Una separación de mutuo acuerdo

Angélica González / Burgos
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Francisco Gil Hellín, administrador Apostólico se marcha porque cumplió la edad legal de jubilación pero lo cierto es que él estaba cansado de ser arzobispo y que Burgos pide aire nuevo

No será traumática la separación entre Francisco Gil Hellín y la diócesis de Burgos, que han estado unidos trece años largos desde aquel lejano marzo de 2002 en el que Juan Pablo II selló su compromiso. Como a tantas parejas que se vincularon sin demasiado entusiasmo el tiempo les ha pasado factura y ahora solo hay cansancio y ganas de empezar con algo nuevo. El ya administrador diocesano y la provincia de la que marchará el próximo día 28 van a firmar un divorcio de mutuo acuerdo. Sin sangre. Sin malas palabras. Un adiós tranquilo tras el que cada uno terminará en el lugar (real o metafórico) donde más cómodo se sienta.

En el caso de Gil Hellín, probablemente será Roma, de donde llegó y adonde siempre ha querido volver de forma definitiva y lo ha hecho profusamente durante periodos cortos a lo largo de todo este tiempo. Es de conocimiento general que el hasta el viernes arzobispo siempre se sintió mucho más cómodo en los salones de la  Santa Sede teorizando sobre el concepto de familia que en las asociaciones de los barrios, por ejemplo, (donde nunca se le vio, por cierto) hablando con los vecinos del desempleo o de las dificultades de llegar a fin de mes. Su reino nunca fue de este mundo.

La diócesis, por su parte, parece que está pidiendo a gritos un cambio de formas. Quienes tienen cabal conocimiento de la actual situación afirman que Burgos necesita una Iglesia Católica permeable a las distintas realidades que pasan por la calle y sensible al día a día de su grey. Porque son muchas las opiniones que coinciden en que Gil Hellín no ha estado muy fino en cuanto a las necesidades de las personas. Se achacaba a su carácter tímido y retraído el hecho de no mezclarse demasiado con los feligreses. Pero puede que ahí hubiera también algún elitismo de príncipe vaticano que en otras circunstancias hubiera pasado más desapercibido pero que ha chirriado como la puerta de un garaje falta de aceite en la peor crisis que ha sufrido España en este siglo, que comenzó tan solo dos años después de que  el arzobispo llegara a Burgos. No hay más que recordar las críticas que acarreó la inauguración de la restauración del Palacio Arzobispal cuando más arreciaba el temporal.

Gil Hellín se va dejando una provincia con ganas de cambio y un pasado en el que brilla con luz propia el singular hecho -que produjo asombro a nivel internacional- de haber autorizado la realización de varios exorcismos.