Llega la hora de la verdad

BENJAMÍN LÓPEZ
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Rajoy y Sánchez afrontan su próxima cita con las urnas en un momento clave para el futuro político de ambos

¡Por fin es lunes! Comienza una semana que viene marcada por una fecha significativa que supuso un antes y un después en nuestra Historia democrática. Mañana se cumplen 19 años de la victoria de Aznar en las elecciones generales celebradas el 3 de marzo de 1996, tras 14 años de Gobierno del PSOE. Fue la primera vez que el PP lograba el poder en el país. Se habló entonces de alternancia en el Ejecutivo; hoy en día, con la perspectiva del tiempo transcurrido, lo llamamos inicio del bipartidismo.
Ese término se ha colado en el subconsciente colectivo con una carga despectiva. Ha calado el mensaje interesado de que es malo, una forma controlada de democracia para que unos pocos se repartan el pastel. Algunos lo llaman el régimen del 78 y pretenden hacer tabla rasa, acabar con todo y comenzar de cero. Resulta que ahora nada vale y vienen ellos a salvarnos. 
Creo que es conveniente poner las cosas en su sitio. Es un buen ejercicio mirar por el retrovisor para ver cómo era España en 1982- cuando Felipe González llegó al poder- y cómo es ahora. La respuesta es obvia: somos un país mucho más avanzado, próspero y rico. Creo que es de justicia reconocer que la nación, con ese bipartidismo, ha logrado muchas cosas. El balance es muy positivo, hay más luces que sombras. Con el PSOE entramos en la UE, con el PP en el euro y, con ambos, hemos construido lo que tenemos hoy, que en su inmensa mayoría es bueno. 
Nuestra democracia es sólida, perfeccionable en algunos aspectos pero equiparable a las mejores del mundo. La corrupción y el despilfarro han sido probablemente la parte más negativa del balance, pero una gotera o un tabique defectuoso no justifica el derribo de un edificio. Algunos pretenden que creamos que sí y nos ponen delante un árbol para que no veamos el bosque.
Además, hay que dejar claro que el bipartidismo es lo que los ciudadanos hemos elegido libremente en las urnas; nadie nos ha puesto una pistola en la sien para votar de forma mayoritaria a populares o socialistas. Y hay que matizar que no ha sido un bipartidismo puro. Es cierto que solo han gobernado estos dos grupos, pero también lo es que muchas veces han tenido que pactar con otros, normalmente nacionalistas, para poder sacar adelante sus medidas. 
Esta semana también tiene marcada otra fecha significativa porque, si aquel 3 de marzo de 1996 comenzó de manera oficial el bipartidismo, el próximo viernes puede empezar la recta final del mismo. Al menos eso es lo que pronostican todas las encuestas. Ese día se abre la campaña de los comicios en Andalucía, o lo que es lo mismo, suena el pistoletazo de la carrera electoral, la primera de las cinco citas con las urnas que tenemos este año. Comienza, por tanto, el fuego real y se acaba el de fogueo. Veremos en menos de un mes si Susana Díaz se ha convertido, sin quererlo, en la madrina política de Podemos o, por el contrario, demuestra que una cosa son los estudios de opinión y otra los votos. 
Es ahora cuando los españoles tenemos que empezar a decidir nuestro futuro. Es la hora de la verdad, la hora en la que los autoproclamados líderes del cambio tienen que lograr la legitimidad que solo dan los votos, no los sondeos, ni las manifestaciones, ni los programas de televisión. En las urnas se demostrará si el fin del bipartidismo ha llegado o no. 
Hasta ahora solo hemos asistido a fuegos de artificio. Si hace unos años alguien nos hubiera dicho que un profesor universitario de 36 años, asesor del chavismo, simpatizante con la causa abertzale, marxista radical y sin ninguna experiencia política, podría convertirse en presidente del Gobierno, le habríamos tomado por loco. 
Hoy no es imposible que suceda porque los oportunistas han sabido pescar en el río revuelto de la crisis, la corrupción y el descontento generalizado. Lo han metido todo en un tubo de ensayo, lo han agitado con demagogia, lo han calentado con populismo y han hecho un cóctel explosivo que amenaza con hacer saltar el actual sistema por los aires. 
La única buena noticia es que la decisión aún está en nuestra mano. Por eso debemos ser conscientes de que si votar es gratis, no lo son sus consecuencias. Por duro que pueda sonar, depositar una papeleta en una urna nos convierte en corresponsables de lo que ocurra después. Y la Historia está llena de ejemplos nefastos en los que una mayoría avaló un desastre.