Las contradicciones de Garnier

R. Pérez Barredo / Burgos
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El arquitecto que hizo la Ópera de París, para cuya escalinata se inspiró en la Escalera Dorada de la Catedral, admiró y detestó a partes iguales los reclamos de la ciudad

Escalera de la Ópera de París, obra de Charles Garnier.

En mayo de 1868, el gran arquitecto francés Charles Garnier emprendió un viaje por tierras de España en compañía de su gran amigo y pintor Gustave Clarence Boulanger. Fue una visita relámpago -duró apenas 25 días- pero de lo más sustanciosa para ambos. No sólo recorrieron el país de norte a sur admirando todas las joyas que éste les ofrecía: entre los dos escribieron un diario de aquella experiencia con todo lujo de detalles: presupuestos, gastos, alojamientos y transportes, anotando breves y a menudo perspicaces comentarios -en prosa y verso de tono jocoso- sobre las ciudades y sus monumentos, unos apreciados y otros criticados sin piedad.

No obstante, el material más precioso de este Viaje a España, obra que acaba de publicar la editorial Nerea, está constituido por los dibujos a pluma del arquitecto y del pintor: paisajes, escenas costumbristas y caricaturas; y, sobre todo, vistas urbanas y diseños de edificios, que testimonian sus filias y fobias historiográficas, y permiten vislumbrar el efecto que la arquitectura española pudo tener sobre el estilo de Garnier.

Son casi 300 imágenes, 250 de ellas realizadas en territorio español y una treintena correspondientes a su trayecto por tierras francesas. De Burgos hay unas cuantas, como muestra este reportaje.Panorámicas perfectamente reconocibles. Sin embargo, no incluye el dibujo de una de las obras que más impactó al arquitecto francés: la Escalera Dorada de Gil de Siloé de la Catedral, obra que, no en vano, le inspiró para el interior de uno de sus grandes joyas arquitectónicas, la Ópera de París. No en vano, según numerosos autores la fabulosa escalinata de este edificio está claramente inspirada en obra de Diego de Siloé.

Sí recoge el libro, y bien, la admiración que le causó a Garnier esta joya del gótico, como hace hincapié uno de los autores de la edición de esta joya bibliográfica: «La Catedral le interesó vivamente a Garnier, con sus capillas, su escalera renacentista y su sillería del coro».

Los viajeros entraron en la provincia de Burgos en la tarde del día 5 de mayo. Se detuvieron en Miranda, ciudad que les causó una desagradable impresión a tenor de los apuntes del diario: «Es una ciudad tortuosa, poco armoniosa, de higiene más bien dudosa» en la que, lo que más llama su atención, es la importante cantidad de «menesterosos y pobres», gente que «azuza» y hace «acoso callejero para pedirte dinero», una cohorte de preteridos cuya sola enumeración da escalofríos, como si hubiesen recorrido callejones del horror: «tuertos, mancos, lisiados, leprosos, sarnosos, jorobados, raquíticos», una imagen terrible que equilibra la visión, también en Miranda, «de encantadoras chiquillas con el abanico al viento».

La primera visión de Burgos capital tampoco es indulgente. La primera frase de esta parada del viaje es: «Burgos huele muy mal». Sin embargo, a renglón seguido, el discurso cambia. En referencia a la Catedral dice Garnier: «Quedamos deslumbrados». Destaca el arquitecto las capillas, las bóvedas, los techados y relieves, los retablos, la escalera dorada, «y en un rincón aislado vemos el cofre del gran Cid». De éste hace un dibujo. Destaca el arquitecto la figura del Santo Cristo «sobre tres huevos y cubierto con un faldón portentoso con barba y un pelo asombroso»; el cuadro de La Magdalena atribuido a Leonardo Da Vinci; la sillería «eso sí que es magnífico».

No le causa a Garnier peor impresión San Nicolás: «Qué impacto: un gran retablo como de ostras, de adorno tan compacto que verlo deja estupefacto», escribe en su diario de viaje. También le llama la atención la decoración de la Casa del Cordón. Sin embargo, es especialmente duro con rincones y otros monumentos de la ciudad ensalzados por otros afamados viajeros: «Damos luego un paseo por el Arlanzón, pues aseguran que es un sin par recreo, mas nos decepciona por feo». De la Cartuja de Miraflores salen los visitantes con indiferencia pero el arquitecto francés es especialmente crítico con Las Huelgas: «Aparte de religiosas con voces desafinadas y atroces cantando un son plañidero, no tiene mucho salero: de nuevo coros labrados, oratorios estropeados, retablos con mil visiones y más Cristos con faldones.Salvo el claustro, que conmueve, no es nada del otro jueves».

No les acompañó el tiempo a los gabachos. Mayo marceó a tenor de lo escrito por Garnier: «El tiempo es un desaliento: hace frío, lluvia y viento». Se alojaron en la Fonda de la Rafaela (que estaba en el número 10 de la calle Vitoria, esquina con la plaza de la Libertad). De la noche que pasaron allí no guardaron, como Hans Christian Andersen, que se había allí hospedado cinco años antes, muy buen recuerdo, anotando esta anécdota: «Cuado intentas dormitar y ya estás en camisón, un vendedor al pasar con potente vozarrón pregona su mercancía. Este inaudito canalla con su aguda gritería te despierta y no se calla.mas me explican que el fantoche es vigilante de noche. Los serenos de Burgos son como truenos: te despiertan con su asunto, gritando que en la ciudad reina la tranquilidad y que son las dos en punto»

Edición de lujo. La presente edición saca a la luz por vez primera este extraordinario cuaderno inédito de Charles Garnier. Es una cuidada edición en dos volúmenes con estuche, que incluye la reproducción de tipo facsimilar del cuaderno de viaje, además de su traducción al español y tres estudios preliminares sobre el arquitecto y su época.