El misterio de los nueve hermanos muertos

R.P.B.
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La inquietante inscripción en una lápida de un panteón del cementerio de San José compartida en las redes sociales impulsa una investigación coral. Sin embargo, nada trágico ni ominoso se ocultaba tras el epitafio

La arquitectura del panteón desvela un linaje ilustre. Coronado por una gran cruz y con una profusa decoración de elementos vegetales, constituye un ejemplo perfecto de los primeros mausoleos que de familias pudientes se erigieron en el cementerio de San José en los albores del siglo XX. Este que se ubica muy cerca de la entrada al camposanto fue construido para acoger los restos mortales de don José Arroyo Revuelta, industrial, comerciante y político lermeño que llegó a ser senador por Burgos en 1876.Sin embargo, lo que llama la atención de esta cámara mortuoria no es su elegante construcción, ni el título que ostentó el citado prohombre, sino la lápida central, que aparece escoltada por la del senador y la de su mujer, Saturnina Ontoria. La inscripción que en ella puede leerse sobrecoge: Los niños Millán,Eloya,Pedro, Patrocinio, Pedro, Federico, Marcelino, Ángeles, Ascensión. Éramos nueve hermanos; Dios no quiso dejar a nuestros padres tal tesoro de amor, y nuestras almas fue preciso devolver de los ángeles al coro. Hemos vuelto con Dios al Paraíso; bendecidlo, pasad y no hagáis duelo por que vuelvan los ángeles al cielo.

Hace unos días, tan misterioso epitafio, colgado en las redes sociales, causó una gran curiosidad, y fueron varios los internautas que se lanzaron a tratar de averiguar quiénes fueron esos niños y cómo murieron para que su recuerdo aparezca esculpido de tan inquietante manera. Este periódico ha podido saber que nada extraño ni ominoso se esconde tras esos nombres; que no hubo suceso, tragedia alguna que, de golpe, acabara con aquellas criaturas. Que éstas, fruto del matrimonio Arroyo Ontoria, fallecieron a edad temprana -unos a los pocos días, otros a los meses y otros con pocos años- como era tan habitual en aquella época, en la que la tasa de mortalidad infantil era altísima. José Arroyo y Saturnina Ontoria enterraron a nueve hijos, pero vivieron lo suficiente para ver salir adelante a otro, llamado Juan José, quien heredó los negocios de la familia e incluso la vocación política, llegando a ser alcalde de Burgos recién inaugurado el siglo XX.

«En mi familia jamás se habló de ningún hecho trágico sobre aquellos niños. Murieron de forma natural o por alguna enfermedad.Por desgracia, en aquellos tiempos era algo habitual», explica a este periódico Pilar Ruiz Arroyo, tataranieta del senador burgalés y hoy titular del panteón familiar. El investigador Jesús Ojeda, que se interesó por el caso, halló en el archivo diocesano el acta de defunción de uno de ellos, Millán.El pequeño, recoge el acta, murió en octubre de 1855, con cuatro años de edad, por culpa de unas fiebres. El hallazgo confirma que no hubo fallecimiento múltiple, como podría haberse pensado leyendo el extraño epitafio. Con todo, el hecho de que aparezcan dos niños con el mismo nombre, Pedro, ya podía llevar a pensar que, en efecto, la muerte de estas criaturas no se debió a accidente de ningún tipo. Todos los historiadores consultados coinciden en afirmar que en aquella época era moneda común que los niños fallecieran a los pocos meses o años víctimas de enfermedades como la escarlatina, gripe, difteria, viruela, sarampión, tos ferina, tifus...

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