Silos de puño y letra (I)

R. Pérez Barredo / Burgos
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Iniciamos un recorrido inédito por las rúbricas y dedicatorias que ilustres visitantes de la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos estamparon en su Libro de Portería

García Lorca, tercero por la izquierda, en su visita a Silos en 1917.

Silos es la historia de un hechizo. El relato de cómo un lugar es capaz, a lo largo de los siglos, de desplegar un magnetismo que trasciende lo espiritual y lo religioso para alcanzar un estadio diferente que cautiva y atrapa dejando en el alma una huella indeleble. Los libros de portería del monasterio benedictino son la prueba fehaciente del embrujo que para tantos visitantes ha supuesto acceder al interior de la abadía, recorrer su claustro, embelesarse con el viejo ciprés, alojarse en sus sobrias celdas, donde no tiene cabida el mundanal ruido. Dom Lorenzo Maté, actual abad de Silos, lleva años espigando de los viejos y pesados tomos toda huella reconocible de esta admiración sin límites. Su sagaz paciencia le ha permitido localizar muchos autógrafos y dedicatorias propiedad de personajes reconocidos por la historia en cualquier faceta de la sociedad: escritores, pintores, escultores, políticos, arquitectos, médicos... Entre la nómina de devotos admiradores de Silos hay incluso premios Nobel.

Un tesoro que pone de relieve la fascinación que ejerce el cenobio burgalés hasta el punto de que la inmensa mayoría de quienes lo visitan por primera vez, repiten. Todos los ejemplos que traemos hoy aquí cumplen con esa máxima. Tres son, a juicio de los monjes, las claves de esta atracción: la recepción por parte de la comunidad benedictina; la impresión que causa en el visitante la forma de cantar e interpretar el canto gregoriano de estos hombres y la maravilla única del arte que es el claustro románico. Aunque la relación de los visitantes de Silos que recoge la primera entrega de este reportaje dedicado a ilustres admiradores es de sobra conocida, no lo es, ni mucho menos, el acompañamiento visual, en algunos casos inédito. Ahí está su escritura, su letra, su grafía. Un hallazgo, una joya impresa en tinta de enorme valor simbólico.

Pocos personajes hubo en la España del siglo XX con tanta altura intelectual como Miguel de Unamuno. El poeta, novelista, ensayista y filósofo vasco, estandarte moral junto a Antonio Machado de la llamada Generación del 98, fue un rendido enamorado de Silos, lugar que visitó en varias ocasiones, dejando su rastro sobre papel en dos ellas. Cualquier grafólogo destacaría al ver esa caligrafía su carácter fuerte, la hondura de su espíritu, la guerra interna de un hombre en permanente contradicción consigo mismo. Un grande, Unamuno.

Su primera estancia en la abadía burgalesa está fecha el 12 de abril de 1914. No se limitó a estampar su firma: escribió unos versos y una breve presentación: Conchas marinas de los siglos muertos/ repercuten los claustros los cantares/ que, olas murientes en la eterna costa,/ desde el destierro de la tierra se alzan/ bregando por su paz las almas trémulas». Escritos estos versos para mi poema ‘El Cristo de Velázquez’ durante mis estancia, en la Semana Santa de 1914, en esta abadía de Santo Domingo de Silos a donde vine, hombre de guerra, a disfrutar unos días de paz para poder tornar con nuevo empeño a la batalla que es mi vida.

No olvidaría aquella cita el que fue rector de la Universidad de Salamanca a su regreso al cenobio el 4 de julio de 1933: Casi veinte años después vuelvo a visitar, en rápida visita, este monasterio de Silos.En este tiempo España ha dado muchas más vueltas que años han pasado. Y si entonces dije que venía a disfrutar unos días de paz yo, hombre de guerra, hoy digo que no he de encontrarla -la paz- sino cuando se me acabe la vida. Pues militia est vita hominis super terram. A la lucha, pues, que es la vida.

Representa un caso singular, quizás por ser más desconocido, el del escritor e historiador argentino Enrique de Gandía, quien hallándose en España estudiando el arte románico quedó tan fascinado por Silos que vivió en el monasterio hospedado durante una larga temporada; fruto de aquella experiencia fue el libroSin fe y sin paz, inspirado en aquellos días, llegando a utilizar para la portada de la obra un dibujo del claustro románico.También firmó en el Libro de Portería: Yo, triste caminante que en vano recorro el mundo en busca de la verdadera felicidad, declaro que sólo aquí -en este Silos maravilloso e inolvidable- he encontrado la dicha que tanto anhelaba (1 de junio del 24).

La generación del 27

De la irrepetible Generación del 27 hay tres poetas íntimamente vinculados a Silos: Federico García Lorca, Rafael Alberti y Gerardo Diego. El universal poeta granadino visitó el monasterio en viaje de estudios en el verano de 1917 de la mano de su profesor y mentor, Martín Domínguez Berrueta. En cartas a amigos y familiares dejó constancia de su fascinación por Silos. Más tarde, en su primer libro, Impresiones y paisajes, hizo lo mismo. Su rúbrica en el Libro de Portería es toda una joya. Rafael Alberti hizo un largo viaje por Castilla en 1925; fruto del mismo, publicó el libro La amante, donde hay varios poemas dedicados a localidades burgalesas, incluida Silos.Llegó a trabar amistad con Justo Pérez de Urbel. Tras una vida azarosa y tras casi 40 años de exilio, el vate gaditano regresó a Silos un 12 de julio y esto dejó escrito de esa visita: Mi segunda visita -1986- todavía más maravillosa que la primera -1925-.

El nombre de Gerardo Diego está íntimamente ligado a Silos.El autor del memorable soneto a su ciprés consiguió con el poema incrementar el reclamo. Ese Enhiesto surtidor de sombra y sueño... forma parte ya del adn del lugar. No fue el único poema que el santanderino dedicó a Silos, lugar que visitó en 1924 y 1933, año en el que, a vuelapluma, dejó escritos estos versos de su soneto ‘Primavera en Silos’: Los perales en flor, verdes los tilos, el ciprés, paraíso del jilguero.Qué bien supiste, hermano jardinero, contarle a Dios su primavera en Silos...