Un refugio entre escombros

J.M. / Burgos
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Una persona sin hogar ocupa como vivienda una habitación del ruinoso recinto ferial de La Milanera • El viejo inmueble carece de actividad desde que en 2011 los técnicos municipales alertaran de su avanzado deterioro

El orden y la limpieza son una prioridad para este okupa del edificio. - Foto: Tomás Alonso

 
N o lleva ahí dos días. Y parece que tiene asumido que su estancia, si no le desahucian de la indigencia, irá para largo. La habitación que ha ocupado, escrupulosamente ordenada y limpia, contrasta con la de un inmenso edificio en ruinas y plagado de escombros que si aún permanece en pie es porque la administración no quiere gastarse dinero en derribarlo. Mientras tanto, el viejo recinto ferial de La Milanera se ha convertido, y ya lleva tiempo así, en un parque de atracciones para el vandalismo.
Acceder al interior del inmueble es de todo menos complicado. Los pinchos que rematan el perímetro del vallado ya no existen en muchos puntos y sin ellos desaparecen los obstáculos. Los peligros son visibles desde el exterior. Los cristales afilados que aún cuelgan de los ventanales rotos amenazan con dar un susto a quien entre en el lugar. En una rincón del piso superior, donde antaño estaba el Servicio Municipalizado de Mercados Comercios e Industria, un ciudadano ha instalado allí su nuevo hogar. Un lugar apartado, probablemente el que más se ha librado del salvajismo, y con toda seguridad un espacio en el que ha puesto todo el empeño en lavarle la cara y en dejarlo mucho más impoluto de lo que puede estar la habitación de un adolescente acomodado.
Cuando Diario de Burgos acudió ayer al inmueble no pudo encontrarle. Seguramente el buen tiempo animó a este ciudadano anónimo a salir a la calle y a huir de un lugar sin luz, sin agua corriente... Sin nada.
Entre esas cuatro paredes guarda lo que tiene. Dos maletas y otras dos bolsas grandes parecen aguardar cerradas el momento en que marchar. De una vieja estantería cuelgan dos chaquetas y sirve como armario de despensa en el que guarda arroz, tomate, pasta o garbanzos y en el que también hay productos de higiene personal como jabón o desodorante. Sobre la cama un saco de dormir y varias mantas le ayudan a combatir el frío burgalés.
No es ese el único rincón que  ha acomodado este enigmático habitante. En uno de los pasillos en altura, desde donde se puede ver el espacio que antaño ocupa el ganado, se puede ver una vieja mesa de oficina que utiiza para comer. Otro detalle que hace pensar que quien vive ahí no lleva toda la vida en la calle y quién sabe si, puestos a imaginar, ha podido ser una víctima más de esta crisis.
Sobre la mesa, dos tazas, dos cucharas, un bote de café y dos sillas encaradas. Es posible incluso que en lugar de ser un inquilino sean dos. Apenas a un par de metros, un cajón hace de improvisada encimera sobre la que descansa un tarro con aceite, un bote de especias y una espátula. Otro poco más allá, aún quedan ascuas apagadas en una cocina fabricada en una caja metálica.
Solo la higiene que protege entre sus cuatro paredes sirve para intuir que los restos de latas de cervezas y de cartones de vino que hay desperdigados por todo el recinto (tampoco en abundancia) son obra de las ‘visitas’ que recibe de aquellos que han adornado las paredes del ruinoso inmueble de grafitis. Algunos de estos,  aún conservan la frescura de un mural recién pintado, mientras los botes de espray vacíos salpican con su presencia el suelo del ferial.
Solo los golpes de la uralita rota rompen el silencio en un lugar que, aunque ya abandonado desde hace muchos años, permanece sin actividad desde diciembre de 2011. Entonces se obligó a cancelar la celebración del mercado de ganado (se llevó a la plaza de toros) ya que un informe municipal detectó que el edificio entrañaba serios peligros para quienes entraran en él. Unos riesgos que no los ve como tales, o sí, quien no tiene un hogar donde vivir.