«Dos minutos más dentro y no habríamos salido»

I. Elices / Burgos
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Arriesgaron su vida cuando accedieron al interior en un primer momento y después, cuando aislaron los tanques de amoniaco

En primer término, Gerardo Orbaneja. Detrás, Gabriel Ibáñez y José Luis García, ayer, en la planta. - Foto: Valdivielso

Se trata del incendio más virulento por volumen de metros quemados al que se habían enfrentado los cerca de 60 bomberos que el domingo se turnaron en la fábrica de Campofrío. Pero cuando llegó la primera dotación, sus integrantes ignoraban la gravedad del siniestro. «La primera información  que nos dio la empresa a las 6,29 horas es que se trataba de un incendio de palés», afirma el cabo Juan Carlos Vicario, jefe del primer destacamento que se desplazó a la planta. Pero nada de eso. Cuando descendió del camión autobomba y observó las llamas y el humo en la zona de los muelles de carga (junto a las vías del ferrocarril) lo que pensó es que se «estaba quemando toda la fábrica». Y llamó inmediatamente al parque para pedir refuerzos, aunque éstos ya estaban de camino, pues un aviso posterior a través del 112 ya advertía de que la emergencia era muy comprometida.

Así que a las 8 de la mañana se reunieron allí 35 bomberos, a cuyo mando estaba el jefe del parque, Julio Estébanez, y el sargento Isidoro Salas, jefe de un turno que  llevaba ya 23 horas de servicio. A lo largo del día se fueron uniendo más efectivos, muchos de los cuales encontraban de descanso y no les tocaba trabajar.

Estébanez asegura que sus subordinados «se jugaron la vida» al menos en dos ocasiones. Vicario y Salas, más modestos quizás por ser parte implicada, no utilizan esa expresión, pero por lo que explican conceden la razón a su jefe. Es cierto que la poca estabilidad de la estructura no les permitió acceder al interior, pero a primera hora sí que lo hicieron, «a fin de saber a ciencia cierta» a qué se enfrentaban. Entraron por el muelle dos, «pero había muchas llamas y un humo muy denso, a ras de suelo». «Por suerte salimos a tiempo, porque algo después cayeron dos paramentos verticales de hormigón; si nos caen encima obviamente ni lo hubiéramos contado, pero de habernos cogido dentro no habríamos podido salir, nos hubieran cortado el paso», dice Vicario.

De hecho en esa zona del muelle dos, en la parte opuesta a la entrada principal situada frente a la planta de impresión de Diario de Burgos los trabajos eran «peligrosos» ya desde el exterior. Las fachadas desprendían mucho calor y existía el riesgo de que se vinieran abajo «pues presentaban ya muchas grietas, incluso los prefabricados de hormigón». De ahí que decidieran establecer una distancia de seguridad para lanzar agua hacia los focos más visibles.

El segundo momento en el que  «arriesgaron» su pellejo fue durante las labores orientadas a alejar el fuego de los tanques y conductos de amoniaco. Sí o sí tuvieron que acercarse con los camiones autobomba para «refrigerar» el depósito situado en el sector de la planta más alejado de la BU-30. Y hasta que lograron colocar el monitor -manguera fija para tirar agua- pasaron bastantes «apuros». De haberse producido algún escape en esos momentos les habría «pillado de lleno», asegura Estébanez.

Una vez comprobado que la evacuación que llevaron a cabo los trabajadores de la sección de loncheado fue correcta y no quedaba nadie en la fábrica, los bomberos se preguntaron cómo podían minimizar los daños. Trataron de efectuar una especie de cortafuegos que salvara la mitad de la planta situada más cerca de la calle La Bureba, pero resultaba imposible acceder. Lo más que lograron fue introducir un monitor automático que echara agua sobre los focos de fuego más visibles.

El hecho de que la planta «no estuviera sectorizada» impidió a los efectivos del parque acotar los daños a una zona determinada. Además, las llamas llegaron hasta los aislamientos de poliuretano, un material muy inflamable, lo cual hizo que el fuego se propagara con «gran rapidez».  «Atacar el fuego desde el interior era imposible», afirma Salas.

Con todo, los bomberos lograron salvar la nave de secado de jamones, donde había más de un millón de piezas, así como la zona de calderas y el centro de transformación. Lugares a los que si hubiera llegado el calor «habría complicado aún más las labores de extinción». Y, por supuesto, consiguieron aislar los tanques de amoniaco, impidiendo que se «formara una nube tóxica de consecuencias incalculables para la población».

El movimiento con los vehículos por las avenidas situadas junto a la circunvalación, hacia donde se desplazaba la humareda, «fue muy complicado». Hasta el punto de que en un momento tuvieron que alejar los camiones de las fachadas para que «no resultaran calcinados».  Todos acabaron exhaustos, en una jornada que recordarán siempre. Algunos, como el propio Juan Carlos Vicario, utilizaron hasta tres y cuatro equipos de respiración, con autonomía para unos 40 minutos.

Ayer el trabajo continuó en la planta de Campofrío. De hecho, en los próximos días el parque de bomberos movilizará al menos una dotación para trabajar en las labores de extinción. El sargento Gerardo Orbaneja, el cabo José Luis García y el bombero Gabriel Ibáñez son tres de los efectivos que trabajaron en la refrigeración de los tanques de amoniaco de la fábrica de Campofrío y en las tareas para apagar los principales focos  de fuego.

Se acercan a las fachadas, torcidas o directamente desprendidas, pero con mucha precaución, «ya que se escucha el ruido de pequeñas explosiones y de desprendimiento de elementos arquitectónicos», afirma Urbaneja, quien advierte de que algunas zonas «siguen siendo una auténtica ratonera».  Gabriel estuvo trabajando también entre las 14 y las 19 horas del domingo, cuando más peligro había de que el fuego llegara a los conductos de amoniaco. «Fue peligroso -reconoce- porque la estructura estaba cediendo y nos podía caer encima en cualquier momento», explicaba ayer.