La Diócesis insta a las parroquias a poner alarmas para evitar más robos

I. Elices / Burgos
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Los ladrones han asaltado seis iglesias de la capital y el alfoz desde el pasado mes de abril. Se han llevado dinero del cepillo, pero los atracos revelan la vulnerabilidad de los templos

La Guardia Civil acudió a la iglesia de San Mamés el pasado mes de abril para investigar el robo. - Foto: Ángel Ayala

 
Los ladrones han asaltado seis iglesias de Burgos capital o de pueblos del alfoz en lo que va de año.  Es cierto que no han robado obras de arte valiosas y en la mayoría de los casos se han conformado con llevarse la recaudación del cepillo, pero estos atracos revelan la vulnerabilidad de muchos templos.  En ninguna de las capillas a las que accedieron los rateros existían medidas de seguridad más allá que la de cerrar la puerta cuando termina la última celebración del día. Por ello la Diócesis se ha dirigido a las parroquias de la ciudad y alrededores para que al menos instalen alarmas que disuadan a los cacos de golpear de nuevo. 
Juan Álvarez Quevedo, delegado diocesano de patrimonio, señala que la colocación de sistemas de seguridad «es responsabilidad de las parroquias». «Yo insisto en la necesidad de poner más alarmas, porque creo que es fundamental para proteger las iglesias», señaló a este periódico. Gracias que este año, al margen del dinero, no han robado más que algunos elementos del rito sin gran valor, como cálices, crismeras o portaviáticos. 
Pero hay que recordar que en otras épocas arrasaban con todo. Y más si se lo ponían fácil. Para evitar mayores expolios, Álvarez Quevedo advierte de la necesidad de invertir en protección. Hay que decir, además, que ni la Policía Nacional ni la Guardia Civil ha logrado detener por el momento al responsable o los responsables de estos robos.
La primera iglesia que eligieron los cacos este año fue la de San Cosme. Se escondieron dentro y cuando el templo cerró por la tarde, un 2 de abril de 2014, se movieron a su antojo por el interior para forzar dos cepillos que contenían 200 euros. Destrozaron la cerradura de la sacristía y la pusieron patas arriba para sustraer un cáliz, un portaviáticos (bandeja para la comunión de los enfermos) y una crismera (que contiene los aceites para la unción). Carecían de valor histórico y económico, pues eran de cobre, pero eran los efectos que utilizaban para oficiar la misa y otros ritos.
Tras atentar contra un templo de la capital, ese mismo mes de abril los rateros se trasladaron al extrarradio de Burgos, a San Mamés y Villacienzo, en concreto. De estas dos parroquias solo se llevaron la recaudación de los lampararios. Para entrar en la primera rompieron una pequeña ventana y se colaron por ella. En la segunda se decantaron por la patada en la puerta. De la ermita de Cardeñadijo, pese a que lograron entrar, no robaron nada, pues el párroco tiene la precaución de recoger todos los días la recaudación del cepillo.
Después de estos cuatro robos, los ladrones dejaron de actuar, al menos en templos religiosos. Pero la tregua no duró mucho, hasta el último fin de semana de agosto. En esa ocasión el perfil de los cacos fue diferente. El robo se produjo el fin de semana en que se celebraban las fiestas patronales y todo parece indicar, según las investigaciones, que se trató de un grupo de vándalos que se atrevió a forzar la puerta de la iglesia tras una apuesta. Ahora bien, no se limitaron a entrar e irse. Rompieron un lamparario para sustraer las monedas, robaron dos crismeras de plata y abrieron el sagrario, de donde se llevaron sagradas formas además de tirar los cálices.
Y el último caso ocurrió el pasado fin de semana, en la noche del viernes al sábado. Y los delincuentes emplearon el mismo procedimiento que en San Cosme para acceder al interior. Nada mejor que ocultarse hasta la clausura y después actuar con total libertad e impunidad. Revolvieron todo, despachos, cajones, almacenes y los cuatro cepillos, que guardaban en total unos 1.000 euros.