Cantabrana se volcó un año más con la Feria de la Manzana Reineta del Valle de Caderechas y lo hizo con un mimo especial, superándose año tras año. El pueblo lucía ayer coqueto para recibir a los muchos visitantes que llegaron desde todo el valle, la provincia y País Vasco, sobre todo, abarrotando sus calles, disfrutando de la buena temperatura y, ¡como no!, comprando kilos y kilos de su fruta estrella y de otros productos que completan la casi treintena de puestos, entre los ocho de manzana reineta y otros veinte con todo tipo de alimentos artesanos y ecológicos, vinos, licores, mieles, quesos, pan, repostería, embutidos, peras, membrillos...
Según los cálculos realizados por la Asociación de Productores y Comerciantes, a lo largo de la mañana se venderían en torno a los 2.500 kilos de ‘reinetas’, una cifra que es significativa, pero que no es el objetivo principal de la feria;más que vender, explica José Ignacio Velasco, director técnico de la Marca de Garantía, es promocionar este producto y el propio valle y dejar constancia de las muchas oportunidades que sus productos ofrecen a sus vecinos. «Esto es desarrollo rural», apuntilló el jefe del Servicio Territorial de Agricultura y Ganadería de la Junta, Juan José Busto, que se acercó a Cantabrana para mostrar así el apoyo de la Junta a los productores de Valle de Caderechas.
Velasco, además, recordó que cada año se van sumando a la asociación más productores, cuatro en los últimos dos años, y en este concretamente uno de los agricultores más potentes del Valle. Igualmente, destacó que se van abriendo nuevos mercados, recordando que a finales de este mes de octubre acudirán a la Fruit Attraction de Madrid para seguir captando clientes en el mercado nacional.
La campaña de recogida de la manzana reineta está en su ecuador y la producción será similar a la del pasado año, rondando los 150.000 kilos, aventura José Ignacio Velasco, que se mostró satisfecho de la masiva asistencia ayer a Cantabrana, como también lo estaba la alcaldesa de la localidad, Consuelo García, orgullosa de la colaboración de sus vecinos, a través de la Asociación Las Olmas, que ha echado imaginación para decorar fachadas, ventanas y cada rincón del pueblo, convertido ayer en un museo etnográfica al aire libre en el que tan pronto los visitantes se topaban con una típica cocina de leña con su alacena, como con un gallinero, un ‘despacho’ con su máquina de escribir, un carro con caja de fruta y verduras o cuartillos de madera con fotografías del pueblo, actuales y antiguas.