Pinceladas de un recuerdo sin enmarcar

S. Rioseras
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Las pinturas de Vela Zanetti pueden intuirse tecleando su nombre en internet. Para conocerle, hay que escarbar en la memoria de quien le mantiene con vida

Quienes le conocieron dicen de él que era un hombre extraordinario y muy inteligente. También que su bondad no le impedía hacer gala de su fuerte carácter siempre que era preciso. Una personalidad con la que José Vela Zanetti (Milagros, 1913 - Burgos, 1999) impregnó cada una de las pinceladas en las que plasmó la realidad de su exilio durante la Guerra Civil Española en la República Dominicana, Puerto Rico, México, Colombia y Estados Unidos; así como las tierras de Castilla. Principalmente León, que le vio crecer hasta que se trasladó a Madrid a iniciar estudios libres, y en el municipio ribereño de Milagros, donde nació y adonde regresó en los años 60 para comprar la casa familiar e instalarse definitivamente ocho años después.

Junto a su inseparable pipa, creó una ingente obra, que se encuentra distribuida por Europa y América, que abarcó diversas temáticas. Líneas entre las que la relacionada con el campo configura uno de sus grandes atractivos. «Era un pintor de lo que ya no queda, absolutamente realista y que supo plasmar el mundo rural que desaparecía», asevera su amigo, poeta  y director de la Biblioteca Municipal de Aranda de Duero, Manuel Arandilla. Un entorno que, apunta, «mostraba en relieve». Apela así a su capacidad de capturar la dimensión de la realidad humana «donde habita la carnosidad». Un término que Arandilla utiliza para expresar el modo en el que Vela recreaba las manos y caras de los campesinos. Rasgos que se aprecian, por ejemplo, en los murales La siega y La vendimia, que presiden el instituto que lleva su nombre en la capital ribereña.

«Plasmó una realidad que ya no existe. Y de ahí, el valor de su obra», añade. Recuerda, además, la buena relación que mantenía el pintor con el escritor Miguel Delibes, con quien compartía algunas de sus constantes: «Si observas los personajes de Los santos inocentes, son los que dibuja Vela», sostiene. «De hecho, Delibes dijo de él que era el notario de Castilla».

Al margen de esta obra, ligada a las raíces de su tierra, Arandilla también pone en valor toda su creación anterior. Una etapa en la que La ruta hacia la libertad supone un punto de inflexión. Se trata del mural conocido como Los derechos humanos, que visitan a diario miles de personas en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Una composición que avanza desde la explosión de la guerra hasta la reconstrucción de los desastres provocados por los conflictos bélicos. Vela realizó el encargo entre 1952 y 1953, cuando España ni siquiera era estado miembro. Ya en Milagros, también permitió a sus amistades asistir a su proceso creativo. «Puede presenciar algunas de sus sesiones de pintura mural, que realizaba en su estudio ubicado en el desván de la Casona, y de su pintura sobre caballete en la habitación donde nació». Además, recuerda, pasó algunas tardes junto a Vela durante la elaboración de su último cuadro: un retrato del arquitecto Antonio Gaudí.

En las distancias cortas. «Era un hombre con un carácter muy fuerte, tan fuerte como su propia pintura», desvela Arandilla. «A veces, quizás fruto de su timidez, podía resultar incluso un poco hosco a quien no le conocía». Una percepción que confirma el que fuera alcalde de Milagros, Jesús Melero, con quien entabló una buena amistad por su negocio de madera: «Nos conocimos cuando volvió del exilio y me encargué del arreglo de la casa familiar en la que él nació y compró a su tío», cuenta. «Después, al ser nombrado alcalde en el 87, pude colaborar con él en muchos actos», continúa.

Al igual que Arandilla, destaca las bondades de Vela: «Era muy buena persona, un hombre entrañable con una sabiduría excelente, exquisita. Tenía mucho mundo, mucha mundología», le define. Del mismo modo recuerda que «cuando estaba de mal humor o cuando estaba ilustrado y le molestaban, no tenía el comportamiento más idóneo», comenta, entre risas. En este sentido Arandilla subraya la locura que supuso su regreso a un pueblo como Milagros, donde la campana de su casas sonaba constantemente.

Sonidos que no solo pudieron desviar sus pinceladas, sino también su lectura porque «Vela era un hombre con una cultura absolutamente deslumbrante», indica Arandilla. «Leía muchísimo y madrugaba enromemente. Se levantaba a las cinco y se enorgullecía de que la luz de su casa fuese la primera en encenderse». No en vano, pronunció aquellas frases sobre el paso de las horas en una de sus últimas entrevistas: «¡Somos tiempo! ¡No somos otra cosa que tiempo, tiempo, tiempo! ¡El tiempo no se puede perder!», exclamó.

Él no lo hizo. Vivió sus 86 años con auténtica pasión y dejó una muestra de ello en sus obras. Ahora, quienes le conocieron se esfuerzan por enmarcar sus recuerdos para que nunca se pierdan. Unos con más fortuna que otros, pues mientras la Fundación Vela Zanetti realiza una gran labor con el legado del pintor, Melero reconoce que tiene «una espinita clavada al no haber logrado reconvertir su Casona -hoy derruida- en un museo». Sin embargo, continua ligado a la entidad para que «Vela siga vivo».