Leonor, la reina total

R. Pérez Barredo / Burgos
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No fue una consorte al uso. La esposa de Alfonso VIII demostró habilidades políticas y diplomáticas, y modernizó y culturizó como nunca la sobria Corte castellana • Leonor de Plantagenet fue la reina perfecta

Leonor, en un detalle del fresco que representa la Batalla de las Navas de Tolosa, obra de Jerónimo y Pedro Ruiz de Camargo. - Foto: Diario de Burgos

Nacida en la brumosa Normandía y criada en Poitiers, entre poetas y trovadores, Leonor Plantagenet habría de recordar muchas veces a su madre, aquella mujer única, valiente y culta llamada Leonor de Aquitania y cuyo reinado representó la modernidad en plena Edad Media. La pequeña Leonor tenía sólo diez años cuando sus progenitores acordaron desposarla con el rey de Castilla, Alfonso VIII, que contaba quince años. Ambos reinos formarían así una importante alianza que los fortalecería en sus disputas con Francia y Navarra, enemigos íntimos, además de abrir horizontes marítimos a la Corona peninsular.
Leonor, hermana de Ricardo Corazón de León, de quien se despidió para siempre aquel año de 1170, había sido educada en un ambiente refinado y progresista, y a pesar de ser una niña demostró desde ese momento una inteligencia natural desarmante. No cuesta imaginar lo que tuvo que sentir al abandonar su hogar con la certeza de que no regresaría nunca para instalarse en una tierra que le era absolutamente ajena, y eso que ella había soñado muchas veces mirando el mar de Normandía en que llegaba a buscarla un apuesto caballero para conquistar su corazón. No se vio desbordada jamás por la situación: mostró un saber estar insólito desde su llegada a la Península Ibérica para los esponsales, que se celebraron en la ciudad zaragozana de Tarazona, unos festejos fastuosos que se prolongaron durante varios días.
En adelante, Leonor Plantagenet sólo se dedicó a una cosa: ser la reina de Castilla.La historia, que a veces es justa, la considera una de las grandes reinas que jamás tuvo la Corona. No en vano, Leonor influyó enormemente en el engrandecimiento de Castilla. Pese a su corta edad, había sido instruida en los secretos de la diplomacia, habiendo heredado además la habilidad política de su padre, el rey Enrique II de Inglaterra.Desde la sombra, con enorme discreción, aconsejó a su esposo, que siempre valoró sus opiniones. Desde el primer momento, el matrimonio funcionó como el más perfecto de los engranajes.
Se convirtió Leonor en la reina perfecta, en la reina total. A su diplomacia y audacia política añadió otro buen puñado de virtudes: educó con atención y mimo a todos sus hijos, y convirtió la austera Corte castellana en una Corte sensible a la cultura y a las artes y atenta con los más débiles. «La consorte no fue un sujeto pasivo, cuyo matrimonio sólo aportó prestigio al reino peninsular, sino que, en la administración de sus bienes, la reina procuró con decisión y autonomía el mecenazgo artístico, social y monástico, que le valió el calificativo cronístico de ‘limosnera’. La consorte de Castilla fue además una activa y decisiva figura diplomática, ejerciendo poder e influencia efectiva por sus propios medios y a través de sus hijos de manera prudente y juiciosa. Llamada por Gilles Susong la  Reina Victoria del siglo XIII, Leonor contribuyó significativamente con su mecenazgo y diplomacia al prestigio de su dinastía», escribe el historiador José Manuel Cerda. Se convirtió en una reina admirada. Así la describe otro historiador, Fidel Fita: «La dulzura y serenidad de sus ojos claros, la majestad de su rostro hermosísimo, la prudencia y modestia de sus palabras, la liberalidad de sus manos, lo delicado, tierno y piadoso de su corazón, más de madre que de reina, fueron manantial perenne de alivio al menesteroso, de salud al enfermo, de consuelo al triste, de libertad al cautivo, de moderación a los grandes, de prosperidad a los pueblos, de paz a los discordes y beligerantes, de amparo y obediencia a la religión, y de sabio consejo en la suprema esfera de los políticos del Estado».
 
Huelgas y mecenazgo.
Leonor convenció a Alfonso VIII para construir en Burgos un monasterio similar al de Fontevrault que conoció de niña, y que era el lugar predilecto de su madre, para ensalzar la espiritualidad femenina del Císter. Con los privilegios y donaciones que otorgó al monasterio, cuya comunidad gozaba de jurisdicción civil y eclesiástica sobre propiedad, tierras y otras casas religiosas, este centro monástico pudo ejercer una enorme influencia. Leonor tomó parte activa en esta y otras importantes iniciativas monásticas y sociales, convirtiéndose en una gran patrona eclesiástica y protectora de los preteridos. Para la mayoría de los historiadores, la fundación de la abadía burgalesa es la demostración de la autonomía que tuvo Leonor, pese a ser la consorte, en lo referido a la administración patrimonial.
Además, convirtió la Corte, otrora sobria, en un lugar lleno de vida: se sabe que en torno a Leonor llegaron de todos los rincones trovadores, músicos, constructores, pintores e iluminadores al abrigo del mecenazgo de la reina. «Este fenómeno cultural, experimentado no sólo en Castilla sino en muchas cortes de la Europa occidental, es contemporáneo a la consolidación del castellano como lengua escrita y probablemente a la composición del Cantar de Mio Cid; un registro épico que afianza decididamente la identidad del reino y que, al igual que el Libro de Alexandre, es producto de una concepción monárquica elaborada en la corte de Alfonso VIII». escribe Cerda.
«Durante el reinado de Alfonso VIII, Castilla experimentó la transición arquitectónica hacia el gótico, acogió los estilos cistercienses de moda y absorbió las nuevas tendencias europeas que traían consigo la gran cantidad de peregrinos que transitaban, precisamente por la Caput Castellae, hacia Galicia. La hija de Enrique Plantagenet y Leonor de Aquitania se convirtió en un canal importante para la transmisión e intercambio artístico y cultural que fluyó desde y hacia Castilla», apostilla el historiador, quien hace hincapié en que la presencia y mecenazgo de la reina Plantagenet de Castilla intensificó la actividad musical y literaria en la corte de Alfonso VIII y, por lo tanto, su fama y prestigio en Europa. 
«La llegada de Leonor a Castilla en 1170 no sólo facilitó el intercambio de nuevas tendencias culturales y la consolidación de Burgos como ciudad real, sino que además favoreció las pretensiones políticas de Alfonso, tanto por el poderío que ostentaban los Plantagenet en Europa, como por la propia actividad diplomática que desarrolló la reina en el concierto peninsular».