Lucía Solana lo vivió como si estuviera soñando. La artista burgalesa subió con sus compañeros a recoger el Goya al mejor maquillaje por la película Nadie quiere la noche, de Isabel Coixet, en un estado de irrealidad. «No nos lo esperábamos, porque la competencia era enorme. Cuando dijeron que éramos nosotros los agraciados nos hizo mucha ilusión. Por todo. Porque la película fue un reto desde el principio -tan grande, con unas actrices tan importantes- y desde el principio quisimos hacerlo muy bien. Conseguir el Goya y estar a la altura del proyecto ha sido maravilloso. Y poder darle un premio a la película, que se lo merece, también», admite Solana, que forma junto a Pablo Perona el equipo de May Effects.

Que los amigos y familiares estuvieran pendientes del momento también fue para esta burgalesa de 34 años algo muy emotivo. «Al final, los premios son para eso: para los amigos que nos sufren y la familia que nos aguanta.Saber que están orgullosos y que lo celebran como nosotros hace mucho ilusión». Reconoce Lucía Solana que cuando llegó el momento de subir a recoger la estatuilla sólo pensó en una cosa: «En no caerme», algo que podía haber pasado ya que fueron unos minutos de muchos nervios. «Estaba tan nerviosa que tenía la sensación de no estar allí. He tenido que volver a verlo después para ver cómo lo habíamos hecho.Es un momento que pasa tan deprisa que no te da tiempo a saber lo que está pasando. Veía a Isabel Coixet y la veía contenta y pensaba: esto ha salido bien».

El Goya pesa, dice Lucía, «pero tiene una forma muy buena para poder llevarlo bien», señala con humor y ya descansada de una larga madrugada de festejo. Seguirá disfrutándolo los próximos días, antes de volver a embarcarse en nuevos proyectos.