Desde el morro hasta el rabo

R.C.G. / Miranda
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Pancorbo celebra la fiesta de la matanza con una comida popular y la elaboración casera de todo tipo de derivados del cerdo

El olor que llegaba desde la plaza era el mejor reclamo para que poco a poco los vecinos se fueran acercando al lugar. Allí Pedro se afanaba con la brasa. Experiencia le sobra ya que durante décadas ha ejercido como matarife en los pueblos de la zona. Hace tiempo que ha colgado los cuchillos y ahora se limita solo a controlar que la carne esté en su punto.

En Pancorbo apenas quedan ya un par de personas que críen cerdos para consumo doméstico. Algunos nostálgicos todavía compran los productos y elaboran sus propios embutidos pero la mayoría ha sucumbido a la comodidad comercial. Sin embargo ayer durante unas horas la localidad recuperó una tradición que en otras épocas era uno de los días más esperados del año.

Las normas sanitarias obligan a comprar el cerdo muerto, pero todo lo demás siguió la receta de toda la vida. «Lo hecho en casa no sabe igual», aseguraba Adelina, que también cuenta con más de una matanza a sus espaldas en su juventud y que ayer llevaba la voz cantante en la cocina, donde se preparaba comida para casi doscientos comensales. Y es que los 90 kilos que pesó el gorrino dieron para mucho.

Las morcillas y los chorizos fueron cosa de Tere. «Se cuece el arroz con la cebolla y la grasa del cerdo, se junta con la sangre, se echa pimienta, sal y perejil y se llena la tripa. Luego solo hay que hervir media hora y está lista para servir», explicaba con tanta naturalidad que parece fácil. Las manos de esta pancorbina hacen el resto y el resultado es un manjar exquisito para el paladar. «El secreto es que sepa un poco a todos los ingredientes pero a ninguno demasiado», matiza.