Confirman la autenticidad del cuadro de Isabel La Católica pero no regresará a la Cartuja

R. Pérez Barredo / Burgos
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La tecnología Raman corrobora la tesis de que la obra que está en el Palacio Real es la que Juan de Flandes pintó 'del natural' a la reina mientras Gil de Siloé esculpía el sepulcro de sus padres

Retrato de Isabel La Católica de Juan de Flandes, ubicado en la Galería de Pintura del Palacio Real de Madrid. - Foto: Patrimonio Nacional

Ya se ha despejado la incógnita sobre el retrato más famoso de Isabel La Católica. La espectrografía Raman, avanzada tecnología que emplea el láser, ha confirmado que el cuadro originario de la Cartuja de Miraflores que se exhibe desde hace décadas en el Palacio Real de Madrid es, en efecto, el que pintó el artista Juan de Flandes ‘del natural’ durante una de las múltiples visitas que la reina realizó al templo burgalés mientras Gil de Siloé esculpía el maravilloso sepulcro de los padres de La Católica, Juan II e Isabel de Portugal. Lo que también se sabe es que esta obra, considerada por los conservadores de Patrimonio Nacional como «de inestimable valor» no saldrá de su actual ubicación, el museo del Palacio Real, por lo que no regresará a la abadía castellana, antigua aspiración de la comunidad cartuja.

Algo que contradice no sólo los deseos de la reina, como ha defendido siempre el historiador Matías Alonso: «Isabel quiso retratarse en la propia Cartuja para que allí quedase ‘para siempre’ su propio retrato contemplando las tumbas de sus padres», sino la propia historia del cuadro, que no es propiedad de la Casa Real sino que acabó en manos de ésta merced al siempre caprichoso azar. No en vano, la historia de este cuadro se las trae. Juan de Flandes, su pintor de Cámara, retrató a la Católica en la propia abadía a la par que trabajaba en el tríptico de San Juan Bautista entre los años 1496 y 1497.

Durante tres siglos, la tabla permaneció allí, cumpliéndose el deseo de Isabel de estar cerca de sus padres, aunque a través del arte, por toda la eternidad. Sin embargo, el convulso siglo XIX vino a quebrar aquella paz de ultratumba. La invasión napoleónica obligó a poner en cuarentena la obra, o al menos lejos de las siempre ávidas manos de los franceses, expoliadores sin escrúpulos. El retrato consiguió salir indemne de la invasión y regresó a su sitio, aunque no por mucho tiempo.Las sucesivas desamortizaciones le volvieron de nuevo invisible. Durante un largo periodo -unos diez años- no hubo rastro del cuadro (se dice que en ese tiempo pudo conservarse en la Sociedad Artística Literaria el Liceo) pero, fuese donde fuese, en 1845 se produjo un hecho clave.

Con motivo de una visita real a la ciudad, el entonces gobernador de turno, para agasajar a tan insignes invitados, hizo que llevaran el cuadro a los aposentos de María Cristina de Borbón, madre de la reina Isabel II, hospedada en el Palacio de Vilueña, en el Espolón, quien al verlo se encaprichó de él y se lo llevó. Turbio capítulo en el que siempre hace hincapié el burgalés Matías Alonso para argumentar que la obra debe regresar a Burgos. «Esto es importante, pues no concede, por donación, la propiedad a la familia real».

una vida azarosa. Lo cierto es que la obra salió de Burgos y siguió a los Borbones en su azaroso desfile de exilios y regresos. A comienzos del siglo XX, con la familia real establecida en París, los cartujos reclamaron el cuadro e hicieron numerosas gestiones para que volviera al conjunto monástico burgalés. Y cuando parecía que Isabel II, a quien su madre había legado la obra, estaba por la labor de devolverla, a la reina le sorprendió la muerte. Sucedió en 1904.En su testamento, la reina dejaba a su nieto Alfonso el palacio parisino que había sido su última residencia, quien nada nostálgico decidió ponerlo a la venta

Tuvo que mediar Francisco Aparicio y Ruiz, a la sazón vicepresidente del Congreso de los Diputados, quien arrancó de Alfonso XIII la promesa de que no sólo no subastaría la obra de Juan de Flandes, sino que se comprometía a devolverla a la Cartuja. No cumplió su palabra. El retrato de Isabel La Católica regresó a España, pero a Madrid, al Palacio Real, de donde no volvió a salir. Además, España se adentraba en ese año, 1931, en una segunda aventura republicana que llevó de nuevo a un larguísimo exilio a la familia real.No regresó a Burgos. Y tampoco parece que ahora vaya a hacerlo.

Para Matías Alonso, es una noticia triste. «Como ha ocurrido en otras muchas ocasiones, a Burgos le toca ceder y perder. Es nuestro pesar y sentimiento como burgaleses».