La ceremonia del descendimiento

Máximo López Vilaboa / Aranda
-

La Cofradía del Santo Entierro de Cristo es la encargada de perpetuar, año tras año, uno de los actos paralitúrgicos más ancestrales de la Semana Santa arandina, que este año se desarrollará frente a la portada de Santa María

Momento del Descendimiento en el que los cofrades se preparan para bajar la imagen de la cruz. - Foto: M. López Vilaboa

Uno de los actos más emblemáticos de la Semana Santa arandina es la ceremonia del Descendimiento, realizada por la Cofradía del Entierro de Cristo y que tiene lugar cada Viernes Santo. Tradicionalmente se viene celebrando en el interior de la iglesia de Santa María aunque en esta ocasión, con motivo de la preparación de la exposición de las Edades del Hombre, tendrá lugar en el exterior del templo, frente a su espectacular fachada. Debemos señalar que este cambio circunstancial no es el primero que se produce (entre 1956 y 1962 se realizó en la Plaza Mayor) y que tampoco el origen de esta celebración es la parroquia de Santa María. Los orígenes de esta paraliturgia hay que ponerlos en el contexto de la espiritualidad franciscana que gusta representar gráficamente el hecho evangélico sobre el que se medita, para que el espectador pueda situarse mejor en la escena. No olvidemos que nuestros tradicionales belenes surgen también desde este recurso pastoral y en el seno de la comunidad franciscana. El Descendimiento se empezaría a realizar en Aranda con otra imagen distinta de la actual, probablemente más pequeña, dentro de la propia comunidad de franciscanos del monasterio de la Purísima. Esta iglesia se ubicaba en lo que ahora es la avenida del Ferial y el convento en el Colegio Castilla. El convento franciscano comienza su andadura durante el reinado de Isabel la Católica. Nos cuenta el obispo Velasco en su obra Aranda. Memorias de mi villa y de mi parroquia (1925), rememorando la Semana Santa de 1698, que «en la noche de Jueves Santo se celebraba en San Francisco la procesión de la Cofradía de la Vera Cruz, llamada de los Pasos y también de la Disciplina, en la cual iban dieciséis cofrades con cruces de hierro, (disciplinándose los demás despiadadamente), era una de las más devotas y concurridas procesiones que celebraba la cofradía. Recorría las estaciones, y a ella iban las dos parroquias y el señor Corregidor». El mismo prelado nos rememora lo que «hacia el año 1759, con el fin de que en la tarde del Viernes Santo se pudiese celebrar la procesión del Entierro de Cristo, organizose en el Convento de San Francisco una nueva cofradía, a la cual en sus comienzos prestó gran ayuda la de la Cruz. Como dicha cofradía del Entierro de Cristo tratase de representar la ceremonia del descendimiento de la cruz, y no tuviese para ello un Santo Cristo a propósito ni dinero para adquirirle, su tutora, la de la Cruz, de dos imágenes que tenía de Cristo crucificado mandó arreglar la una de suerte que pudiese servir para este efecto, comenzando en consecuencia a verificarse esta ceremonia en el año 1762, por entonces en la iglesia de San Francisco, de donde también salía la procesión del Entierro».

La talla que protagoniza esta ceremonia fue realizada en el siglo XVII. Posteriormente, en el siglo XVIII, se hacen una serie de modificaciones para articularla y facilitar su manejo. Tal como se pudo percibir en la restauración realizada en 1998 por Luis Cristóbal Antón, se le modifican los brazos, se le inclina la cabeza, se le cierran los ojos con cera y se le abre la llaga del costado. Dentro de toda la tipología de cristos articulados se ha catalogado como uno con el sistema de articulación de galleta en la zona del hombro.

La ceremonia del Descendimiento se ha desarrollado siempre como una meditación en torno a la Pasión de Cristo, en la que el predicador va relatando paso a paso cada uno de los momentos del ‘desenclavo’ de Jesús de la cruz. En la predicación se van presentando los distintos instrumentos de la Pasión a la Virgen María y el propio cuerpo sin vida de su hijo antes de depositarlo en la urna, momento tras el cual se realizará la procesión del Santo Entierro. En el contexto barroco en el que surgen estas representaciones podemos rememorar un poema de Lope de Vega (1562-1635) que parece trasladarnos a una ceremonia análoga de las que pudo presenciar: «Las entrañas de María / con nuevo dolor traspasan / los martillos que a Jesús / del alta cruz desenclavan. (…) Los clavos baja a la Virgen / Nicodemo, porque vayan / desde el cuerpo de su Hijo / a crucificarle el alma. / Con trabajo y con dolor / José la corona saca, / por estar en la cabeza / por tantas partes clavada. / A la Virgen la presenta, / que las azucenas blancas / de sus manos vuelve rosas, / y de su sangre las baña».

El 22 de diciembre de 1808, durante la ocupación de las tropas francesas, el convento e iglesia de los franciscanos son incendiados. Con muchos esfuerzos, los cofrades del Entierro de Cristo fueron dando forma a nuevas maneras de celebrar la ceremonia del Descendimiento y la procesión del Santo Entierro. En 1811, no pudiendo celebrar el Descendimiento, sacan en procesión por las calles de Aranda el Cristo yacente de la Madres Bernardas. El obispo Velasco también nos cuenta que «en el año 1816, deseando los Hermanos de la Cofradía del Entierro de Cristo, restablecer la antigua ceremonia del Descendimiento, y habilitada ya para el culto la iglesia de San Francisco, solicitaron del señor obispo licencia para ello. Fuéles concedida, mas con la expresa condición de que quedase inválida desde el momento en que se cometiesen abusos en meriendas y comilonas, y de que terminase la procesión antes del anochecer. Parece que ya en ese tiempo era costumbre de celebrar por la noche la procesión de la Soledad, que en estos años de anomalía salió de la parroquia de San Juan; contribuyó a ello la cofradía de la Cruz, sacando cuatro cirios en dicha procesión». Desde entonces la cofradía ha continuado sus cultos con una constancia digna de elogio, al mantener una de las tradiciones más ancestrales de la Semana Santa de Aranda de Duero.