, dábamos vueltas alrededor del pilón o nos íbamos a un área recreativa de Palazuelos a pasar el día, el caso era no parar. Yo no era de los más hábiles con ella, más bien solía llegar el último del grupo», relata Javier, que cuenta que también jugaban al fútbol y al baseball. 
El retén de incendios, que existe en Villoruebo desde hace muchos años, era otro lo de los lugares donde Javier ha pasado muchas horas, tanto de niño como de adolescente. «Venía mucha gente de pueblos de alrededor a refrescarse allí, se bañaban y pasaban el día. Después, se decidió vallar y que solo tuviera acceso gente del pueblo por motivos de seguridad», explica. 
Cuando Javier fue pasando de la niñez a la adolescencia, también cambió su manera de divertirse en el pueblo. «Los hermanos mayores fueron sacando el carné de conducir y no nos perdíamos ninguna fiesta de los pueblos de alrededor, nos conocíamos el calendario de carrerilla. Era la época en la que preferíamos divertirnos por la noche y dormir por la mañana”, explica el alcalde. 
Otra de las aficiones de Javier es el fútbol. Las últimas siete temporadas ha disputado el Torneo Ciudad de Burgos con el equipo de Villatoro. «Estoy pensando en si este año colgaré o no las botas, porque ya tengo 37 años y entre una cosa y otra, estoy todos los fines de semana ocupado. He jugado al fútbol toda mi vida y antes estuve en el San Julián, el colegio San Pedro y San Felices y el López de Mendoza», pero siempre en la categoría de aficionado».