Castil de Carrias, un pueblo deshabitado pero no olvidado

Pablo Torre / Castil
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Más de 100 personas entre antiguos vecinos y familiares festejaron un reencuentro en el que todos siguen conociendo como «Castrillo», oficialmente vacío desde 1994

La cita congregó a más de un centenar de personas. - Foto: Pablo Torre

Durante unas horas, ‘Castrillo’ dejó de ser un pueblo dormido para recuperar el esplendor del pasado. En total, más de 100 personas entre antiguos vecinos y familiares participaron en la decimocuarta edición de la fiesta, en una jornada repleta de actos y muy emotiva para aquellos que tuvieron que abandonar el pueblo en busca de una mejor situación.

Por decimocuarto año consecutivo, los vecinos de Castil de Carrias se volvieron a  reunir para celebrar las fiestas de la localidad, que este año han juntado a más de 100 personas procedentes de diversos lugares. «Castrillo» como es conocido popularmente el pueblo, es una pequeña localidad deshabitada situada a medio camino entre Briviesca y Belorado y desde hace catorce años, antiguos vecinos y familiares se reúnen anualmente para recordar al pueblo y dejar bien claro que, aunque esté deshabitado, sigue muy presente en la memoria de todos.

La idea de celebrar esta fiesta surgió en febrero del año 2000, cuando en una ruta de senderismo de la Asociación de Amigos de Santa Casilda se hizo una parada para almorzar en Castrillo. Entonces, al ver el pueblo lleno de gente, numerosos castrillanos que participaron en la marcha, decidieron hacer a finales de verano una fiesta que reuniese al mayor número posible de vecinos del pueblo con el objetivo de mantener viva la memoria de Castrillo. La iniciativa fue un éxito rotundo al participar más de 200 personas en la celebración y desde entonces, la fiesta se lleva haciendo de manera ininterrumpida todos los años.

Los preparativos de la fiesta comenzaron temprano, sobre las ocho de la mañana, cuando los voluntarios empezaron a montar la carpa y a colocar los banderines, el equipo de sonido y las mesas donde tuvo lugar el banquete. Una vez todo estaba preparado, la gente comenzó a llegar al pueblo para asistir a misa y a la tradicional procesión en honor a los Mártires de Cardeña y a la Virgen del Valle, patrones de la localidad. Además, durante la misa, hubo tiempo para homenajear al cura, ya que la Coral de Lences apareció sin previo aviso en una sorpresa que habían preparado para homenajear a Don Antonio, quien fuera cura de Lences de Bureba durante muchos años. Tras los actos religiosos, se procedió a un pequeño aperitivo en la carpa amenizado por el acordeonista Carlos Narvarte, momento que los asistentes aprovecharon para conversar con los familiares y amigos que hace tiempo que no ven y posteriormente se procedió al banquete.

Ya por la tarde, una vez hecha la digestión, dieron comienzo los juegos populares entre los que destacaron la tuta, el mus, la brisca, el futbolín o el bingo y tras los cuales tuvo lugar  una gran chocolatada, que puso punto y final a una jornada muy emotiva para los más mayores y cargada de diversión para los más pequeños, quienes jugaron en el mismo lugar en que antaño lo hicieron sus padres o abuelos.

Adiós en 1994.

A pesar de que el último vecino de Castrillo falleció en 1994, el pueblo nunca ha estado abandonado del todo, ya que numerosos agricultores mantienen sus cocheras allí y no pasa día alguno sin que ninguno de ellos visite el pueblo. En la actualidad, el pueblo dispone de un depósito de agua para que los agricultores puedan rellenar los carros de herbicida y durante parte de los meses de agosto y septiembre viven en el pueblo varios cazadores, quienes se instalan en lo que un día fue el colegio de la localidad. Además, es frecuente ver a numerosos turistas que se acercan a Castrillo atraídos por el misterio que rodea al pueblo y sus ruinas.