Éxodo y civilización

Antonio Pérez Henares
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La migración de miles de personas que huyen en busca de un futuro mejor está cuestionando la responsabilidad de los países avanzados

Al ver esa estampida de cientos de miles de seres humanos huyendo no puede existir otra razón que la compasión. Por encima de cualquier consideración, ha de ir por delante y por encima. Eso primero. Salvarles y ayudarles. Después, solo después, lo «analizamos».
En ese análisis hay que comenzar diciendo, si se quiere ser honrado intelectualmente, que la solución no existe. Ni ahora ni nunca en toda la Historia de la humanidad. Las migraciones si algo no son es nuevas, sino consustanciales a la humanidad misma. Y éstas, provocadas por la guerra y la hambruna, escapar de la muerte y la miseria, de ambas cosas en muchos casos, se han sucedido a lo largo de la historia. ¿Cómo no van a repetirse e incrementarse ahora con los medios de transporte y de comunicación de una aldea global donde los unos ven publicitado de continuo el bienestar de los otros? Pues esa de fondo es la cuestión. Solo en África hay 250 millones de personas en situación vital límite y ahora se unen millones más en el Oriente Próximo. Y tan próximo.
Ello en sí mismo lleva a la impotencia. ¿Qué puede hacer Europa? ¿Abre sus fronteras, como algunos salvadores de la humanidad aparecen querer decir, aunque, sin atreverse? No. Ni puede, ni lo soportaría, ni llevaría a otra cosa que acelerar una hecatombe, también en Europa? Pero, ¿podemos permanecer ajenos a la tragedia? ¿Dejarlos morir? Tampoco. Jamás. Eso también nos suicidaría como civilización, como personas. Ni ahora ni en toda la Historia ha habido solución para esta contradicción absoluta. Y ahora menos.
Si que, en cualquier caso, es necesario en este punto hacer algunas consideraciones. Sobre todo ante la idea de que en realidad los culpables de tal atrocidad somos nosotros. Y eso es también, por muy buenista y en boga que se ponga, es la estupidez más supina, aunque por sistema repetida, que en estos días se está oyendo. La flagelación continuada de nuestros antisistemas culpando a los países que gozan de paz, libertad, democracia, derechos humanos, tolerancia con creencias y religiones y un Estado de Bienestar envidiable resulta casi imposible calificarla de razonamiento. No vale ya ni como consigna carcomida.
¿De dónde llega esta última estampida? De Libia y de Siria. Donde esos mismos de la consigna hablaban de primaveras. Claro, que un poco antes jaleaban a Gadafi y esperaban que no pidieran comprensión y dialogo con el asesinato teocrático convertido en forma de estado que ahora impera por la región. Por cierto, que ha tenido en el petróleo un manantial brutal de recursos, como tienen tantísimas naciones de esa zona, donde existe una riqueza y una procaz exhibición de la misma verdaderamente repulsiva y donde en muchos se permanece en lo que a civilización y derechos humanos bastante por detrás de la tiniebla medieval. 
Y retrocediendo, ¿somos nosotros responsables de todo ello? El pecado colonial allí, como el nuestro en Iberoamérica hace 500 años, es ya solo la más siniestra excusa en que se siguen envolviendo los canallas, los sátrapas, los dictadores de todo signo, como el longevo y marxista-leninista, por cierto, Mugabe o el delirante Maduro, que si, que también nada en petróleo, que cosas. No. Me niego. Yo no soy ni causante ni responsable ni verdugo de toda esa gente. Lo son otros. Son los suyos, sus propios compatriotas. Están allí y por ello huyen. Hacia aquí. No se olvide. Que hay quienes se empeñan en dejar ese asunto a un lado.
¿Y por qué vienen? ¿Pero esto no era un infierno, un desastre, peor que Somalia? Pero no estábamos aquí muriéndonos de hambre por las esquinas, agonizando sin atención en los ambulatorios, sin poder llevar a los niños a la escuela y torturados por unas policías peor que la Gestapo? ¿Pero no es Europa y no somos todos el asco mundial, el lugar donde a nuestros, por cierto muy bien cuidados por familias y estado, revolucionarios que se van de bolos en avión a destrozar ciudades por la antiglobalización, les repugna vivir y quieren quemarlo todo? Pues ya ven, hay cientos de miles, millones de personas que se juegan todo, la vida muchas veces, por lograr simplemente llegar a este abominable sistema. Porque ese terrible viaje en el que tanto perecen solo tiene una intención: lograr llegar y entrar. Sin nada, sin un trabajo, solo al albur de que tal vez haya mañana algo y que al menos tengan la vida asegurada. Porque de donde vienen los matan, los degüellan, los secuestran, esclavizan, violan y, además, allí si que existe el hambre. La verdadera. Del todo verdadera.
A esa primera reflexión, para nosotros mismos, también debiéramos señalarles a los que llegan una segunda para ellos, para los que vienen. Llegan huyendo de su tierra y de aquellos modelos, teocracias, intolerancias, fanatismos, sistemas y regímenes que los han sumido en la guerra y en la más atroz miseria. 
Si vienen aquí es lógico que les digamos que han de aceptar las normas mínimas de convivencia, de respeto, de derechos humanos, de democracia y libertades, que amen de riqueza o quizás por ello, son por las que nos regimos. Porque esa resultante de futuro, que es presente, de pretender no solo ayuda, amparo, trabajo, bienestar y progreso, sino imponer contra esos principios de las leyes y las constituciones, y de la propia declaración universal de los derechos humanos aquello que es precisamente el origen de los que les hace ahora salir huyendo despavoridos de sus países, es algo que algunos traen con ellos. Es algo que ya tenemos en la puerta de nuestras propias casas. Y es algo que no podemos tolerar ni que luego ellos, ya aquí, lo toleren y lo amparen con silencio cómplice. 
Porque los mismos que les matan a ellos nos matan a nosotros. Porque si pueden nos matan y nos han matado a mansalva. No podemos olvidar que fueron gentes que acogimos y hasta dimos becas y todo tipo de ayudas quienes asesinaron a 192 personas un 11-M. Que no lo olviden tampoco ellos. Que la amenaza cada vez se percibe, porque cada vez se acerca más y se concreta, como algo inminente.