Un héroe por accidente

I. Elices / Burgos
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José de Usabel fue el joven que socorrió a la pequeña Saida Lamini cuando un conductor la arrolló en la calle Madrid y se fugó • «No sé cómo no se preocupó por la niña», afirma

José de Usabel Esteban, en el paso de cebra de la calle Madrid donde auxilió a la pequeña Saida. - Foto: Valdivielso

No va de héroe, se sonrojó cuando posó para el fotógrafo del periódico y su frase más recurrente durante la entrevista fue «ojalá se recupere pronto y no sea nada». José de Usabel Esteban es un joven de 31 años del barrio de Gamonal, mecánico de Nicolás Correa, que el día 28 de septiembre por la tarde hizo «lo que hubiera hecho cualquier amigo» de su «pandilla». Detuvo su coche en el paso de cebra de la calle Madrid -situado frente a Deportes Base- para socorrer a Saida Lamini, una niña que acababa de ser atropellada por otro vehículo. Hizo lo que debió haber hecho el hombre que la arrolló, quien se marchó del lugar sin querer saber nada de la víctima.

A José le buscaba la familia de la pequeña. Primero para agradecerle el gesto y, segundo, para que declare como testigo en el proceso judicial iniciado para que el conductor cumpla con su responsabilidad civil en los hechos. Leyó el artículo de Diario de Burgos del pasado jueves y contactó con el periódico. «Ha habido suerte, porque viajo mucho al extranjero por trabajo y estos días me ha pillado aquí, pero lo normal es que esté fuera», explica.

El joven recuerda perfectamente el momento del accidente. Era domingo por la tarde, 18,45 horas. Un cuarto de hora después jugaba un partido de fútbol con sus amigos, pero cuando circulaba por la calle Madrid en dirección Plaza Vega vio el atropello. De hecho presintió que iba a suceder un momento antes. Se dio cuenta de que el coche que le precedía no iba a parar y que la niña que cruzaba con un perro no se había dado cuenta de que un vehículo se le echa encima. Tocó el claxon varias veces, pero ni por esas.

El automóvil que iba delante de él, que «transitaba despacio», arrolló a la muchacha y a su mascota. «La chica cayó al suelo junto a su perro y se arrastró a la acera con él como si quisiera protegerlo, porque se había herido una pata», recuerda.

Creyó que el conductor del otro turismo iba a bajarse, «porque se quedó parado como 30 segundos» tras el impacto. Sin embargo, pasado ese tiempo «siguió adelante a una velocidad normal, como si no hubiera pasado nada». «No sé cómo se pudo marchar, en un accidente a plena luz del día con tanta gente en la calle; debió al menos preocuparse por cómo estaba la chica y darle sus datos por si necesitaba contactar con él o su seguro», manifiesta José.

Él sí que se detuvo. Antes de arrimar el coche a la acera para preocuparse por el estado de la niña tuvo la precaución de apuntar la matrícula. Otra mujer -a la que también busca la familia- le entregó un papel con el número de placas del coche fugado. «Coincidían los números y se lo entregué a la niña, por si los necesitaba», evoca.

Cuando llegó a la acera la víctima estaba llorando. Al preguntarle qué tal estaba, «ella solo se lamentaba por su perro», pero José le advertía de que «lo importante» era lo que le había pasado a ella. Le dijo que la llevaba al hospital, que llamaría a la Policía Local, pero la niña le dijo que no, que la dejara allí, «como si se sintiera culpable o avergonzada de lo que le había pasado». O quizás «porque tenía miedo de que viniera la ambulancia antes de poder avisar a sus padres». José vio que no era grave, pero «no podía dejarla allí», afirma. Así que Saida le informó de dónde estaban su hermana y sus amigas y la trasladó en su coche hasta la plaza de San Agustín.

Y ahí acabó todo. Días más tarde Saida comenzó a sufrir mareos e insomnio a causa del golpe, lo cual complica su recuperación de una operación de estrabismo a la que se ha sometido recientemente. De ahí que la familia quiera que el seguro del conductor fugado -que fue localizado por la Policía Local gracias a la matrícula que apuntó José- corra con los gastos del tratamiento que precise la víctima.

La acción de José de Usabel no hace sino destruir ese tópico tan manido por los mayores que tilda a los jóvenes de pasotas, de no preocuparse por el prójimo. «Pues bien, esa vez fue el joven el que paró y no el adulto que debió hacerlo», afirma ufano.