Lesmes el compasivo

R.P.B. / Burgos
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Cientos de burgaleses honran al patrón de la ciudad empujados por el solete de la mañana que atemperaba el frío • En su última homilía como pastor de la diócesis en la festividad, el arzobispo pide estar alerta porque "el Maligno" acecha

Los burgaleses se arremolinaron para presenciar los bailes tradicionales - Foto: Jesús Javier Matías

San Lesmes que está en los cielos exhibió ayer una de las cualidades que lo convirtieron en patrón de Burgos: su carácter compasivo.Así, desde sus alturas, regaló una mañana de solete y luz que atemperó, al menos un poquito, los rigores de este invierno de nieve y hielo, y echó una mano a todos esos fervorosos militantes de lo gratuito, que hicieron colas y colas -incluso antes de que se iniciara la misa, aun a sabiendas de que no se iba a comenzar servir hasta la conclusión de ésta- para zamparse por la patilla lo que fuera que les tocara: chori o morci regados con un vasito de vino y un panecillo del santo francés.
Si no hubieran abundando las capas castellanas, los abrigos de astracán o las pieles, se hubiese pensado en muchos de estos fieles como en buitres leonados cayendo sobre sus presas con en un documental de La 2, tal fue la avidez y la usura de algunos de los cientos de castellanos que se abalanzaron con ansia sobre el condumio de marras. Hubo hasta codazos, no decimos más, y alguna que otra palabra altisonante por un quítame allá esa morcilla, y eso que de unos años a esta parte el reparto está mucho más organizado que cuando aquello era lo más parecido a la jungla. 
Era tal el revuelo en torno a las dos casetillas que despachaban los manjares, que daban ganas de correr el rumor de que cobraban por cada ración, a ver si se despejaba un poco la cosa, que las filas parecían las del Inem y no las de una fiesta popular... Cómo sería el asunto que tres jóvenes chinas, extasiadas ante el frenético trajín y flipando con la rapacidad de la tropa, abrieron tanto los ojos que parecían vecinas de los Vadillos de toda la vida
Llegó la corporación municipal flanqueada por los tetines y danzantes, con fanfarria de dulzainas y castañuelas, todos muy elegantones y con cara de enero, y ya estaba la iglesia hasta la bandera. La expectación y el ánimo de fiesta casi se esfuma durante la larga homilía de monseñor Gil Hellín, anestesiante y plomiza. El arzobispo, que se sentó para dirigirse a los fieles, quiso despedirse de San Lesmes en su última celebración del patrón como pastor de la diócesis burgalesa ensalzando al francés como modelo de quien siguió siempre la llamada de Dios y acudió allí donde éste le requería. (Entre otros lugares, a Burgos, como se sabe).
Luego, de paso, llenó el sermón de advertencias en plan ‘ojito’ que el mal acecha. Así, monseñor dijo que cuando el hombre es libre, el «Maligno» (sic) acecha. Y hete aquí la lucha entre el Bien y el Mal, siempre tan dura. Y que la única respuesta «cabal» no puede ser fácil, sino «valiente y radical». Y que hay que mirarse hacia adentro, que cada uno busque en sí mismo el sentido de la vida.
 
El banquete. Y así, tras la misa, la plaza de San Juan se convirtió en un hervidero de gentes arremolinadas en torno a los bailes tradicionales y a los puestos de venta de panecillos y a las casetas en las que se cocinaron para los estómagos del pueblo 350 kilos de chorizo de Palacios y 350 kilos de morcillas de Tere, cocinado todo ello en su punto por los diestros y pacientes chefs que se ocuparon de procurar el rancho a la tropa. Como acompañamiento, vino tinto y 6.500 panecillos. Todo ello consumido al solete. Gloria bendita. Gloria a San Lesmes, el compasivo.