«Si no fuera por Cáritas, ni comida ni facturas ni nada de nada»

Gadea G. Ubierna / Burgos
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Rebeca Rubio y Diego Amo | Matrimonio sin ingresos de ninguna clase desde el pasado octubre

Todo el dinero que se ingresa en este momento en la familia de Rebeca Rubio y Diego Amo procede de Cáritas. Desde los 200 euros que recibe ella por su actividad en el taller de juguetes de la organización y que emplea para completar la partida que les hacen llegar  para pagar el alquiler de la vivienda hasta el importe con el que pagan la ropa, casi todos los productos frescos y los recibos del agua y la luz.

Los del gas no, porque hace meses que este matrimonio se mudó con sus dos hijos a Orbaneja Río Pico, a una casa con chimenea para quitarse la carga de los recibos del gas y la calefacción, entre otros motivos. «Nos trasladamos para poder vivir un poco más holgados y también para obligarnos a salir a la calle y movernos. Cuando vivíamos en Burgos casi no salíamos del piso, porque al no tener dinero estás mal y te quedas en casa. Aquí podemos movernos con más libertad y sin tener esa sensación», explica esta mujer de 35 años, que también tenía idea de cultivar un huerto para aligerar la factura de la compra. «Tenemos un jardincillo y por ahora no he podido plantar nada más que tomates, que no se me han dado, y pimientos, que sí se dieron», apunta. Así, con lo poco que ellos tienen y lo que les hacen llegar desde Cáritas, el matrimonio puede entenderse. Los dos hijos, en cambio, comen en el colegio.

Hace varios años que esta familia vive en una situación que obliga a medir al detalle cualquier gasto del día a día, a hacer equilibrios para comprar, cocinar y asearse teniendo siempre presente que hay que vigilar los consumos para evitar que la factura sea inasumible. Pero después de varios meses sin ingresos de ningún tipo, sin trabajo ni prestación alguna para ninguno de los dos, hay que plantearse que el dilema ya no es consumir más o menos luz sino tener o no tener suministro. «En este momento vivimos gracias a Cáritas. Si no fuera por ellos, ni comer ni alquiler ni nada de nada...», asegura esta mujer de 35 años, que está en la bolsa de empleo de la delegación burgalesa de la organización, a la espera de que surja alguna oferta que les permita encauzar un poco las cosas.

El primer contacto con Cáritas se produjo hace tres años, cuando su situación socioeconómica ya llevaba tiempo tambaleándose. Pero a medida que uno de los dos, Rubio o Amo, encontraban algún trabajo o prestaciones de las que tirar, Cáritas ajustaba el tipo de ayuda que les prestaba.

 Así fueron aguantando hasta octubre del año pasado, cuando el marido agotó la última prestación, «estamos tan mal desde octubre». Fue entonces cuando su marido, de 43 años, agotó el último subsidio disponible para los parados de larga duración y también cuando empezaron a depender casi por completo de la ayuda que presta Cáritas. «Mi marido ha trabajado de cristalero, albañil... Un poco de todo. Y yo soy administrativa, pero he trabajado en limpieza, he sido monitora escolar... Me he metido en todo lo que ha ido saliendo», explica, apuntando que gracias al servicio de inserción de la entidad benéfica ha hecho un cursillo de ayuda domiciliaria y geriatría. «Nos han enseñado a cocinar, lavar, planchar, a tratar con la gente mayor o a hacer camas con ancianos dentro, por ejemplo», matiza. Ahora ella está haciendo otro de economía doméstica y el marido de informática. «Hacemos todo lo que podemos para intentar reciclarnos y encontrar un trabajo, pero a nuestra edad ya nos rechazan en muchos puestos», explica, criticando las dificultades que encuentran para volver a entrar en el mercado laboral, que es también la única forma de que ellos puedan dejar de depender de Cáritas y puedan volver a hacer frente de los gastos de su vivienda.