Las administraciones y los propios medios de comunicación hablan de la siniestralidad vial tomando como referencia estadísticas frías, que dan una idea del drama que hay detrás de los accidentes de tráfico, pero no transmiten el sufrimiento de las familias que se quedan huérfanas de sus seres queridos. Una muerte en carretera, y más de una persona joven como Verónica García Gadea, destroza la vida de unos padres ilusionados con ver crecer a su hija y la de un novio que ya había hecho planes para iniciar una vida juntos.

José Antonio, el padre de la joven de 20 años que falleció el viernes por la tarde en la N-I tras chocar frontalmente con un camión,  no quiso el domingo dejar pasar la ocasión de rendir homenaje a su hija en el mismo punto donde perdió la vida, en el kilómetro 277 de la carretera. Tras el sepelio que tuvo lugar por la tarde en la capilla de San José él, otros familiares y amigos se subieron a sus coches tras introducir varias coronas de flores dentro y viajaron hasta cerca de Briviesca. Allí depositaron  los ramos «con el fin de que todos los que pasen por el lugar en los próximos días se acuerden de Verónica», explica su tía Nuria. Y también para que todos los conductores «estén alerta ante el peligro» que entraña circular por esa carretera.

El viernes a mediodía Verónica viajaba hacia Briviesca, pero no pudo llegar porque un camión se cruzó entre ella y su futuro. Acudía a la capital de la Bureba a firmar unos documentos relacionados con su entrada inmediata en el negocio familiar, en los talleres Neumáticos JayMarc y JayVer, con negocios en Burgos, Villariezo y la propia Briviesca. «Estaba ilusionadísima con empezar a trabajar con su padre y con su hermano», advierte Nuria. Pero no pudo ser. Había pasado el último año en Logroño estudiando Diseño, pero su familia le propuso la posibilidad de sumarse a la empresa y no se lo pensó. Se iba a ocupar de las oficinas y de la administración. 

La carretera truncó sus planes y fracturó las esperanzas que habían depositado en ella sus padres, José Antonio y María Esther.  «Su hermano Jairo y su novio Agustín todavía no pueden creérselo», dice su tía. 

La capilla del tanatorio San José se llenó el pasado domingo, hasta el punto de que algunas personas no pudieron entrar. «Hasta el párroco lo mencionó, lo que da una idea de lo querida y conocida que era mi sobrina», agrega. En septiembre iba a cumplir 21 años. Todo el barrio de San Cristóbal, donde nació, y el de Villímar, donde se mudó con sus padres hace unos años, la conocía. Estudió en el Sagrado Corazón y conservaba  muchísimas amigas del colegio, «porque era muy extrovertida y cariñosa;estaba metida siempre en todos los ‘saraos’».

La tarde del viernes fue «angustiosa» para toda la familia. El accidente se produjo poco antes de las 13 horas. Las heridas que presentaba en abdomen y piernas no invitaban al optimismo. De hecho llegó en parada cardiorrespiratoria al hospital, pero los médicos lograban reanimarla. La operación a la que fue sometida en el Hospital Universitario «duró cinco horas y estuvo luchando hasta el último momento», recuerda su tía Nuria. «Pero las heridas eran muy graves, no pudieron hacer nada más y a las 21 horas los familiares ya fuimos enterándonos de lo que había pasado», afirma.

Menuda impresión, «la niña», como la llaman muchos de sus parientes, desaparecía de sus vidas para siempre, aunque su recuerdo permanecerá intacto en su memoria. Y también en la N-I, pues sus familiares no están dispuestos a que nadie olvide la tragedia que allí tuvo lugar un fatídico 18 de julio de 2014. Y es que el homenaje que le rindieron el domingo en el kilómetro 277 de la carretera «es también un recuerdo a todas las personas que han perdido la vida en esa Nacional».