Vino con aroma monacal

R. Travesí
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El Monasterio de San Pedro de Cardeña realiza este fin de semana una visita guiada a la bodega románica, la más antigua de España en uso comercial, donde se elabora el tinto Valdevegón, con uva de La Rioja

El superior del Monasterio de San Pedro de Cardeña, Roberto, realiza las explicaciones en el interior de la bodega, que está a dos metros bajo tierra. - Foto: Luis López Araico

Nadie sabe a ciencia cierta dónde reside el secreto del vino Valdevegón. Pero tras una visita a la bodega donde reposa uno lo puede intuir. Su ubicación es envidiable, en medio de un valle donde está enclavado el Monasterio de San Pedro de Cardeña, a siete kilómetros de la capital. La tranquilidad que reina en ese lugar hace que el tiempo se detenga y es clave para una adecuada ‘curación’ vino. Y es como dicen los monjes cistercienses «aquí no se elabora el vino, se cura». Pero también la vida monástica ayuda a dotar de personalidad a unos caldos que, tras su merecido reposo en las entrañas del monasterio, se convierten en tintos reserva o gran reserva.

Es un privilegio poder visitar la bodega más antigua de España en uso comercial. Data de la Edad Románica, del siglo XI, aunque hace solo 40 años que los frailes la dieron, de nuevo, vida. Su antigüedad no solo la hace especial sino que tiene otra particularidad. Es la única bodega gestionada por monjes puesto la del Monasterio de monjes cistercienses de Poblet está explotada por Codorníu.

Y la bodega de San Pedro de Cardeña está en Burgos, aunque muchos burgaleses lo desconozcan. De ahí que cobren especial relevancia las jornadas de puertas abiertas que permiten dar a conocer el tesoro que guarda el Monasterio. Lo habitual es que la bodega se abra un solo fin de semana al año, en el mes de junio, aunque ante la demanda de visitas y el interés que despiertan esos muros han obligado a hacerlo también este fin de semana. Familias con niños, muchos burgaleses y algunos turistas que visitaban el monasterio y se toparon con la sorpresa de conocer la bodega pudieron ver la bodega.

Ayer fue el primer día para conocer el secreto del vino monacal y hoy también habrá la oportunidad de visitar un lugar mágico y con mucha historia. El superior del Monasterio, Roberto, es el encargado de guiar a los interesados. Explica con detalle cada rincón de la bodega, pese a que el recorrido apenas dura 10 minutos. La oscuridad del lugar, clave para una buena fermentación del vino, contrasta con el blanco de su túnica, con la que va ataviado como monje de la Orden del Císter.  

Todo empieza con la correcta elección de un vino joven, procedente de La Rioja y con el trabajo de un enólogo de confianza de los monjes. Luego, comienza otro proceso. El del cuidado, mimo y trabajo a la vieja usanza, aunque la maquinaria también ayuda. El padre Roberto recuerda que los monjes cistercienses fueron pioneros en la Edad Media en el cultivo de la vid y en la elaboración de excelentes vinos. Además, tal y como marcaba la Regla de San Benito se permitía beber a los monjes. Beber con moderación pero sin llegar a la ebriedad.

El cultivo de la vid se hace imposible en el entorno del Monasterio de San Pedro de Cardeña. Se intentó en una ocasión hace años pero la altitud de 1.000 metros hacía imposible la maduración de la uva.

El sótano de la bodega (a una temperatura constante de 11 grados) alberga, en la actualidad, unas 90.000 botellas, con añadas de los años 1995, 1998, 2001 y 2005. Todas ellas corresponden a añadas muy buenas o excelentes. Vino que, como no podía ser de otra manera y sello de la hospitalidad de los monjes, pudieron degustar los visitantes. Y, de paso, comprar alguna caja de botellas, con precios especiales durante las jornadas de puertas abiertas. Unas ventas que ayudan a los monjes a dar salida al Valdevegón, que también sufre la crisis. Pese a la coyuntura, el Monasterio  vende unas 22.000 botellas cada año, con mercados tan diversos como Madrid, Levante, Galicia así como Alemania y Suiza.