La estela briviescanade Guiomar

M. José Fernández / Briviesca
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La musa de Machado, cuyo nombre real era Pilar de Valderrama, era nieta de un briviescano llamado Fernando de Valderrama Soto • El detalle se ha conocido gracias a las averiguaciones de una descendiente

Todo ha sido fruto de la casualidad. Una cordobesa llamada Ángeles Quintela andaba recomponiendo su árbol genealógico y al llegar hasta su tatarabuelo se topó con Briviesca. «Sabíamos que mi familia procedía de fuera de Andalucía y buscando y buscando llegué hasta Burgos y comprobé que mi tatarabuelo Fernando de Valderrama Soto aparecía en el padrón de Briviesca en el año 1841 inscrito en la Calle Pancorbo que actualmente se llama Justo Cantón Salazar», explica.

En su visita al Archivo Municipal de la capital burebana, hace apenas dos meses, Ángeles Quintela comentó casualmente que una de las nietas de Fernando de Valderrama Soto era Pilar de Valderrama, amor otoñal de Antonio Machado, que en sus poemas la identificó como Guiomar. La musa del poeta era prima de la abuela de Ángeles. Un detalle que en el Archivo Municipal se desconocía hasta ahora y que gracias a su responsable, María Jesús Olivares, también Diario de Burgos ha podido conocer.

¿Pero quien era el briviescano Fernando de Valderrama Soto?. Se sabe que se casó en Santurce (Vizcaya) con Concepción Martínez y que residió en esa localidad. También consta que con el paso de los años el matrimonio se instaló en Montilla (Córdoba) y que tuvo cinco hijos: Felisa, Santiago Félix, Francisco Fernando, Martín y Juan Crisóstomo. Guiomar era hija del segundo, Francisco Fernando de Valderrama Martínez, casado con Ernestina Alday de la Pedrera, de Santander. ¿Y cómo fue la vida de Pilar de Valderrama?. Ian Gibson da unas cuantas pistas en su obra Ligero de equipaje, sobre la vida de Antonio Machado. Pilar de Valderrama Alday Martínez y de la Pedrera, Guiomar, nació en Madrid en 1889. Según ella misma cuenta en su autobiografía Sí, soy Guiomar (1981) su padre fue abogado brillante, diputado por el Partido Liberal antes de los 25 años y gobernador de Oviedo, Alicante y Zaragoza. Poco después, cuando empezó a resentirse la salud del padre, que sufría trastornos nerviosos, la familia se trasladó a Montilla, en Córdoba, donde los abuelos tenían propiedades.

Allí murió Francisco de Valderrama con tan solo 39 años, un golpe para Pilar. Cuatro años después, la familia regresó a Madrid para que se pudiera atender a la educación de los hijos. La madre vuelve a casarse y Pilar sufre otro desgarro. Sus hermanos Fernando y Francisco, mayores que ella, entran, respectivamente, en la Escuela de Ingenieros Industriales y en la Facultad de Derecho. Cuando Pilar conoce al palentino Rafael Martínez Romarate, amigo acomodado de Fernando, surge el flechazo y se casan enseguida. Es junio de 1908. Ella tiene 20 años; él, 22. Son jóvenes, ricos y de gustos refinados. La pareja tiene cuatro hijos: uno que muere pronto, luego Alicia (1912), María Luz (1913) y Rafael (1915). Según Valderrama, su marido no resultó cariñoso con ella y sus hijos. El matrimonio tiene una vida social intensa. A él le gusta el teatro y Pilar escribe poemas. A finales de la década de los veinte pertenece al Lyceum Club Femenino donde conoce a Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez.

Encuentro con Machado. Continuando con el libro de Gibson, Valderrama es ferviente admiradora de la poesía de Machado. «Le leía con tanta frecuencia», recuerda en su autobiografía Sí, soy Guiomar. Unos meses antes de conocer al poeta le había mandado un ejemplar de su nuevo libro de versos, Huerto cerrado, sin recibir contestación. El encuentro entre Pilar y Machado se produjo en junio de 1928. Ella tenía 39 años y él 53. Llega a Segovia con una tarjeta de presentación para Machado, facilitada por la hermana del actor Ricardo Calvo, María, muy amiga suya.

En Sí, soy Guiomar, Valderrama evoca el primer encuentro. Explica que unos meses antes su marido le había confesado que acababa de tirarse de una ventana de la calle de Alcalá una joven con la cual, a espaldas suyas, mantenía relaciones desde hacía dos años. Pilar conocía de sobra el carácter donjuanesco de su marido, pero esto era diferente.

Su primer impulso fue huir de casa y alejarse de él. Se marchó a Segovia -con la tarjeta de presentación para Machado- «en busca de sosiego». A los pocos días, por lo visto sin tratar de ver al poeta, volvió a Madrid. Pero no tardó mucho en regresar y, a finales de mayo, Pilar huyó otra vez a Segovia. Después de algunos días mandó a Machado, a través de un botones, su tarjeta, y aquella misma noche -fue el 2 de junio- el poeta se presentó en el hotel Comercio. Y ahí empezó la relación. «No puedo expresar la emoción que tuve al encontrarme con él y estrechar su mano. Era el poeta tan admirado el que estaba ante mí, con su desaliño, sí, pero con un rostro bondadosísimo, una frente ancha y luminosa, una cabeza, en fin, admirable sobre un cuerpo alto, desgarbado y poco atractivo. Al verme, no supe qué pasó por él, pero advertí que se quedó como embelesado, pues no cesaba de mirarme…». Así relata ella misma el primer encuentro. Gibson afirma que «parece muy probable» que Pilar fue a Segovia con el propósito concreto de conocer al poeta porque para el «alivio» de su espíritu podía haber elegido otros lugares. Después del primer encuentro, vinieron otros muchos más, el intercambio de cartas y un protocolo para los encuentros. Al parecer, fue ella quien impuso las condiciones de la relación. Le dijo al poeta que por fidelidad a sus creencias, a sus hijos y a sí misma «no podía ofrecerle más que una amistad sincera, un afecto limpio y espiritual, y que de no ser aceptado así por él, no nos volveríamos a ver». Y Machado, según ella, contestó: «Con tal de verte, lo que sea».

El poeta le dedica versos y canciones bajo el secreto nombre de Guiomar. Con el paso de los años, han sido varios los autores que han escrito sobre esta relación y Pilar no siempre ha salido bien parada calificándola en algún caso de «ultracatólica que hizo sufrir a Machado».

Valderrama calcula, en sus memorias, que Machado le escribió unas 240 cartas a lo largo de los siete años de su relación, de las cuales ella quemó todas menos «unas cuarenta» en vísperas de la Guerra Civil, antes de salir para Portugal, escogidas «al azar».