«Las vidrieras de nuestra catedral nada tienen que envidiar a las de León»

R. Pérez Barredo / Burgos
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Pilar Alonso Abad concluye el primer estudio completo del corpus vidriero del templo desde una óptica interdisciplinar. La obra, fruto de años de investigación, verá la luz en primavera

Las vidrieras de la catedral de Burgos nada tienen que envidiar a las de la catedral de León, por mucho que la fama de éstas se repita a menudo como un mantra. Su enorme calidad artística, su variada y rica iconografía, la singularidad de sus vitrales rojos y la antigüedad de buena parte de ellas las convierten en elementos realmente excepcionales, casi únicos. De ello va a dar fe el libro Las Vidrieras de la Catedral de Burgos, que verá la luz esta primavera. Escrito por Pilar Alonso Abad, profesora del Área de Historia del Arte de la Universidad de Burgos, se trata del primera estudio completo del corpus vidriero del primer templo metropolitano, abordado desde un enfoque interdisciplinar. Así, se ha realizado una completa revisión de las fuentes documentales y bibliográficas, un estudio de los materiales que constituyen las vidrieras, un análisis de todos los procesos de intervención en su conservación y restauración, así como un examen de las técnicas de estudio e intervención en los materiales.

«León tiene más superficie de vidriera, pero Burgos conserva proporcionalmente más vidriera antigua. Conservamos del siglo XIII, algo que en León es mucho menor», explica Alonso. De los vitrales originales, se conserva buena parte delrosetón de la puerta delSarmental (de los 52 huecos, se perdieron 21 cuando los franceses volaron el castillo en 1812), y dos óculos pequeños que se encuentran en la puerta de Santa María. Esta experta en Patrimonio en Vidrio subraya que hay tres momentos en la historia de la vidriera: la Edad Media, que es la época de mayor apogeo, cuando se instalan vitrales que proporcionan una luz caleidoscópica, teñida de color, tan trascendente como metafórica; el siglo XVI, cuando a instancias del Concilio de Trento se apuesta por una nueva idea de lo que tiene que ser la luz en el interior de los grandes templos (mucho más diáfana), por lo que muchas de las vidrieras primigenias fueron retiradas o combinadas, como sucedió en Burgos con las del cimborrio y la nave mayor, con otras realizadas en amarillo y plata; y los siglos XVIII y XIX, en que se recuperó el estilo medieval, con vidrieras de colores.

La catedral de Burgos conserva vitrales de las tres etapas, algo de lo que no pueden alardear otros templos. En total, la basílica burgalesa posee 19 ciclos o series, siendo las más importantes el rosetón del Sarmental por su influencia de Chartres, la del cimborrio y la de la capilla del Condestable. Destaca Pilar Alonso Abad la importancia que tuvo Burgos como centro neurálgico de este arte del fuego en la Edad Media, cuando alcanzó su máximo esplendor gracias al decidido impulso de los monarcas y los obispos, que permitieron que se introdujera rápidamente en el Reino de Castilla. En este sentido, el Real Monasterio de Las Huelgas fue uno de los primeros conjuntos en incorporar vidrieras a su edificio y, prácticamente coetáneo a la seo de León, Burgos incorporó un espléndido conjunto en su nueva Catedral gótica. «La ciudad se convirtió en foco imprescindible para la creación de vidrieras, primeramente mediante la importación de materiales y artistas foráneos en el siglo XIII, para posteriormente posicionarse en uno de los centros creadores más relevantes del centro-norte peninsular en el siglo XVI.Aquí estaban los artistas más importantes: Arnao de Flandes padre e hijo, Arnao de Vergara y Diego de Santillana. Catedrales como las de León les llamaban para que realizaran sus vidrieras».

Un arte muy cuidado. Destaca la historiadora e investigadora burgalesa la importancia de este arte en vidrio. «Es un arte muy frágil, que exige mucho cuidado. Eran auténticos maestros. En la fabricación de vidrieras había que tener personas expertas en plomo, en hierro, en piedra, en vidrio y en pintura».