Adiós al último poeta del exilio

R. Pérez Barredo / Burgos
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Fallece en Buenos Aires Luis Alberto Quesada, cofundador junto a Marcos Ana del grupo 'La Aldaba', que agitó culturalmente la posguerra en el penal de Burgos, donde pasó recluido trece años de su vida

Una vida de novela. Así fue la de Luis Alberto Quesada, el último poeta del exilio español. Sus ojos se cerraron para siempre esta semana en su Buenos Aires querido, donde tras un sinfín de tribulaciones acabó fijando su residencia. No fue consciente del fin: se había perdido en los laberintos de la memoria. Él, que fue el vivo recuerdo de algunos de los pasajes más oscuros de la historia de España. Y que se obstinó siempre por que no se olvidaran Fue singular en todo. Tanto, que siendo español e hijo de españoles nació en Buenos Aires, aunque con tres años su familia regresara a España. Con 16 ya era miembro de la Juventud Socialista Unificada, y cuando se produjo la sublevación militar de julio de 1936 cogió las armas. Al cabo se convirtió en uno de los comisarios más jóvenes de la contienda. Luchó en algunos de los más cruentos frentes. Se exilió en el invierno de 1939.Cruzó la frontera con Francia en medio de una descomunal nevada. No sólo caían copos: la aviación rebelde lanzaba bombas y provocaba el caos y la muerte en las interminables columnas de refugiados que huían de ésta. Pocas semanas después, los franceses le obligaron a enrolarse en la Legión Extranjera. El enemigo seguía siendo el fascismo, en este caso el nacionalsocialismo alemán. Combatió en la Línea Maginot para contener las primeras embestidas de la bestia nazi. Pese a su juventud, demostró tal experiencia y carisma que se convirtió en uno de los líderes de su batallón.

Antes de ser traicionado y entregado a los alemanes, Quesada logró huir monte a través y recalar en Burdeos, donde conoció a la que sería su esposa, una refugiada española llamada Asunción. En la ciudad francesa se comprometió con la Resistencia. Realizó sabotajes sin fin. Pero la Gestapo había puesto precio a su cabeza, así que decidió regresar a España y luchar clandestinamente por su país.Fue en 1942. Traicionado por un enlace, fue detenido y llevado a los calabozos de la Puerta del Sol de Madrid, donde soportó torturas durante dos semanas. En la duermevela de una ellas, creyó escuchar el llanto de un bebé. Aunque no lo supo hasta mucho tiempo después, el que lloraba era su primer hijo, al que aún no había conocido, ya que su compañera había sido traída desde Burdeos.

Tras pasar por varias cárceles, recaló en la de Burgos. Allí, junto a otros presos políticos y poetas como Marcos Ana, José Luis Gallego o Manuel de la Escalera, se hizo poeta y fundó el grupo La Aldaba.Un oasis de cultura entre rejas. Un milagro. Hicieron recitales poéticos, obras de teatro, revistas... Y sus palabras consiguieron salir de la cárcel y convertirse en un aullido para el mundo. Aunque había sido condenado a la pena de 30 años, ésta le fue trocada por la de ‘Extrañamiento Perpetuo’ y, gracias a su doble nacionalidad (también tenía la argentina) fue puesto en libertad en 1959 y marchó al país de La Plata. No dejó de luchar por los presos políticos de España. En todos aquellos años escribió mucho y bien: cuentos y versos. Muro y alba, Poemas y papel, El hombre colectivo, Espigas al viento o La saca, impresionantes colección de relatos de hombres ser conducidos al paredón en cualquier momento. La última luz de Quesada, el último poeta del exilio español, se apagó esta semana, que no su voz, que perdurará siempre en sus obras y en sus palabras: «El futuro del hombre tiene que ser poético y para que sea poético tiene, necesariamente, que ser colectivo». Grande Quesada.