«Lo fundamental para Proyecto Hombre es la persona, no la sustancia»

G.G. Ubierna /A. Ramos /Burgos
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Manuel Fuentes, director de Proyecto Hombre

Perfil. Palentino criado en Vitoria, Manuel Fuentes estudió Psicología en Salamanca e hizo un máster en Psicoterapia. Empezó a trabajar en  Proyecto Hombre Burgos en el 2000 y dos años después tomó el relevo de Isidoro Martín en la dirección de la entidad. Está casado y tiene dos hijos.
 
«Si la sustancia se convierte en adicción, es porque la persona le hace un hueco, y eso se produce por algo». El director de Proyecto Hombre, Manuel Fuentes, explica que dar con ese ‘algo’ que lo cambia todo es el objetivo que se ha marcado el equipo de la asociación cada vez que han recibido a un nuevo paciente en sus casi 25 años de historia en la ciudad. Una trayectoria en la que han mantenido intacto el pilar humanista del colectivo, pero en el que casi todo lo demás ha cambiado: el perfil del adicto, hoy más cocainómano que heroinómano; y la forma de abordar el tratamiento. De todo esto habla Fuentes con DB en la sede del colectivo.
 
Proyecto Hombre va a cumplir 25 años en 2016, ¿cuántas personas han pasado?
Lo estamos estudiando, porque no es fácil extraer esa cifra. Sabemos que es muy elevada, que son miles. Pero no me atrevo a decir si 4.000 o 5.000, porque estamos tratando de averiguarlo. Los procesos de adicciones son largos, pueden durar dos y tres años, y tenemos datos solapados. Sí puedo decir que en 2014 han recibido atención más de 600 personas directamente afectadas por problemas de adicción. Y un número equivalente de familiares. 
¿Esa cifra entra dentro de la media habitual o es distinta a la de años previos?
No se puede hacer la cuenta de la vieja y multiplicar por 25. La adicción es un problema muy extendido, que en la sociedad se ve de distintas maneras en función de si se conoce de cerca o no. Hoy en día está más oculto o solapado porque hay recursos para atenderlo y eso evita que se den situaciones dramáticas de gente en la calle, que también las hay, pero no como hace 25 años.
¿Cómo ha cambiado la actividad de Proyecto Hombre entre comienzos de los años noventa y 2015?
Algunas cosas muchísimo y otras no tanto. El proyecto nace con la creación de una fundación y mucha ilusión por responder a un problema social. No existían recursos de este tipo y se empieza con mucha fuerza, con mucha motivación y con mucho compromiso. Esto sigue existiendo, porque nuestro trabajo es una labor vocacional en la que el humanismo es el eje central y será válido otros 25 años. Pero casi todo lo demás ha cambiado.
¿En qué sentido?
En el sentido de que sabemos mucho más sobre adicciones. No solo en Proyecto Hombre, sino en la comunidad científica en general. Y con ese aprendizaje hemos evolucionado y nos hemos formado. Cuando yo me incorporé, estábamos empezando con modelos como el de Prochaska y Diclemente, muy conocido en nuestro mundo y en el que la recaída no se ve como un fracaso, sino como parte del proceso que hay que trabajar. Yun detalle como esto lo cambia todo: la relación y la forma de ver el problema. En el año 2000, cuando Isidoro [Martín, hoy gerente de la Fundación Candeal] era director, introdujimos la entrevista motivacional. Había que individualizar los procesos y había que adaptarse a una realidad que cambiaba: la mayoría ya no eran heroinómanos, sino que cada vez llegaban más cocainómanos y el cannabis empezaba a tener importancia a nivel de tratamiento y ya veíamos los brotes psicóticos. También empezamos a trabajar con la familia, en 2002 creamos el programa para atender incluso a quienes acuden antes que la persona afectada. Y aprendimos a trabajar a través de ellos.
¿Creen necesario implantar algún programa nuevo en este momento?
Ahora estamos en mejorar lo que tenemos más que en crear cosas nuevas. Por ejemplo: nos encontramos con personas que vienen con problemas de adicción muy fuertes, pero también con problemas mentales asociados. De estos casos siempre ha habido, pero no como en los últimos años. Está llegando muchísima más gente y esto nos exige, de nuevo, otro impulso de formación y un refuerzo del trabajo en red con salud mental y trabajadores sociales... Es decir, a sumar con todas las personas que están a nuestro alrededor y a individualizar. Y otro reto son las nuevas tecnologías, porque para Proyecto Hombre lo fundamental es la persona, no la sustancia. Porque si la sustancia se convierte en adicción, es porque la persona le hace un hueco y eso se produce por algo. Y, por lo tanto, es la persona la que tiene que hacer el cambio para que la sustancia sobre.
¿Cómo han cambiado los usuarios?
Hace 25 años era un chico joven, de unos treinta años y heroinómano. Pero los perfiles fueron cambiando y también las necesidades: a finales de los noventa creamos el programa de metadona, que fue un ejercicio de realismo muy sano. Nosotros queremos el máximo de las personas, que lleguen a la resolución de la causa original, que muchas veces es insatisfacción personal, y la metadona era como conformarse con objetivos intermedios, pero hay gente que está muy quemada y no se va a sentir con fuerzas de ir más allá y puede caer en la sensación de fracaso. Y la metadona, bien administrada, es un medicamento que les permite salir del circuito de la heroína, salir de las mafias, de las deudas y poder ordenar su vida. Fue un acierto importantísimo y con unas consecuencias a nivel social clarísimas. Y cuando aparecieron  adolescentes, creamos el Proyecto Joven, en 1997. Ahora el problema se detecta en fases más iniciales. Y eso, para mí, es positivo.
¿Por qué?
Porque antes no había identificación temprana. Ahora tenemos 84 familias en Proyecto Joven con problemas de consumo. No a lo largo del año, sino hoy. Familias que han detectado un problema que hay que atajar. Antes, a esas familias te las encontrabas años después con una situación mucho más grave. Ahora, podemos decir que vamos a sacar del circuito de la drogadicción a la mayoría de esos jóvenes porque los hemos cogido a tiempo.
O sea que en esas 84 familias no hay problema con las nuevas tecnologías, es solo consumo de sustancias.
Fundamentalmente sí, pero tampoco son perfiles puros. Sobre todo tenemos policonsumidores. A veces sí que hay una sustancia dominante, que puede ser alcohol o cocaína; la heroína ya es raro, aproximadamente un 10% de los casos. Y no solo aquí, sino en toda España. Con las nuevas tecnologías lo habitual es que haya otros consumos y, de hecho, antes llegaban a nosotros por la sustancia y cuando preguntábamos, veíamos que también había un problema con el ordenador, con el móvil y sobre todo con el videojuego. Algo que, al final, desestructuraba su vida y les impedía madurar normalmente. Por eso fuimos creando el programa Ariadna, con la vertiente educativa y la de nuevas tecnologías, que nosotros creemos positivas siempre y cuando se usen bien.
Entonces, entre jóvenes y adultos, ¿con cuántos tipos de perfiles trabajan?
Se ha diversificado mucho. Trabajamos, por una parte, con personas más desestructuradas y con trastornos asociados, porque  la adicción es una crisis de vida brutal;y con otros que no tienen una adicción tan grave y que no les impide mantener su trabajo o la relación familiar. Pero por otro lado está el perfil del centro penitenciario, en el que se trabaja desde un umbral más bajo y a través de cambios muy mínimos, porque allí los problemas son distintos; y los jóvenes, que tienen entre 15 y 18, fracaso escolar, mucha impulsividad y consumo de cannabis y alcohol. Y por último está el perfil de abusadores de las nuevas tecnologías.
¿Por qué abusadores y no adictos?
Lo llamo así porque no está claro que en todos los casos haya adicción como tal, ya que eso implicaría unas características determinadas y un atrapamiento. Eso es raro, lo habitual es que tengan un problema con el uso y no dejan ese estilo de vida, por lo que están haciendo el surco para meterse en un tobogán de peligro serio. De ahí que demos tanta importancia a la prevención en los programas, y ahí es justo señalar que hemos tenido mucho apoyo de la Junta de Castilla y León y del Ayuntamiento, que se involucró muy pronto y otro tanto la Diputación.
¿Y qué papel tienen los padres a la hora de prevenir?
Las familias tienen un papel decisivo. Yo soy muy serio con esto:cuando hay problemas, los padres no siempre tienen la culpa, pero siempre tienen un papel en la solución. Nosotros no aceptamos que vengan y dejen al chico allí, exigimos que ellos participen para trabajar una visión de conjunto.
¿Y qué pueden hacer?
Aquí no hay recetas, aunque sí dos claves: normas y afecto. La familia tiene que promover una organización con unas reglas claras, que no tienen por qué ser muchas, pero que deben respetarse y, si no, hay consecuencias. Pero también debe haber afecto y comunicación. Hay un estudio de los años ochenta sobre alcoholismo que es muy interesante y que dice que las familias que hacen rituales en conjunto, como son las comidas o las cenas, tienen muchísimo menos riesgo de que uno de los miembros caiga en adicciones. Y es cierto que la comunicación con los adolescentes es difícil, porque se cierran como una ostra y no se trata de estar como un sacacorchos, pero sí de estar accesible y de buscar un tiempo para estar juntos. Y luego hay que promover una autoestima sana reconociendo lo que de verdad cuesta esfuerzo, no dar palmaditas por todo. Y aunque a los padres nos cuesta ver frustrarse a los hijos, hay que dejar que ellos resuelvan sus propias cosas. Algo propio de la prevención, que hoy ya se trabaja desde los nueve años y se ha visto que tiene sentido.
¿Desde los nueve años?
Sí. No se habla de drogas, sino de autoestima y de los factores de protección. A veces, familias y chavales se meten en un círculo vicioso del que no saben cómo salir, pero la buena noticia es que los adolescentes son mucho más moldeables de lo que pensamos y en cuanto se empieza a hacer las cosas de otra manera, reaccionan. 
Sin embargo, hay muchas familias con hijos adolescentes que tienen miedo porque sus hijos ahora tienen acceso a cosas que antes no existían como los videojuegos, internet, las redes sociales, el cannabis... ¿Cómo pueden abordar los padres esta realidad?
En eso ha cambiado la sociedad y ése el reto. Yo creo que el miedo a los padres es justificado;un miedo excesivo no es sano, es paralizante, pero en cierta medida el miedo tiene una función protectora en el ser humano. La sociedad ha abierto una serie de posibilidades y las nuevas tecnologías son una nueva opción de juego, ludopatía, pornografía, videojuegos... Y los padres ahí ven riesgos, por lo que son responsables. ¿Qué hace falta?Como la sociedad de ahora es mucho más compleja necesitamos chavales más formados. O respondemos a ese reto o vamos a tener un problema serio como sociedad. ¿Podemos limitar el uso del móvil?Pienso que sería mejor trasladar determinados aparatos a edades más tardías, pero es muy difícil entrar ahí y creo que tenemos la batalla perdida. Donde no la tenemos perdida es en el hecho de fomentar la educación temprana, la prevención desde los ocho o nueve años, una edad a la que los niños ya te siguen. ¿Y qué necesitan ahora los chavales? Tener criterio propio e identificar cosas que están mal;hay que ayudarles a pensar y a manejar los límites en el entorno virtual. 
¿Y cómo afrontar el consumo de alcohol?
Respetar la prohibición de consumo de alcohol a menores de 18 años, como marca la ley, sería un factor protector muy importante. 
Pero la realidad es que está muy interiorizado en los jóvenes.
Una cosa es que los chavales lo puedan hacer y otra que los padres vean bien que lo hagan. Tienen que ver que nuestra postura es contraria porque están creciendo, su cerebro se está formando y porque para todo hace falta una cierta madurez. En el caso del alcohol creo que hay gente que debe ser abstemia y otra que puede hacer un consumo responsable sin ningún problema. El problema es que a determinadas edades se produce el botellón. En estas cosas no hay que establecer un gran drama porque esto ocurre desde hace 30 o 40 años. Lo que creo que es importante es que la permisividad no es buena;los grados de alcoholismo que tenemos en este país  no son de recibo.El acceso que ha producido el alcohol a otro tipo de sustancias ha provocado muchos problemas. Por lo tanto, considero que el retraso de la edad es un acierto. Y creo que la postura de la familia debe ser: ‘No consumas’. 
¿Echan de menos que en los colegios se haga más hincapié en la prevención y educación sobre todo este tipo de cuestiones?
El colegio es, después de la familia, el siguiente espacio de educación en importancia. Y los padres y el profesorado deben colaborar, ir de la mano. Un padre enfrentado al profesor es un problema para el estudiante. Pero además, en cuanto a la prevención, la educación y la promoción de la salud creo que se debe hacer mucho más. Pero aquí hay que ser justos y no sólo cargar tintas en el profesorado, que creo que hace muchísimas cosas y hay que reconocerlo. En todo caso, también hay organizaciones con prestigio consolidado que podemos transmitir el bagaje de conocimiento y de saber hacer, y que estamos en contacto con muchos colegios, precisamente para colaborar con ellos en esa orientación. Hay que insistir en ello porque la sociedad lo necesita. 
¿Cómo valora la actuación de la Administración con respecto al botellón? 
Es un error pensar que el botellón es el problema. Si policialmente quitas el problema de un lugar, va a otro sitio, pero no desaparece. Dentro de lo malo, la parte positiva es que se visualiza un problema real y exige realizar más en prevención, en educación... más allá de las intervenciones policiales que suponen un control social pero no implican la resolución del problema.  Esto debería conllevar una reflexión social con todas las personas que podemos hacer algo con la Administración a la cabeza. Pero nosotros, y otras organizaciones, también podemos aportar algo. La postura de Proyecto Hombre es que atacar sobre el síntoma es ineficaz; hay que ir a la causa. 
El perjuicio por el consumo del alcohol y la heroína es muy visible y, aparentemente, no lo es tanto en el caso de la cocaína y el cannabis. ¿Cuál diría que es ahora la droga que más riesgo tiene por este motivo, porque puede parecer que no pasa nada cuando en realidad  es muy grave?
Es evidente que todas tienen peligro cuando funcionan como sustancias adictivas. En cuanto al cannabis, por ejemplo, hemos visto cómo han despertado muchísimos trastornos mentales serios a raíz del consumo de cannabis. Muchos jóvenes lo asocian a tomar una copa y no es lo mismo. El alcohol es un depresor del sistema nervioso con sus efectos y el cannabis un perturbador del sistema nervioso. La cocaína excita el sistema nervioso y lo activa. Es decir, cada uno tiene su efecto y va produciendo distintos daños. Y también hay que tener en cuenta las enfermedades físicas asociadas. 
¿La crisis está conllevando en los últimos años que más personas se hayan ‘enganchado’ o sufran más adicciones?
No sé si tiene que ver con la crisis o no, pero sí es cierto que en los últimos años estamos teniendo una mayor demanda de atención en jóvenes. En conjunto lo que hemos visto es un desplazamiento hacia el alcohol por ser una sustancia barata. E incluso en personas que estaban consumiendo otras sustancias. También hemos visto algunas recaídas por situaciones de riesgo laboral, tensiones de trabajo o pérdidas de empleo... Pero también hay algo positivo y es que hemos trabajado en estos años con muchas personas con baja laboral para rehabilitarse. Eso quiere decir que detrás hay empresas que les están apoyando para que no pierdan su puesto de trabajo y eso me parece una buena noticia. También es importante mencionar la labor que estamos haciendo en cuanto a la prevención laboral. 
¿Y qué se está haciendo en concreto?
Hemos desarrollado un programa para tratar de  llevar el ámbito de la prevención a las empresas en conjunción con los programas de prevención de riesgos laborales. Y hemos invitado a todos:directivos, mandos intermedios, sindicatos... porque creemos que es un problema que se debe resolver en conjunto. Lo hemos iniciado este curso 2014-15 en Aranda en Michelin, Pascual, GlaxoSmithKline y el propio Ayuntamiento. No obstante, ya antes habíamos hecho programas de prevención y sensibilización en el Ejército, en Campofrío...
Esta semana, DB publicó una noticia en la que la jueza de Menores, Blanca Subiñas, explicaba que cuando le preguntaba a los adolescentes si consumían drogas le decían que no, y cuando les decía si consumían hachís, respondían que sí. ¿Por qué todavía esta falta de identificación del hachís con una droga?
Estoy de acuerdo con esto. El cannabis tiene muchísimo marketing a su alrededor y también lo tuvo la coca en su día. Y es que al fin y al cabo no dejan de ser un negocio, aunque sea un negocio en negro. El cannabis se nos está presentando como una sustancia que no es mala y que es un capricho que no esté legalizada. Tiene sus propias campañas -formales e informales- y estas últimas dicen que no es malo, que es como una copa. Está muy normalizado socialmente y normalizar es un problema. Hay que saber que produce efectos, es peligroso y además tiene efectos sobre la vida de las personas. Hay que concienciar en cuanto a que el cannabis es una droga más, igual que el alcohol. Y a veces somos un poco hipócritas socialmente. 
Por cierto, ¿Cuál es su postura sobre le legalización?
Antes estaba más posicionado al respecto, pero ahora no entro porque nosotros estamos para trabajar la demanda porque la sociedad va a hacer lo que le dé la gana. Y el camino en el que estamos, da la sensación de que va en la línea de la legalización. Pero sé que vamos a tener que trabajar porque legalizar también es incrementar el consumo. Esto no lo digo yo;está bien estudiado en Sociología. La gente piensa que lo que es legal es bueno.   
En líneas generales, ¿Cuál es el porcentaje de ‘éxito’ de los programas de Proyecto Hombre en Burgos?
Primero hay que definir el éxito. Los procesos de adicción, cuando ya son serios, requieren tratamientos prolongados. Es decir, no es verdad que una persona en seis meses se va a recuperar ante un problema serio.
¿Y cuánto tiempo puede requerir?
Tres años, aunque no con la misma intensidad el tratamiento. Al principio es más intensivo y progresivamente se van prolongando los tiempos de intervención para conseguir que la persona tenga más autonomía, pero necesita un acompañamiento porque las adicciones son muy complicadas. Y además puede haber recaídas, que si se cogen a tiempo serán pequeñas. En la memoria que estamos ultimando aparecerá un dato de 2014:unas 80 altas terapéuticas, es decir, personas que han obtenido un éxito total. Esto significa que la sustancia ha desaparecido totalmente de su vida y además han resuelto las causas que promovían el consumo y eso para mí es el mayor éxito que puede haber.
Pero además, respecto a la gente que entra en un tratamiento y permanece en él -sin tener en cuenta los que se marchan- en el 90% de los casos a los seis meses tienen un cambio a todos los niveles, lo cual es un motivo de esperanza. Mejora su salud física y mental y eso es fundamental y nos da mucho ánimo para salir adelante. Eso no significa que se haya resuelto el problema pero hay una mejora muy importante.
Y de las personas que hacen el tratamiento, sin abandonarlo, sabemos que más del 80% tienen una recuperación seria. 
El problema en las adicciones está en los abandonos...
Sí. El NIDA, que es el Centro de Investigación de Adicciones más importante del mundo, que está en Estados Unidos, dice que cuando las personas tienen una adicción muy instaurada, la retención [gente que permanece en el tratamiento]   es del 50%. Nosotros la tenemos un poco superior. Y la mayoría, aunque abandonen el tratamiento, se llevan mejoras. Y eso es otra buena noticia.  
¿Y cuántos abandonan?
De los más graves, en torno al 65% permanecen. Y de esto hacemos una buena lectura porque un porcentaje importante de los que se marchan, lo hacen un tiempo y luego vuelven. Por tanto, algo han visto que les da esperanza. En los casos menos graves, hay menos abandono.