«La música no significa ya nada. Que sea gratis y esté en todas partes la ha devaluado»

R. Pérez Barredo / Madrid
-

Conversaciones sobre música con... Diego A. Manrique, crítico musical

Burgos y la música grabada en los genes. Eso es lo que comparten los protagonistas de esta serie de encuentros que rinden tributo a la honestidad de quienes hallaron en un pedazo de vinilo, en una vieja canción o en una guitarra de saldo una escalera para llamar a las puertas del cielo.

Al otro lado del ventanal bulle la Gran Vía, que ha ingresado ya en esa orgía lumínica navideña que la convierte en una pasarela irreal.Se desparraman las almas entre las luces, los cláxones y los comercios mientras las azoteas de los edificios arañan el cielo contaminado.  «Madrid es no tener nada y tenerlo todo», escribió Gómez de la Serna, y en esos pensamientos andamos cuando hace su aparición nuestro invitado, que accede al Hotel Emperador por su puerta giratoria con cierto aire de dandy despistado. Cuenta uno de los grandes musiqueros burgaleses que a finales de los 60, cuando los almacenes Campo de Burgos ofrecían un pequeño reducto de música en el que podía espigarse alguna joya moderna, hubo varios días en los que acudió, presto, a comprarse ciertos discos que sabía que estaban en sus anaqueles. Para su disgusto, no era así. Contrariado, preguntó a quien atendía aquella sección, quien por toda respuesta dijo: «Se los ha llevado un chico de Villarcayo». Ese muchacho era Diego A. Manrique, desde hace décadas reconocido como el gran gurú de la crítica musical, el mejor cronista español de todos los tiempos.

En aquel Villarcayo de su primera juventud apenas se escuchaban las emisoras españolas.Sin embargo, sí se oían nítidamente RadioLuxemburgo y Radio France. «Fue allí donde escuché una noche un concierto de los Beatles desde el Olympia de París. Yo no había escuchado nada parecido antes. Nunca. Y me puso los pelos de punta. En el pueblo sólo se oía copla, bolero... Al día siguiente, de manera totalmente instintiva, fui al quiosco de la plaza y compré dos números de la revista Discóbolo». Los Beatles fueron una epifanía para Diego Manrique. Aquello sonaba a modernidad. «Por aquel entonces lo más moderno que habían visto algunos de mis mayores era una película que se llamaba West Side Story, que debía ser trepidante, musical, con peleas y navajas».Así que buscó información. Pero como las revistas españolas no recogían lo que buscaba, empezó a pedir publicaciones extranjeras.

«Éramos bichos raros. Cuando yo reúno dinero para comprarme mis primeros discos, me voy a Burgos a los almacenes Campo. Y llamo tanto la atención que los diez o quince musiqueros que en Burgos compraban allí ya se habían enterado de mi visita al día siguiente». No ha olvidado aquellas primeras adquisiciones: Los Brincos, The Rolling Stones, Donovan y Tom Jones. «No reniego de ninguno de ellos. Seguro que se nota mi toque snob, porque por lógica tenía que haberme comprado un disco de los Beatles». ¡Cómo sonaban los de Liverpool! ¡Y cómo siguen sonando! «Cómo sonarán siempre, gracias a esa coincidencia mágica e irrepetible de unos talentos tan raros que al chocar producían chispas. Eso se ve sobre todo cuando escuchas a Lennon, a McCartney o a Harrison por su cuenta. Están muy bien, pero falta algo. Lo bueno es que, como somos yonquis, ahora te dan a los Beatles remasterizados, ahora en mono -que era el sonido que se trabajaba entonces-. Pero tengo la sensación de que no hay que hablar tanto de los Beatles. Habría que hacer una tregua, porque llega un momento en el que se les utiliza como un arma generacional. Escuchas a gente como a Felipe González y compañía decir que eran de los Beatles... ¿Con esa cara? ¡Pero si lo más que habían escuchado era a Paco Ibáñez! Que está muy bien, pero presumen de algo que no es cierto. Éramos muy pocos a los que nos gustaban los Beatles».

Equipara Manrique a la banda británica con los Messi, Cristiano yNeymar del fútbol actual. «Son coincidencias históricas que suceden en un momento y que pueden no volver a suceder en años. Fue un tiempo de una creatividad asombrosa. Los discos se hacían muy rápido, los músicos trabajaban una barbaridad. Fue una eclosión de gente con mucho talento.La fortuna de poder escuchar cosas así en Radio Luxemburgo... Fue maravilloso. Eso sí: conseguir un disco eran palabras mayores. Menos mal que el cassette, que llegó después, resolvería muchas carencias. Pero eso no tiene nada de heroico. Más bien lo contrario. Era pura pobreza. Pobreza y que este era el país que nos había tocado y había que apechugar con ello. ¡Si ver conciertos era casi imposible! Recuerdo que el primero al que fui, en Burgos, claro, fue en el año 69, en una discoteca que había en Gamonal. Era una banda de Valladolid buenísima. Aquello era mágico. ¡Unos tíos que tenían el pelo más largo que tú, que atraían a más chicas que tú y tocaban de maravilla!».

No hay nostalgia en las palabras; si acaso, cierta melancolía. «Éramos unos pobres desgraciados y buscábamos dónde satisfacernos». Entonces, dice ahora, era imposible siquiera imaginarse que algún día tendría frente a frente a Lou Reed, McCartney, Dylan, Michael Jackson... «Pero sí hubo un momento en que pensé que igual no era tan raro acercarse de alguna forma. En aquel tiempo yo mandaba cartas a los artistas. En cierta ocasión escribí a The Doors y Jim Morrison me mandó un librito dedicado. Yo les preguntaba si era cierto el rumor de que iba a meter un bajista. Y me respondieron que no había tales planes». Increíble, ¿no?

Su primera gran entrevista la hizo en Radio Castilla de Burgos, a Manuel Molina, de Lole y Manuel, la sensación de aquel momento. «Aprendí lo que había que aprender.Que los artistas mienten mucho. Pero si tienes tiempo al final sacas algo parecido a lo que querías saber». Luego vinieron cientos. Los más grandes. Algunos se le cayeron -como personas-. «Montones. El fan no debería conocer a los artistas. Les mitificamos y luego nos encontramos la realidad: personajes en algunos casos extremadamente desagradables, despectivos. He tenido muchas decepciones». Una de las más grandes, recuerda el musiquero burgalés, fue Lou Reed. «Tuve encuentros muy desagradables.Luego hay tíos que pueden tener una imagen muy simpática, como Serrat, pero que luego tienen un respe... Que no lo quiero recordar del mal rollo. Mientras que JoaquínSabina es lo que es. Puedes decir lo que quieras de él que no le afecta y tiene humanidad. La propia idea de la entrevista con un músico famoso para mí es un disparate. Sobre todo si es un artista que no conoces y es extranjero. Tienes 40 minutos y se espera que en ese tiempo te cuente algo que no ha contado a los demás. Es algo marciano. Porque ya ha hecho seis antes y lo único que quiere es acabar, dejar de que le pregunten cosas que ha respondido mil veces. Me parece que ese valor que se otorga a entrevistar a una estrella es algo muy relativo».

Aun con todo, Manrique ha sabido desnudar a muchas de ellas. Con trucos, claro. «Hay una cosa que no falla nunca: apelas a su vanidad. Tú le llevas un disco raro de ellos y le pides que te lo firme, por ejemplo. Eso valía en aquellos tiempos. Ahora ya no tanto. Un poco de jabón nunca viene de más». Le hubiese gustado ‘enfrentarse’ a Lennon, «aunque empeoró con el tiempo»; sí ha podido hacerlo con McCartney, «muy poco simpático»; tiene una deuda pendiente con Van Morrison, «un señor en el que los dioses han derramado tanto poderío que le hicieron feo, porque si le llegan a hacer guapo ese cabrón hubiera podido conquistar el mundo. Me cuesta tolerar que sea tan desagradable porque es un tío al que le va muy bien la vida». Ya no viaja tanto como antes Manrique. Las grotescas medidas de seguridad en algunos aeropuertos estadounidenses le ponen de los nervios. Le han llegado a requisar hasta un mechero. Mucho paripé.

«La música ahora no significa nada. O muy poco». La sentencia de Manrique parece chirriar. Con rabia. Se explica: «Si la música es gratis, como es ahora, es tan apasionante como el agua del grifo: es útil y agradeces que esté ahí. Pero nadie discute sobre la calidad del agua del grifo. Se ha devaluado primero porque es gratis. Y no apreciamos lo que es gratis. Encima, al no tener que esforzarte para conseguirlo, la música queda reducida a una función potenciadora: música para correr, música para resaca... Ya no hay música, hay recetas. Y mucho postureo. Otra de las razones es que la música está en todas partes: en los videojuegos, en los grandes almacenes, en todos los sitios. Llega un momento en el que necesitas defenderte de la música.Entre todos hemos conspirado para hacer que la música sea algo abrumador. Ya no escogemos, nos meten la música. Es insultante».

¿Socava esto que los creadores sean ahora menos buenos? «Ahora se hacen más discos que nunca pero son peores que antes. Y lo son no por culpa de los músicos: antes había un sistema que ayudaba a que los discos fueran buenos. Las discográficas hacían que pasaran por determinadas manos, por varios filtros. Estaba muy cuidado. Ahora muchos chavales graban en casa. ¿Y quién se entera? Se ha perdido ese proceso industrial. Así que un respeto para las discográficas, aunque fueran unos hijos de puta. Estoy seguro de que hay grandes talentos, pero con discos que no están acabados y quedan ocultos».

Reconoce que quien empieza ahora en la música lo tiene jodido. «Un artista de ahora no sólo tiene que competir con los que viven en estos momentos, sino con 50 años de música. Porque los discos de todos esos hijos de puta geniales que podían ser sus padres y que eran fantásticos están en todos los sitios. Y eso es la hostia. La abundancia de lo que ahora disfrutamos tiene una cara B. Y eso, para los chavales, es terrible». Admite que le cuesta ponerse al día. «Cuesta mucho encontrar música. Hay que excavar, esforzarse mucho». Palabra de Diego A. Manrique. Amén.